Una familia de clase media alta, aparentemente como todas. Elías (Oscar Martínez), productor rural de más de sesenta años, y su esposa Adriana, más su hija Carla (Dolores Fonzi), su esposo Santiago y un pequeño hijo. El padre tiene problemas económicos y no hay buenas relaciones con la mujer. La muerte de ésta por un accidente casero rompe la rutina familiar y la posterior sospecha por parte del yerno de un asesinato, enturbia el contexto.
A partir de ese momento la historia transita los caminos del policial, en el que el director Miguel Cohan aporta una conocida experiencia ("Betibú", "Sin rumbo"). El punto de vista se centra en un comienzo en Santiago, que intenta compartir la sospecha con su mujer, poco permeable a intervenciones externas ajenas al compacto familiar.
La narración no sigue una pauta líneal, cronológica. Se transforma en una suerte de caleidoscopio donde tiempos y espacios se van acomodando a medida que la acción se desarrolla. Si por un lado la narración de Elías habla de lo que sucedió aquella madrugada en la cocina (escena primaria de la muerte de Adriana), paralelamente los descubrimientos de Santiago sobre pequeños detalles que formaron parte de lo que ocurrió difieren de lo anterior y se suman a escenas donde Elías vive y revive lo que verdaderamente sucedió.
FANTASMAS FAMILIARES
Filme negro que evoca cierta tradición del policial francés de la década del "50 (Clouzot), el luminoso entorno de la casa familiar parece molestar un poco en la representación de lo sombrío de los hechos, sin impedir la impecable factura, en primerísimo plano, de la escena de la muerte de Adriana, la dueña de casa.
Hay subtramas que aluden a una historia familiar conflictiva (en el comienzo la presencia del padre de Elías, un estupendo Norman Briski), que incluye referencias a la religión de la familia (la judía), que más allá de las manifestaciones externas, se mantiene en un marco críptico. Quizás el tema de la conservación del patrimonio familiar a pesar de todo, como un mandato al que hay que responder, y la responsabilidad del sobreviviente varón de la familia (Elías es el único hijo vivo) se mantiene como una sombra imposible de cumplir.
Cohan sigue demostrando eficacia en el manejo de la tensión y el juego del punto de vista. La elección actoral es acertada. Oscar Martínez nuevamente asume el papel odioso que tan bien encarna, y lo hace con profundidad en un contrapunto de miradas y silencios, junto a una profesional de primera línea como Paulina García y Dolores Fonzi, como esa hija que va mutando frente a su padre, a medida que situaciones límite se destapan. Correcto Diego Velázquez en el papel de Santiago.
Expresiones de estilo discutibles pueden ser la lentitud inicial que demora la ansiedad del espectador y el excesivo naturalismo en las escenas de sangre.
Calificación: Buena