Usted repite un mantra: “la historia ya me absolvió”. Déjeme decirle que no. La absolverá tal vez su historia, la que usted imagina en su cabeza, la que hace escribir o repetir a sus adláteres a quienes convence con su prédica goebbeliana y a los que termina creyendo cuando repiten lo que usted les ordena repetir. Pero la Historia, la que escribieron con heroísmo, talento y coraje San Martín, a quien usted tanto desprecia y a quien le debe un sable, Belgrano, a quien usted tanto admira sin saber bien por qué, o Güemes, y Sarmiento, Avellaneda, Roca, los tres forjadores de la Nación a quienes usted también desprecia y ningunea, como desprecia a Alberdi a cada paso, jamás la absolverá. Al contrario. Ya la condenó al más gélido rincón de sus anaqueles, como imaginó el Dante.
Una historia de esfuerzo, de trabajo, de sacrificio, de fundadores, de inmigrantes que transformaron la sabana estéril en pampa húmeda, el médano en cultivable, que además de las semillas también sembraron la educación y la llevaron como bandera de progreso, oportunidad y civilización al último rincón del país. Una historia de luchas y muertos heroicos, de gestos y grandezas, de victorias y derrotas gloriosas, de épicas auténticas y patrióticas, de logros y fracasos que se celebraban entre todos o se lloraban entre todos. Desde Firpo a Vilas, Luciana Aymar o Gabriela Sabatini, desde Houssay a Milstein, desde el doctor Maradona al doctor Favaloro. Desde el sargento Cabral a Aguirre, Poltronieri y Luna. La historia que alguna vez aprendimos en la escuela pública, antes que usted la vilipendiara y desnaturalizara, donde era tan fácil sentirse compatriota de todos sin exclusión.
Esa historia, la historia de tantos de nosotros, la que nos hace sentir orgullosamente argentinos, la que nos hizo ser envidiados, a veces criticados, siempre destacados, no la perdonará ni la absolverá nunca. Con esa condena, ese desprecio y esa sanción, deberá convivir hasta el final de sus días.
Esta es la sociedad a la que usted le ha dedicado tantos años de su odio, de su indiferencia, de su capacidad de disolución, de enfrentamientos, de grietas, de mentiras y de relatos cada vez más lejanos de la realidad y más cercanos al desguace. La sociedad con la que usted no ha sido capaz de solidarizarse, ni siquiera de estar presente en los momentos más desgraciados y dolorosos.
Esta es la República que usted sistemáticamente destruyó y destruye desde tantos frentes. Cuando pone tanto empeño en emascular y subordinar la justicia y apretar a los jueces, con todo lo imperfectos, falibles y a veces injustos que son, y se dedica a manosear la ya manoseada Constitución de 1994 para forzarlos a retirarse, tras apoderarse del Consejo de la Magistratura, con la ayuda de su seudocolega abogada exprés falsamente independiente y todas las gorgonas que tiene desparramadas como espías en el sistema de gobierno. O cuando denuesta e insulta a la Corte o a los tribunales que la juzgan, o inventa el lowfare y ahora lo quiere transformar en ley internacional (¿retroactiva, de paso?) Y fabrica, vía su mano larga Caamaño la competencia de tribunales supranacionales que ni aún existen, como la del inútil y caro Parlasur, ahora que ha muerto la Unasur que pergeñara con su marido, o papelonea ante el Mercosur y manda a su pet a proponer un Observatorio de calidad democrática ante la alianza comercial, después de torpedear prolijamente las relaciones con todo el sistema internacional. No le importa ni el comercio ni el bienestar de la sociedad. Los juega como un naipe sobre el tapete verde de su conveniencia.
Cuando designa un ministro de Justicia recién sobreseído ad hoc, sin vergüenza ni conocimientos, para que pida cuentas a la Corte. O cuando usa el Senado para forzar la sanción de leyes y DNU’s o para manipular las designaciones, con lo que no solamente se ríe del Poder Ejecutivo sino que lo desafía, desautoriza o castra día a día. O manda hacerlo a su perfecta alter ego, Bonafini. Y no nos engañe. Usted no intenta castigar o desplazar algunos casos de jueces corruptos. Usted quiere que esa corrupción opere en su favor.
No. La república no la absolverá jamás. No importa cuánto apoyo crea que consiga con esas actitudes. Hay una incompatibilidad en la génesis de su pensamiento con el concepto mismo republicano que le hace imposible siquiera abarcarlo.
Tampoco la perdonará la Nación. A la que ya ofendió cuando puso un presidente a dedo, pero a la que ahora ofende todavía más, cuando gesticula modulando con los labios su calificativo parrillesco, ordinario y conventillero favorito, para que lo tomen todas las cámaras. O cuando obliga al presidente-delegado a retroceder, o a desdecirse, con sus gritos sus amenazas, sus berrinches o por el accionar de su circo paralelo tiránico y patético. Como cuando se negó a entregar los atributos de mando, o cuando ensayó su mejor cara avinagrada para ofender al presidente Macri o a quien fuera, da lo mismo.
La soberanía de la Nación es el papel higiénico sobre el que usted escribe sus alegatos que le hacen creer que son magistrales. Y la Nación, o sus integrantes que todavía tengan dignidad y memoria, tampoco la absolverán jamás por ese desprecio y esa humillación. Como nadie con sangre en las venas podrá perdonar el sabotaje deliberado de sus berrinches y discursos mientras el Ministro de Economía negocia el ya escuálido e imposible pago de la deuda nacional. O su presión sobre su empleado presidencial para que salga del grupo de Lima, otro “suicidio” al que condena al país, como si lo de Nisman fuera poco. Faltaría mandar a Berni a negociar con la burócrata Georgieva para completar el símil.
Esta es la soberanía que usted regala a los mapuches, a los montoneros que protege, apaña y encumbra, y a todos los que quieren desguazar a la Argentina para quedarse con un pedazo de su territorio y también regala a las orgas burocráticas socialistas que quieren transformarla en una dependencia de una extraña Patria Grande internacional que nunca existió y que es un invento para la esclavitud de los países sudamericanos en manos de bandidos disfrazados de dadivosos líderes, indigenistas, reivindicacionistas, terroristas, libertadores de entrecasa, demagogos o simplemente ladrones.
Y nada de estos aspectos tienen que ver con la ideología, o la concepción económica. Se trata de su comportamiento, de su conducta, de su egoísmo, de su crueldad. ¿Y por qué semejante calificativo? Porque cualquiera sabe que su objetivo, mucho más allá de su vocación irreductible de impunidad, es legar el país que cree que le pertenece como si tuviera un hechizo sobre él, a su hijo Máximo, un personaje tan precario en limitación de formación y miras como lo es Maduro, el semianalfabeto que, como una hormiga guerrera ciega, se ocupa de minimizar a Venezuela a diario, con el apoyo del socialismo de múltiples apodos del continente, todos billonarios, obviamente.
¿Cómo puede esperarse el perdón o la absolución de la sociedad ante semejante futuro al que será entregada? Tal vez hace usted bien, señora, en tratar de conseguir la absolución de la justicia. Es más fácil que conseguir el perdón de la sociedad que ha desintegrado. Ni siquiera el peronismo será magnánimo. Así como Perón defenestraba a sus precarios delegados con la frase “me ha traicionado” y ahora usted hace defenestrar y humillar a su presidente mascota con la frase “nos ha engañado” tarde o temprano el movimiento (incluidos los gobernadores sátrapas) comprenderá que ha sido usado y encontrará la frase que simbolice el final.
No hacen falta grandes dones para saber que lo que usted quiere negociar con el sistema mundial no es un plan serio y completo con la ideología o fundamentos que fueran. Usted quiere negociar una tregua que le permita mantener no ya el bienestar sino el relato de un bienestar hasta las elecciones de medio término. Por eso inventaron a su pedido este cepo para ganar estas elecciones (parecido al que inventó en su presidencia anterior para pagar los Boden 2015 del fabuloso negocio con Chávez). Y después hará lo mismo cuando se trate de consagrar a su vástago en las presidenciales. Lo que significa que el país que quedará en 2024 será dependiente totalmente del Estado y no tendrá ninguna otra salida que no sea “la liberación” o sea la dictadura, o sea la autocracia de que habla Biden, aún cuando él use la frase con otro propósito. Máximo no heredará una república, ni una presidencia. Heredará un trono.
Por eso no solamente usted no teme con algunas medidas romper, ahuyentar y vaciar el aparato productivo, sino que le interesa lograrlo. Es su objetivo. Tanto lo que hace al capital como a la generación de trabajo. No solamente no puede permitir el éxito y el mérito, que son individualidades intolerables privadas, sino que necesita que todo el electorado dependa del estado para subsistir, se sienta débil y desprotegido. Le cae como anillo al dedo la idea de un subsidio permanente, llámese renta universal, (que ya no es universal, como era previsible) o de un impuesto temporario que será permanente, siempre pagando veinte veces más a sus funcionarios leales, como corresponde a la burocracia oligárquica. Después de ello, sólo hay que tomar el poder.
Tampoco la democracia perdonará ni absolverá semejante comportamiento y semejante consecuencia. Ni siquiera la deficiente y discapacitada democracia de hoy, tanto en el país como en el mundo.
Es cierto que tal vez la sociedad no se libere suficientemente del hechizo como para comprender su ejercicio ilegal de la economía, señora. Como aquella rara charla con el CEO de las mineras, o cuando pactó con China para regalarles (¿?) la pesca ilegal en un negocio que aún no se ha empezado a discutir pero que es más grave que todos los cuadernos juntos. Lo mismo que las bases de la Patagonia a cambio de un swap que todavía es incomprensible para los técnicos más sabios.
¿Está tan hechizada una parte de la sociedad que la absolverá de sus condicionamientos al origen de las vacunas que han terminado por costar vidas? – Es demasiado optimismo, o pensar que la población ha perdido definitivamente su capacidad de pensar, otra ofensa.
Es probable que finalmente, usted logre echar a todos los jueces que le molestan, tras una afanosa persecución minuciosa y enfermiza. Es posible que finalmente logre trampear del todo con la ayuda de la abogada de dos años de carrera de su incondicional Lavagna al Consejo de la Magistratura y que de ese modo no deje ni un solo funcionario probo o al menos eficiente en la justicia. Hasta es posible que ponga la Corte que se le de la gana con una combinación de carpetazos, mezquindades y situaciones de pequeñez suyas y de ellos. Y que como consecuencia de ello la justicia, o el justicialismo, sin venda en los ojos, como en los billetes que imprimía Perón, la libere de cargo y culpa en todos los juicios. Y hasta es posible que termine enviando a la cárcel a todos quienes se atrevieron a procesarla o acusarla.
Hasta es posible que el país sufra como consecuencia que usted lo someta a un sistema de justicia sin penas y sin condenas en firme donde se litigue eternamente, como si Kafka y Borges se hubieran complotado en imaginar un laberinto jurídico circular y absurdo. Algo parecido a lo que va a pasar en Brasil con el sistema eterno de apelaciones. Pero no se equivoque. Eso no es absolución.
Alguna vez, antes del advenimiento de esta raza de vividores que se llaman a sí mismos políticos profesionales, de los que usted es un buen ejemplo, aunque se presente como abogada exitosa, una doble falacia, los funcionarios juraban con la fórmula “que Dios y la Patria me lo demanden”. Dios fue quedando de lado porque sabía demasiadas cosas, y la Patria, ya no era un acto perpetuo, como dijera nuestro gran ciego. Se pasó a jurar por la Nación. Después se empezó a agregar lealtades, casi al borde del chupamedismo. “Que Evita me lo demande. Que Néstor me lo demande”
No creo los últimos dos nombrados, pero la Patria, la Nación, la democracia y la ciudadanía se lo demandarán. Nunca será absuelta por ellas ni por la historia. Aunque usted y sus amanuenses se tomen tanto trabajo en reescribirla. Todos los días usted sentirá sordamente tronar el escarmiento. Cuál decía San Martín, no Perón, como usted cree. Y siempre seguirá pendiendo sobre su cabeza, sujeta de un delgado hilo, la inflexible e invisible vara terrible de esa justicia inapelable. Algo así dijo Perón, fíjese.