Rodrigo Bueno fue un ídolo cuartetero nacido en la provincia de Córdoba. Conocido como El Potro y aún antes como El Bebote Cordobés, impuso un género con las raíces de su provincia, heredero directo de la fusión de la música traída por italianos y españoles a nuestro país, como la tarantela y el pasodoble, influidos por géneros tropicales sudamericanos.
Como en el caso de Gilda, otro fenómeno popular, nacido en la provincia, pero de Entre Ríos, en pocos años alcanzó el éxito musical, se convirtió en ídolo y falleció en un accidente automovilístico. Rodrigo tenía 27 años, Gilda, 35.
La directora Lorena Muñoz, que tuvo un verdadero éxito cinematográfico con la película que recordaba la figura de Gilda (interpretada por Natalia Oreiro), elige otro ídolo popular, Rodrigo, y luego de un comienzo no cronológico lo sigue en su ascenso en el mundo de la música hasta la muerte en plena juventud.
INTIMIDAD
Las primeras escenas de la película describen ya a Rodrigo en su consagración en el Luna Park y luego en su cita con la muerte en una ruta del Gran Buenos Aires, la madrugada del 24 de junio de 2000. Lo que sigue es la típica escalada de un muchacho de carisma y singular energía, con un papá productor musical y una mamá enamorada de ese hijo mayor, al que fue modelando a la medida de sus esperanzas, en un hogar sencillo donde la música era una costumbre.
Vida de un ídolo popular entre admiradoras fervorosas, en shows naif de pequeñas localidades provincianas, hasta excéntricos recitales en el Palacio del Boxeo (Luna Park) con el ring como escenario, Rodrigo marcó un momento y popularizó un género.
Secuencias con distintos puntos de vista, la madre, la novia, testimonian situaciones íntimas, choques de la realidad de un muchacho simple con el sofisticado y a veces oscuro mundo en que compases musicales se mezclan con la droga y las ganas de no pensar en siete actuaciones por noche. El filme de Lorena Muñoz visibiliza la intimidad de un fenómeno irrepetible.
LOS RECITALES
El mayor de sus logros está en la puesta en escena de los shows, desde los iniciales hasta los últimos. Romances, excesos, enfrentamientos y momentos que iluminan como los de ese manager muy nuestro, estupendamente interpretado por Fernán Mirás, o los padres, que uno imagina fueron los del ídolo, a cargo de Florencia Peña y un destacado Daniel Aráoz.
El parecido del actor elegido, Rodrigo Romero, con El Potro es asombroso y le otorga la suficiente energía como para acercarse dignamente al original. Como curiosidad se puede observar la participación del hijo de Rodrigo como uno de los guitarristas y, en la escena final, los músicos que integraron la banda original del artista. Esto, sumado a canciones exitosas del ídolo contribuyen al fervor de sus seguidoras.
Calificación: Muy buena