El consenso mundial sobre cómo se debe proceder frente a la actual pandemia de covid-19 para reducir la tasa de mortalidad se apoyó en tres pilares -cuarentenas, testeos y vacunación- que pretenden tener bases científicas inconmovibles, pero sus proclamados éxitos no parecen resistir un análisis crítico. El epidemiólogo argentino Mario Borini se tomó el trabajo de examinar los resultados que tuvieron estas medidas en diferentes países y halló que el vínculo postulado no encuentra asidero en los datos que arroja la fría realidad.
Borini advierte que dejó de lado la discusión que pueda generar cada uno de esos pilares para concentrarse en “la mortalidad, cuya ocurrencia -dice- es generalmente incontrovertible”, algo que no sucede con “la enfermedad, las comorbilidades, las complicaciones y los episodios de la atención (emergencias e internaciones con cuidados intensivos), más sujetos a deformaciones e interpretaciones, no sólo de sus condiciones sino incluso de su ocurrencia, en una alta proporción de casos”.
En una entrevista con La Prensa, el especialista explicó que “al sistematizar las estadísticas de las tres medidas de la política pública - restricciones, testeos y vacunas- uno ve que éstas van por un lado y los datos van por el otro”, una evidencia que lo lleva a deslizar que, “o los dos son mentirosos, o uno de ellos es mentiroso”.
“Esta gente es tan impune -sostuvo el especialista- que miente con las estadísticas y miente con las políticas públicas, que deberían acoplarse a las cifras para que la mentira no se vea. Pero observando los propios datos que ellos brindan se ve que lo que dicen no tiene que ver con lo que hacen”.
“Utilizando las estadísticas hechas públicas respecto de la mortalidad, las confronté con las políticas que implementaron para ver que nada tiene que ver con nada”, explicó.
En su estudio, Borini tomó “una variedad de países de los cinco continentes, clasificados según hayan sido sometidos o no a encierros universales y coercitivos durante un lapso prolongado”, con los que confeccionó un cuadro, analizando en cada uno de ellos la tasa de testeos, la proporción de vacunados y la tasa de mortalidad registrada como covid-19 hasta el 15 de julio de 2021, tomando como fuente a Worldometer.
A esos países, elegidos por alguna particularidad distintiva o por tener diferencias en la aplicación de esas medidas o en la mortalidad resultante, los clasificó luego considerando aisladamente cada una de las tres medidas mencionadas en relación con sus logros.
Al medir la efectividad de las cuarentenas, el cuadro muestra cómo países que aplicaron restricciones tuvieron una suerte diversa. Así, Argentina, España, Italia o Israel tuvieron una mayor tasa de mortalidad por millón de habitantes que la media mundial (527 por millón de habitantes), mientras que en Noruega, la India o la República de Congo ese índice fue menor, aun cuando todos aplicaron reclusiones.
La dispersión de resultados se mantiene entre quienes no aplicaron restricciones. Así, Brasil, Uruguay o Suecia tuvieron mayores tasas de mortalidad que la media mundial, mientras que Haití, Australia o Japón lograron menores índices siguiendo el mismo criterio.
Algunas conclusiones del estudio sobre este primer pilar de las políticas públicas son que las cuarentenas no reducen por sí solas la mortalidad, que hay numerosos casos que alcanzaron mejores estadísticas sin esas restricciones, que dentro de un mismo país hay índices muy elevados en el norte y muy bajos en el sur (Italia), y que hubo lugares donde las reclusiones fueron reemplazadas por la búsqueda activa de casos y contactos, logrando mucho mejor resultado (Japón).
En la entrevista con La Prensa, Borini apuntó que ese primer cuadro “debería mostrar una polarización. A mayor cuarentena, menor mortalidad. Pero al contemplar los resultados vemos que nada tiene que ver con nada. Es como un paño de juego donde se tiran los dados a la suerte y caen en cualquier lado. Hemos perdido la coherencia”.
PEDIR PERDON
“Fíjese que, aun los que tuvieron éxito con las cuarentenas, como Noruega, luego se arrepintieron. Allí, el departamento de Economía y el de Salud emitieron un documento conjunto en el que pidieron perdón a los noruegos porque, si bien esa medida les sirvió para reducir la mortalidad, por otro lado significó un atentado contra los derechos humanos, un pecado que prometieron no cometer más”, indicó.
El estudio muestra que tampoco “el testeo más frecuente se acompaña por sí solo de reducción de mortalidad”.
“Hay países desarrollados con muy pocos testeos y muy baja mortalidad (Australia, Japón)”, mientras que “hay países con alto número de testeos y muy alta mortalidad (Gibraltar, Reino Unido)”, asevera. El análisis también pone de manifiesto que “los países con mayor miseria tienen muy pocos testeos, lo que no les impide tener mortalidad muy baja (Haití)”.
Ante esta heterogeneidad que revela el cuadro, Borini recordó lo que se viene repitiendo desde hace tiempo: que la técnica de testeo utilizada, denominada PCR-RT, tiene en sí misma un defecto de caracterización. “Esto es lo que reconoció la última semana los CDC de Estados Unidos, que la PCR da positivo con cualquier virosis, sobre todo con la gripe, y también con el coronavirus. Entonces eliminan de cuajo la PCR como prueba diagnóstica. Es un escándalo”. “Además, nunca se vio en medicina que una prueba determine el diagnóstico. Esto es una subversión”, añadió.
VACUNAS Y MUERTES
Otro tanto ocurre con las vacunaciones. El cuadro confeccionado a partir de datos obtenidos en Google y en Ourworld in data revela que hay países como España, Reino Unido o Israel con más del 50% de su población inoculada con al menos una dosis y que registraron una mayor mortalidad por millón de habitantes, y otros como Noruega, Singapur o Canadá que habiendo superado también ese porcentaje de inmunizaciones alcanzaron mejores resultados.
En cambio, con menos inmunización, Argentina y Brasil tuvieron mayor mortalidad, y Haití, Australia o Japón, una tasa de decesos menor.
El otro dato sugerente que marca el estudio es que “en base a la gráfica de sitios de internet que informan estadísticas de la pandemia, las segundas olas coincidieron con el comienzo de la vacunación en muchos países”.
La primera conclusión general del estudio es “sería precipitado emitir un juicio definitivo acerca de las relaciones entre las medidas de gobiernos (encierros, testeos, vacunas) y los resultados en mortalidad”.
Borini afirma que “en un examen preliminar, los resultados no coinciden con la difusión de noticias oficiales por los países y las organizaciones internacionales ligadas a salud. Hay ejemplos y contraejemplos para discutir las tres herramientas principales de las políticas públicas frente a la pandemia: encierro y conductas aislacionistas (barbijo, distancia interpersonal), testeos y vacunación”.
Un ejemplo de ello es que “bastantes países tienen bajos testeos, baja vacunación y baja mortalidad (Hong Kong, Taiwán, India)”.
A partir de “la desigualdad y hasta el caos entre medidas y resultados”, el epidemiólogo observa en su estudio que “no hay racionalidad científica para sostener las medidas generalmente utilizadas” y desliza que “los hechos pueden inducir la hipótesis de que las medidas son de naturaleza política y por tanto con objetivos políticos”.
“Estos objetivos serían entonces diferentes a los declarados, y se apoyan en el miedo, la coerción gubernamental y la propaganda masiva en base a datos frecuentemente incorrectos, en contraposición con decisiones sociales basadas en la responsabilidad y el protagonismo informado”, prosigue.
Borini recordó en su diálogo con La Prensa que “las estadísticas aportan datos que deberían ser una orientación para otras ciencias y para la acción. Si la estadística no impacta absolutamente nada en el manejo de los recursos uno concluye que, o bien ni siquiera ellos creen en las estadísticas, o bien no son científicos coherentes. Porque la coherencia consistiría en que la estadística tenga relación con la epidemiología, la epidemiología con la administración, la administración con la política, y así sucesivamente”.
“La ciencia debe ser útil, ser coherente y corresponderse con la realidad. Y acá resulta que la estadística muestra una cosa y los responsables de las políticas públicas hacen lo que se les canta”, exclamó.
Del análisis de los datos, lo que surge según Borini es “la discordancia”.
“La ciencia tiene tres fundamentos: tiene que tener correspondencia con la realidad, que es lo que aquí está en duda gravemente; utilidad (es decir, hacer algo en relación con los datos obtenidos para mejorar la situación en la dirección buscada, algo que aquí no ocurre); y coherencia, que tampoco tiene”, manifestó.
“Esto permite hacer una conclusión final: aquí lo que hay son objetivos políticos pero no hay ningún otro objetivo sano para el desarrollo humano. No hay objetivos éticos. No hay objetivos sociales. Y no hay ciencia”, concluyó.