En mayo del año 2020, que tan lejano parece ahora, la duda era hasta cuándo iban a durar las cuarentenas y la alteración de la vida que se había originado en el mundo desde el inicio de la pandemia de covid. El objetivo de las mismas era aplanar la curva para que el sistema sanitario estuviera en condiciones de prepararse para recibir los casos y dar tiempo a cuando apareciera la vacuna o el tratamiento.
Alguien pedía, no sin ironía por lo acertado, el Tamiflu por el nombre comercial del Oseltamivir, en referencia al medicamento usado y propuesto como milagro en la gripe aviar y en la porcina, precursoras de esta pandemia. El desastre del "Tamiflu" ameritaría otro artículo por sí mismo. En ese momento se prolongaban mediante anuncios oficiales que se esperaban angustiosamente, una y otra vez esas medidas que serían las últimas, hasta ser renovadas en el siguiente discurso. Estas medidas tenían un fin que era controlar la posibilidad de transmisión de la enfermedad. No nos detendremos aquí sobre su pertinencia, sino en las modificaciones sociales y psicológicas que producía en los receptores, la población, pero también en los emisores de las mismas, quienes las delineaban, promulgaban, comunicaban y particularmente quienes se transformaron en interpretadores, o exegetas de alguna manera, de cada anuncio.
Todas las formas de energía implican un balance de ciclos de incremento en un lugar y un descenso en otro complementario, esto se da en los ciclos de la naturaleza, en la economía, también en lo social y en la información.
En estos días celebramos la Navidad, pero fruto de siglos de tradiciones relativas al solsticio (el sol quieto) de invierno en el hemisferio norte y de verano en el sur. Ese día en el que paradójicamente comenzaba el invierno, al mismo tiempo era el largo camino de seis meses hasta colocarse en el lado opuesto. Desde la antigüedad se entendió que el balance y el respeto por esos ciclos era la clave de la vida.
Esto lo entendieron todos quienes buscaron el control en la historia y así el control de la información fue desde el origen de la cultura, la forma de construir poder, transformando eso en control social en algunos casos. La construcción de la estructura social de las religiones se basó siempre en establecer ese intermedio que obligaba al pasaje a través de quien poseía real o supuestamente ese poder para luego conectarse con otro nivel, en este caso, espiritual. Los sumos sacerdotes fueron desde siempre quienes estaban en la cima de la pirámide del poder, los reyes y su carácter "divino", era parte de lo que sostenía ese esquema. La plebe no podía entender los designios divinos.
Así un ciclo de vida/muerte, vivido de manera directa por todos, pasó a ser mediatizado por quienes poseían "el" conocimiento. En esta delegación de poder, el que lo recibe tiene como contrapartida una enorme carga y responsabilidad como los líderes políticos de lo terrenal (al César lo que es del César). En el caso de los religiosos, en la antigüedad velaban por nuestra salud espiritual pero también poseían el conocimiento y lo hacían con la física. Aún hoy los shamanes son a la vez quienes se conectan con "los dioses" y proveen la cura.
Esa transferencia de poder ha sido lo que ha dado el libreto a la historia de la humanidad en la cual unos indefectiblemente terminaban padeciendo esa hubris, que los convertía, como advirtieron los griegos, en particularmente peligrosos a la sociedad. Desde las diferentes revoluciones del conocimiento, como la imprenta, la adopción del método y pensamiento científico, la lógica o más actualmente internet, ese desbalance de poder tuvo la posibilidad de control de pares y de aquellos a los cuales debía servir. Así, el dogma fue reemplazado por la ciencia, por ejemplo, y los datos concretos, ya no un iluminado que era portador del saber infalible.
Desde el origen de la pandemia, hemos asistido a un proceso particular en el cual, mediante algo novedoso en términos históricos, los medios, la validación de un saber ha pasado a ser aquello que es instalado mediáticamente. Por supuesto, para que el mensaje tenga validez, aquellos que la instalan deben ser portadores de un título de "sacerdote" diríamos en la antigüedad, que valide a la persona que será erigida como experto por su existencia y no por la coherencia de sus juicios.
Frecuentemente, los receptores no deben comprender cuál es la naturaleza de su delegación de poder, por ejemplo, desconociendo por qué un "experto" dictamina con vehemencia de sumo sacerdote. Al mismo tiempo, siempre para construir y conservar el poder dado por ese conocimiento, era necesario volverlo confuso, críptico, esotérico casi, que en definitiva necesitará el decodificador e instalando la idea de que sin el mismo no podíamos llegar a ver la realidad.
Por ejemplo, para verificar el inicio de un periodo o de un ciclo, alguien nos debía informar o decir que ello era o no eso, ya no podíamos ser todos (los paganos) quienes simplemente lo observáramos. Al fenómeno inicial de la religión que era ligar, unir con algo superior, se le opuso el pensamiento sectario, que era cortar esa unión. Una forma de cortar ese vínculo ha sido en esta etapa sumirnos en el caos informativo, en el que lo dicho hoy sea negado mañana y lo que antes era desconocimiento prácticamente total pasará en días a ser certeza absoluta.
La idea de la ciencia como algo comprobable y con una metodología clara fue suplantada por el dogma, pero llamándola ciencia. Todo aquel que pidiera usar el método científico, lógico, no aceptando el dogma, era condenado a la hoguera del anticientifisismo, y camino a la demonización. Es interesante leer los procesos históricos: Giordano, Bruno, Galileo, Salem... múltiples en la historia y todos bajo el mismo patrón.
Ese exceso de poder, manejado por quienes no tenían la capacidad de contenerlo, los ha desbordado y como forma de contener históricamente han entendido que un fin mayor justifica los medios. Las ideas del "nuevo hombre" han sido constantes en todos los procesos totalitarios que indefectiblemente estuvieron sostenidos por una retórica científica y más precisamente ligada a la salud. No importan las contradicciones si logran salvar nuestra vida, estableciendo que su dogma sea incomprensible para los mortales en su caos conceptual.
Así, el caos es también el instrumento para sostener ese poder. Quizás solo así puedan comprenderse órdenes de nuestros cuidadores: que debemos pasar las fiestas dentro de nuestras casas no dejando entrar a nuestros familiares o amigos si no están vacunados y/o con una prueba de PCR, y debemos mantener la distancia social, y el barbijo en la cena navideña.
Los procesos totalitarios comienzan a colapsar cuando en su exceso los mortales se dan cuenta que los dioses deben estar locos y allí comienza la revolución que implica el nacimiento a otra etapa.
Quizás, el gran reinicio sea útil comenzar a vislumbrarlo en esta navidad, viendo que los dioses no son quienes creemos. Quizás, inclusive, estemos a tiempo de ayudarlos a recuperarse de su hubris y recuperar su aspecto humano.
Feliz Navidad, a festejar el nuevo nacimiento.