Siete meses después de llegar a la Casa Rosada Javier Milei sigue ejerciendo el poder, a pesar de tener a casi toda la dirigencia política y corporaciones en contra, porque hizo dos revoluciones y dio muestras de un liderazgo tan inesperado como “sui generis”.
La primera revolución fue la fiscal. Ayer el ministro Luis Caputo informó que en junio continuó el superávit ininterrumpido. El excedente del Tesoro del mes pasado fue de 238 mil millones de pesos. El superávit de todo el semestre fue de 0,4 del PBI.
Si se considera que de los últimos 63 años hubo déficit primario en 48 y financiero en 57, se tendrá una idea de la magnitud del cambio, algo que nadie creía posible, en especial entre los economistas que opinan en los medios y entre la dirigencia partidaria, principal responsable del desquicio fiscal que hundió la economía en su actual postración.
El superávit fue el resultado de una poda brutal del gasto público mediante el método de shock. Los subsidios se podaron por ejemplo en un 43%. Es sabido que los políticos se niegan a pagar el costo electoral de los ajustes hasta el punto de llegar al borde la hiperinflación. Pero en esto caso no hubo costo político según la casi totalidad de las encuestas que dan al presidente un 50% de aprobación. Y si no hubo costo político es por la segunda revolución, la cultural, de la que Milei no es responsable como de la fiscal, pero que sí detectó antes que nadie.
El apoyo que mantiene el presidente del grueso de sus votantes es menos una devoción personal que a las ideas que defiende. Su histrionismo y desubicación no mellan la convicción de un sector mayoritario de la sociedad de que resulta imprescindible un cambio después de 80 años de fracasos de la demagogia y el populismo. Por eso la paciencia de los sectores más golpeados por el ajuste: no importa tanto el resultado inmediato como la perspectiva de que por el actual camino se saldrá del laberinto circular de fracaso y miseria.
La adhesión que suscita Milei generó un tipo de liderazgo con pocos antecedentes. No se trata de un líder carismático, ni que promete un paraíso al alcance de la mano, sino de uno en el que los votantes confían porque creen que va a hacer el cambio. Como dijo ayer Patricia Bullrich porque “va a fondo; no tiene marchas atrás”.
Esta percepción del electorado es una mala noticia para Mauricio Macri que tuvo su oportunidad y la perdió. Ensayó un “camino del medio” conciliando los intereses de los factores de poder y casi termina en desastre.
También son malas noticias para el peronismo, aunque por otras razones. El peronismo rechaza cualquier cambio porque es esencialmente conservador, pero esta situación lo supera. Ahí está Axel Kicillof haciendo piruetas para no aprobar el régimen de incentivos a las grandes inversiones (RIGI), algo que está obligado a hacer porque si no la provincia de Río Negro le va a arrebatar una de 30 mil millones de dólares para la construcción de un planta de gas. El gobernador es un hombre de cara adolescente, pero al mismo tiempo un anacronismo que camina. No se la podía poner más fácil a Milei.