Esta columna ya se ha expresado negativamente sobre la pretensión oficialista de eliminar las PASO faltando tan poco para que se abra el proceso electoral que tiene una importancia mucho más trascendente que el mero recambio del gobierno. Y ha expresado su repulsa a la supraidea o superapuesta también oficialista de suspenderlas por esta vez, porque sería una burla consentida no sólo al sistema político sino a todos los ciudadanos. Por ello no insistirá sobre el tema.
En cambio, romperá su principio de no incursionar en la exégesis de los partidos políticos, que en la actualidad se parece demasiado a la técnica de elaborar perfiles de la criminología y que puede sonar como una justificación a los comportamientos maquiavélicos de la política en general, para tratar de entender no sólo las razones de esta propuesta, sino el meollo del problema.
Está claro que no se trata de un intento de ahorro, como se ha dicho, porque no es creíble semejante argumento frente al dispendio alevoso que se sigue practicando. De modo que se está ante una excusa mentirosa, que sería valedera en otro contexto. Entonces habrá que encontrar otras razones. La primera de todas es que, como el peronismo no ha hecho nunca elecciones internas, salvo en el caso de histórico de Menem vs. Cafiero, no genera demasiado incentivo para que sus partidarios concurran masivamente a votar por una lista única sin ningún efecto, bajo el concepto de que “no son elecciones en serio”, o que son apenas una encuesta, o que es una molesta formalidad legal sin demasiadas consecuencias graves. O sea, que en las PASO se eliminaría, sin quererlo, el “hinchismo”, el “barrabravismo”, el impulso emotivo y ciego que mueve a los votantes de todas partes, pero más al peronismo. Se eliminaría toda pasión. O sea, no le interesarían al votante peronista.
Con esa descontada ausencia, con una lista única que es muy poco probable que ofrezca propuestas nuevas, (siempre más difíciles de creer en quienes son hoy gobierno y no las han aplicado antes), con una fórmula tan forzada como la que se inventará, con un desprestigio multiespectro, que va desde los indicadores de pobreza al ajuste inflacionario y al desajuste salarial, con la destrucción de los ingresos de los jubilados legítimos, con la riqueza que han ostentado muchos de los que serán candidatos, con el pecado mortal de haber claudicado ante el FMI (matando así su propio caballito de batalla) no es demasiado arriesgado prever que el resultado sería mucho peor para el gobierno que el que obtendría en una elección “en serio” o sea en las elecciones generales. La simple suma de los votos, del modo en que se hiciera, mostraría un oficialismo perdidoso, sin propuestas, acaso hasta tercero en el orden de preferencias.
Semejante resultado anticiparía la catástrofe y sepultaría al gobierno, decretaría la derrota adelantada de la futura elección general, y lastimaría seriamente hasta la continuidad misma del partido y de esa entelequia que se denomina “el movimiento”. Y pondría en riesgo impunidades, liderazgos y hasta el juicio de la historia, como ama decir la señora de Kirchner. Incluso la posibilidad de ser primera oposición estaría en duda, no sólo por los porcentajes electorales, sino porque sin una conducción contundente y una postura ganadora, o al menos luchadora, el peronismo tendería a la dispersión. De ahí que la línea conductora justicialista prefiera saltearse las PASO. A ello se debería sumar sus esperanzas de que, al evitar esa consulta electoral anticipada se gane tiempo para que alguna mejora o algún milagro ocurran en la economía que reviertan o mejoren tanto los indicadores como el ánimo de los votantes/víctimas.
A ESCONDIDAS
Sin embargo, no todo el peronismo está en la misma frecuencia de pensamiento. Muchos necesitan las PASO y abogan, a escondidas de Cristina, por esa instancia electoral. Como en tantos otros temas, parece que hay unidad, verticalidad y lealtad, pero hay universos paralelos superponiéndose todo el tiempo. Los que sienten que pueden ser desplazados. O los que quieren ascender en la pirámide, o simplemente defender su negocio. En los últimos años el peronismo kirchnerista repartió bastantes cartas, encumbró a muchos militantes (¿y militantas?), no solamente en el orden nacional. Algunos gobernadores e intendentes, tienen interés en permanecer, ascender, o defenderse de la ambición financiera de La Cámpora. A veces de estacionarse en algún cargo en espera. Todos esos sectores ven las PASO como un modo posible de luchar por una candidatura, un cargo o por sus recomendados para una candidatura, sin llegar a la pelea de perros o a la balacera, y también eludiendo el dedazo casi exclusivo e inapelable de la señora de Kirchner, que de paso arriesga ese poder en esta elección. Aún el propio Alberto Fernández, con expectativas en que ni él mismo cree, intenta salir de la categoría de lame duck sosteniendo sus pretensiones a una reelección. Lo que lo obliga a aparecer defendiendo la conservación de las PASO, primero porque la única chance que tiene para aspirar a aparecer al menos en alguna lista son las primarias, ya que Cristina, luego de la destrucción sistemática a que lo ha sometido, no lo pondrá voluntariamente ni en la lista del supermercado. Luego, porque las PASO pueden ser una moneda de cambio al ser un DNU la única manera rápida de postergarlas y eso lo torna efímeramente imprescindible para la jefa, lo que le da una temporaria arma de negociación. No es serio pensar que espera mucho más que una salida digna de este conchabo. Retirarse sin silbidos, en lo posible.
Para mucho de esos sectores, a veces simples punteros con caja, la existencia de las PASO son también un mecanismo de negociación para conseguir alguna nominación, ya que la eventual amenaza de ir con una lista o una candidatura aparte de la orden de la conducción sería considerada peligrosa por el partido, que necesita la verticalidad más que nunca, en momentos de desbandada.
Se ha dicho con frecuencia que la supresión de las Primarias Abiertas favorece al peronismo al impedir que la oposición logre ordenarse mediante ellas para armar sus listas. Lo que puede ser disputable, pero además habrá que tener en cuenta que no hay una solo oposición y dentro de cada partido no hay una línea estratégica ni de conducción única. Está claro que Juntos por el Cambio necesita un mecanismo consensuado y válido para zanjar sus diferencias en la confección de listas. El radicalismo tiene nuevas ambiciones y reclamos en cuanto a su importancia cuantitativa en las distintas listas, con relación a las demás fuerzas lo que se repite aún dentro de la UCR. La división entre halcones y palomas es una hipersimplificación. ¿Pero no requerirá de todas maneras una interna íntima, antes de presentarse en una PASO? Y eso vale para la UCR, pero también para el PRO, sea el PRO auténtico o el travestido del radicalismo.
¿Rodríguez Larreta está preparado para competir en una PASO con Patricia Bullrich, por la candidatura presidencial?, para poner un ejemplo fácil. No es lo mismo una interna entre afiliados (aunque el PRO ha sido restrictivo en la conscripción de nuevos militantes) que una interna abierta donde participe toda la ciudadanía adepta, o no. Las diferencias en la alianza opositora se han profundizado enormemente, y la aparición de los libros y las entrevistas concedidas por Macri han abierto más esa brecha entre halcones y palomas. A lo que se le agregan las expectativas de cada partido. Y eso vale para todos los distritos y categorías, en una estructura que no tiene el verticalismo ciego y animal del peronismo. ¿Y cuántas fórmulas presidenciales o listas competirían en una interna cerrada o en una interna abierta?
INTERNA O FEROZ DISPUTA
Las dos grandes fuerzas parecen necesitar un proceso de interna partidaria previa o una feroz disputa, habrá que ver, para recién luego dirimir la composición de las fórmulas y las listas en la interna abierta. En el gobierno se escuchan voces importantes que plantean profundas discrepancias intestinas, lo que incluye el requisito de capacidad, que no luce que haya prevalecido en las designaciones y aún en la creación de secretarías y cargos.
En la oposición se empieza por la discusión entre gradualismo o shock, entre halcones y palomas, pero rápidamente la conversación se vuelve partidista cuando se advierten las conductas de los bloques legislativos y el modo en que han votado las leyes que responden a la tendencia del kirchnerismo. Comienza a ser difícil encontrar una gran diferencia entre las propuestas del peronismo y la UCR, en especial cuando se analiza cómo votó cada representante.
Hay un tema común. Ninguna de las dos facciones principales tiene una conducción ni acaso una posición ideológica definida, ni un plan, por supuesto, ni una meta. O tienen varias y distintas. O se chocan, como la payasesca situación de la vicepresidenta que es integrante del Poder Ejecutivo y simultáneamente la principal opositora al gobierno. O Su hijo Máximo, que organiza marchas contra lo que su madre supuestamente ha acordado. Del otro lado, nadie puede creer que es lo mismo o parecido Manes que López Murphy, Lousteau o Larreta que Macri, Bullrich que Morales, tanto en legitimidad como en ideas o en efectividad.
Si se analizan algunas opciones alternativas, como Milei, más allá de la innegable popularidad y aceptación que ha conseguido, tampoco se han producido pronunciamientos o definiciones concretas. Al contrario. El economista no tiene hoy el mismo discurso que hace dos años, y mucho menos que el que tenía en 2016.
A este panorama hay que agregar la posición de quienes sostienen que cualquier gobierno futuro debe tener alguna característica de transversalidad, seguramente en la creencia de que de ese modo se logrará gobernabilidad, una idea bastante precaria y hasta poco democrática. Por supuesto que agravada en el sentido opuesto por el uso de la pedrea como mecanismo válido de peticionar ante las autoridades, en un país – y un mundo – que han perdido el rumbo. Eso indica la necesidad de otro proceso predecisional del elector.
No parece realista pretender que, de este surtido de personas, intereses, ideas, propósitos, ideologías, conductas, antecedentes, egoísmos, transfugadas, a veces traiciones previas puedan salir rápidamente fórmulas y boletas que representen razonablemente a la sociedad o al pensamiento de cada partido, a su vez subsumido en el catecismo de cada alianza o agrupación madre. No parece realista creer que un partidario del Pro puede votar por un diputado o por un candidato a gobernador o presidente proveniente de la UCR porque simplemente participa de la alianza sin escrutar antes su conducta y su actuación previa dentro del ámbito partidario o en el plano político en general. Tal vez si no hicieran falta 100.000 fiscales para controlar un fraude que ya se ha naturalizado se podría proceder de otra manera en materia de alianzas, o prescindir de ellas.
NO ALCANZA
Es que no se trata de alianzas que recién se forman. Han transcurrido varios años, muchos de quienes pretenden ser candidatos ahora no han sabido revalidar su figura ante la opinión pública, o han claudicado, o han tomado posiciones egoístas o personales que lo han tornado poco confiable. Eso hace que todo el proceso de internas sea más complicado, y hasta se pueda ganar o perder una elección si no se acierta con el método a utilizar. Se agravaría si en este momento se prescindiera de las PASO, porque en esta situación la consulta previa popular no parece superflua, simplemente porque la consulta interna no alcanza. Para ponerlo de modo más simple: no hay afiliados de Juntos por el Cambio, ni del Frente de Todos, sino de cada uno de los partidos que compone esas alianzas. Ese simple hecho, condena a tener internas cerradas, y también a tener PASO, o sea internas abiertas, que no es el mejor mecanismo, pero es el único que hay disponible, a menos que alguien diseñe y logre resolver legalmente el intríngulis, lo que no se ve en el horizonte.
Lo que esto significa es que no existen demasiadas esperanzas de tener un gobierno cohesionado y actuando coherentemente y en un mismo sentido con ninguna de las alternativas posibles, mucho menos si el presidente electo no cuenta con mayoría propia, lo que sería directamente caótico.
Este análisis puede parecer confuso y complicado, y probablemente lo sea, no solamente por la dificultad para la trasmisión de conceptos que pueda tener la columna, sino porque grafica la realidad. A la situación límite que heredará quienquiera fuera gobierno a partir de diciembre de 2023, se une que no parece haber ningún mecanismo disponible que permita elegir un gobierno del signo que fuera capaz de enfrentar coordinadamente la situación. La discusión por las PASO plantea algo mucho más serio: toda coalición implica un gobierno de emergencia. Pero no sirve ni para elegir racionalmente, ni para gobernar en tiempos de borrasca.
Esta discusión por las PASO desnuda una verdad más profunda. Aunque se vote por algunos buenos, no se elegirá un buen gobierno. Entendiendo por tal un equipo que tenga el coraje, la voluntad, la unidad, la cohesión, la fortaleza, la credibilidad y la grandeza para salvar al país. Y que además tenga suerte.