¿Recuerdan cuando ‘1984’ y otras novelas eran del género ficción distópica? Volvamos con la imaginación a esos años y situados en esa época, cuando el 2000 o el 2020 parecían ya no solo fechas sino números lejanos, intentamos vislumbrar ese mundo futuro. Siguiendo la saga distópica, imaginamos que en ese mundo el pensamiento único es endiosado, la diferencia condenada y perseguida y el narcisismo no solo es normalizado, sino celebrado; una cultura global en la que el egoísmo, la autorreferencia y autopromoción ya son virtudes, y la empatía es una idea lejana y de alguna manera una palabra vacía de contenido y secretamente objeto de sorna. Un mundo donde la gente se comunica por redes sociales virtuales, en las que nada es real y comprobable sino un caleidoscopio de imágenes ilusorias, que se toman como reales y se nos trata de imponer como tales, que constituyen y alimentan un ciclo interminable de la auto-adulación, auto-observación, vanidad y desprecio por lo que no refleje esa imagen y también su consecuente violencia.
Así, en este "nuevo orden", en realidad en la nueva construcción mental, esquema cognitivo o ‘mindset’, la violencia no solo es aceptada, sino que valorada, y se convierte en la moneda para demostrar la valía y el bien supremo: alcanzar la fama. El comportamiento contrario, el diálogo o la búsqueda de acuerdos, por ejemplo, es signo de debilidad y de escaso valor en el mercado del brillo narcisista. Las redes sociales creadas a tal fin, amplifican este comportamiento, recompensando y colocando en un lugar de nota, visibilizando, a quienes exhiben desprecio, dominación y crueldad. Así, quien demuestre esas “virtudes” para el nuevo sistema, conseguirá más visualizaciones e inevitablemente demostrará a los demás que ese es el camino para ser observado, ser tenido en cuenta. En el fondo, el único valor de mercado es ser objeto de la mirada del otro. Cualquier crítica a esto sufrirá las consecuencias: el descrédito, la adjetivación y la acusación del peor de los pecados “no existir”, es claro que para lo que importa: para las redes sociales. Esa moderna forma de destierro debe ser evitada a toda costa, ya que si se consiguen en una búsqueda frenética las visualizaciones, los "me gusta", inclusive las críticas de quienes no entienden el nuevo orden, todo eso genera el premio del impacto por encima de la sustancia. No es lo que expreso, lo que digo, sino cómo, y ese cómo debe ser disruptivo y particularmente auto centrado y violento.
En estos días veía un grupo de jóvenes que, en razón de una orientación aparentemente política, se permitían expresar abiertamente una obscena demostración de aquello que eventualmente debían controlar: la agresividad, la ira, el desprecio por el otro, la autorreferencia, etcétera.
Al ser cuestionados o tan siquiera preguntados por la razón de esos comportamientos o si entendían las consecuencias de éstos, desarrollaban un discurso que estaba centrado en ellos mismos y giraba en un radio que no excedía a su propia existencia virtual, sin siquiera tomar en consideración la de otros en el mismo sistema ya que importaba exponer de manera cuanto más impúdica mejor su falta total de empatía. Al final de cada uno de los vociferantes soliloquios, quedaba en claro que era una competición para demostrar quién despreciaba más a quien estaba fuera del microsistema de él o ella misma o eventualmente en su imagen virtual, alguien que corroborara 100% su pensamiento.
En un contexto que en apariencia se desea definitivamente cambiar, esto era una clara manifestación de la expresión de una forma disfuncional de expresar la propia personalidad. Uno de los personajes demostraba odio y directamente repugnancia a su ocasional compañero de set televisivo, en una extraña parodia de comportamiento de la realeza del siglo XVII. La fórmula era que era “abierto y sincero” y al ser expuesto al hecho que la misma podía recibir una respuesta idéntica, pero de signo contrario, ahí sí mirándose en el espejo, no dudaba de tildar al otro de violento, intolerante, fanático, etcétera, es decir ahí sí podía verse, en el espejo del otro ignorado.
La Era del Narcisismo: la sociedad de la auto obsesión
El narcisismo tal como lo estudiábamos hace décadas era en un contexto individual, disfuncional, pero en este nuevo orden mundial ya no es solo un rasgo de personalidad, sino la base de los valores sociales valorados. El éxito se mide en la espectacularidad y lo chocante del comportamiento que dará mayor visualización, que los medios tradicionales en particular los visuales, fomentan, ya que buscan en definitiva lo mismo. En un caso se llamará rating y asegurará la permanencia de ese programa, en el otro, seguidores, interacciones, likes, etcétera.
Esta sociedad entre los medios y esos personajes se nutre mutuamente y así tienden a la combustión cada vez más rápida de ambos. Los personajes y los programas son cada vez más efímeros, pero esa rapidez, ese cambio, también sostiene el sistema de imágenes. Lo que permanece es el culto al individualismo, la autopromoción, la vanidad y la competencia por atención.
Es claro que, en una sociedad moldeada por estos principios, el bienestar colectivo, la compasión y el altruismo son absurdas reliquias del pasado, que son reemplazados por un enfoque constante en uno mismo y dignas del desprecio y escarnio. Lo viejo ya no es una edad, sino algo que no es nuevo, y por ende se autoextingue al momento de su aparición.
Desde ese momento la lucha por la subsistencia se basa en la producción de más y más eventos necesariamente espectaculares, que refieran a sí mismos. De todas maneras, la carrera está perdida de entrada, pero viven la ilusión de tiempo detenido.
En este entorno se cultiva una especie de ceguera social; la empatía debe ser ridiculizada como una debilidad, y las personas que se insensibilizan al sufrimiento de los demás, son extraños sujetos de una especie inferior. Así la reciprocidad no existe, o en realidad sí, pero imaginan que no reciben las consecuencias de sus actos, escondidos detrás de su auto observación. Las relaciones son acordes al signo de los tiempos, transaccionales, y en ese contexto la gente se relaciona solo con aquellos que pueden elevar su estatus o incrementar su influencia, que pueden “servir” de algo, en resumen. Las relaciones pierden profundidad, y hay que situarse en círculos en so cuales uno pueda obtener algo y cada conexión se fundamenta en una intención egoísta. Todo esto sostenido por una pseudo filosofía de autosuperación: hay que estar con personas mejores que uno, sin personas tóxicas, lo cual parece en su enunciado razonable, pero en la aplicación validan el narcicismo.
En ese mundo narcisista (parece un relato de historieta y quizás lo sea), la violencia encuentra un terreno absolutamente abonado para florecer sin límites. La crueldad, la frialdad, particularmente si es demostrada a una edad temprana es prueba de pertenencia a ese mundo que los “refrentes o influenciadores” señalan el camino. La violencia es una forma de proyectar poder o ganar estatus y captar la atención. Reflexionar, retroceder en la observación de los errores, es una grave falla de personalidad y una debilidad que debe y será castigada.
En la época de la pandemia ignotos profesionales desacreditaban inclusive a ganadores del premio nobel, y así recibían el premio de la nueva exposición. Eso les demostraba que la siguiente vez, no había que ser fiel a los datos concretos sino a la respuesta absurda, así morirían miles de millones, los cadáveres estarían por las calles, etcétera, recibía mayor exposición, más premio, que otro citando datos concretos. Así, la violencia no solo queda impune, sino que se celebra como entretenimiento. La realidad es menos brillante y aburrida que un delirio cuanto más absurdo mejor.
Esa violencia dialéctica, lógica que destruye el psiquismo ya no resulta impactante o vergonzosa, sino que es el valor esperado, y a su vez escalón previo a que la misma escale a niveles de lo concreto, a lo cual lamentablemente llega.
Una muestra es la generación de contenidos virtuales en redes que buscan el santo grial de ser virales. Para ello esos contenidos deben llegar a extremos absurdos de las formas más crudas de agresión, explotando tanto a las víctimas como a los agresores, sin que estos últimos lo perciban, en un ciclo constante de consumo. Así la violencia logra un efecto de insensibilización y se convierte en parte de la vida diaria, un ruido de fondo constante y lógico, que debe ser normalizado y entendido como signo de los tiempos. En este contexto las plataformas teóricamente diseñadas para conectar personas sirven en cambio como amplificadores de los peores aspectos del comportamiento humano. Cada acto de vanidad, enfrentamiento violento o declaraciones absurdas o insultantes queda documentado y compartido para el consumo masivo, en principio con sorna, luego imperceptiblemente como instalación de un nuevo orden mental. Por otro lado, medios y algoritmos priorizan el contenido controvertido, o extremo, en función claro está de normativas ideológicas, recompensando a estos usuarios con mayor visibilidad, interacción y diciéndoles que en realidad existen, cuando no es el caso. Eco, la realidad, llama de fondo, pero la imagen reflejada en el estanque nos paraliza en la auto admiración narcisista.
Pero el sistema debe mantenerse y así un personaje repetía una semana después de ocurrido su incidente y en el mismo programa otro, días más tarde, exigía la instalación del suyo. La subsistencia está dada por la espectacularidad. En un momento para sostenerla el primero aumenta la apuesta diciendo que podría haber sido asesinado, y viendo que el argumento no generaba más atención, refiere indirectamente al suicidio. En medio, otra persona, intenta capturar la atención diciendo que no le importa nada el destino de desempleados o gente que no llega a fin de mes.
En esta sociedad la conexión humana y la empatía han desaparecido o en realidad se busca que sean sinónimo de una falla de carácter. La ecuación se ha invertido. Las personas dejan de verse unas a otras como individuos con emociones y valor intrínseco y en cambio, se convierten en objetos para ser usados en beneficio propio.
Pero esa satisfacción inmediata narcisista, ya se nos contaba desde el origen del mito, no termina bien, ni siquiera para quien decide ser el centro del mundo, en realidad especialmente para él. Las consecuencias son profundas a nivel individual y social. Las enfermedades mentales aumentan, pero son descartadas como debilidades a ser explotadas en lugar de asistidas. La búsqueda constante de validación lleva a ciclos de fluctuaciones emocionales interminables característicos de esas patologías del vacío, sentimientos de inutilidad opuesto a momentos de expansión sin límites, ansiedad, depresión, cuadros similares a los maníacos, etcétera, en realidad nada que no exprese la volatilidad del mundo de la fantasía. No es casual que esto lleva a la automedicación a las drogas, al alcohol, etcétera. En el horizonte empiezan a vislumbrar el demonio, la sombra, a la cual se le ha vendido el alma y que está dispuesto a recobrar su paga, que no es otra que la soledad, el aislamiento, y eso lleva a una mayor desesperación y necesidad de aturdimiento.
Este sistema no comenzó hoy, sino que bien desde hace décadas, aún muy previas a los sistemas informáticos inclusive, no solo las redes sociales. Un mundo poblado por una suma de individuos, separados es fácilmente influenciable y genera voraces consumidores de lo que sea. La bondad, la colaboración, la empatía, la compasión, son palabras en desuso y ridiculizables y en todo caso inaplicables, solo vale la crueldad y la vanidad que no solo son aceptables, sino esenciales para el éxito. La exposición constante a contenido violento va moldeando la visión del mundo de las nuevas generaciones, generando la sensación de normalidad. La memoria encapsulada en la cual una persona solo conozca lo que pasó alrededor suyo y lo movilice y en un período muy escaso de tiempo, permite la ilusión de recorte temporal. Algo ocurrido hace algunos años, no vale porque esa persona asegura que en ese momento estaba en la primaria. Es decir, el mundo existe en la medida de haber sido captado por mi psiquismo, generando así un recorte cada vez mayor. La memoria es delegada en otro.
En este cambio de orden, de signo de los tiempos todo parece indicar que solo queda ceder ante lo que se nos propone o quizás en realidad impone en medios de difusión masiva y redes sociales. Sin embargo, el comenzar a revalorizar la empatía, la cultura de la existencia del otro, entender que somos partes de un todo y que por ende la concepción individualista es ilusoria cuando no delirante y que el colapso social crece a medida que los individuos priorizan su propio avance sobre el bien colectivo.
Redefinir cuál es el objetivo de la existencia en cada uno, pero fomentar otros valores desde los medios, redefinir el concepto de éxito, puede ser también un rol de redes sociales, es claro no conseguirán otros objetivos más tendientes a la dominación de las masas.
En una entrevista póstuma que se realiza a Orwell el imagina al futuro “como una bota que pisotea la propia cara”, agrega como conclusión que “la moraleja a extraer es simple no dejes que eso ocurra, depende (solo) de ti.”
El estado anímico de Orwell, Blair en realidad, el momento de su vida y el momento histórico que vivía era particular, el mundo estaba en guerra, pronto el moriría. Pero quizás su mensaje aparentemente pesimista llevaba oculto uno muy positivo, y es el mismo que en la actualidad: se nos trata de imponer una realidad y convencernos que todo está perdido, que no hay nada que hacer y que este nuevo orden ya está instalado en el que el egoísmo, el narcisismo, la tríada negra de personalidad, está irremediablemente instalada. En definitiva, que nos atrape el desánimo y la impotencia, pero en realidad es mayoría la gente que comulga con los mismos valores de siempre, con nuestros errores, pero que repudian eso que se nos dice que es nuestro destino irremediable, pero no es así.
Quizás sometidos por el poder de los medios subestimamos nuestras propias posibilidades de salir de esa ilusión que se nos intenta implantar, salir de esa construcción, de ese orden, puede ser el imperativo moral del momento, sabiendo que no solo no estamos solos, sino que el remedio es salir del enclaustramiento de la comunicación mediática y virtual y volver a la comunión con el otro.