Opinión
UNA MIRADA DIFERENTE

Momento de decisión

El inversor no se deja seducir por discursos, afirmaciones ni logros que no sean reales. A menos que quiera sacar alguna ventaja.

No es muy sencillo analizar, ni opinar, ni intentar no ya explicar sino entender el rumbo y el estado de la economía, en medio de la avalancha de discursos, reportajes, insultos, comunicados, declaraciones, descalificaciones, afirmaciones sin respaldo o con datos que se usan con cualquier propósito y en cualquier sentido. 

Sería mucho más fácil la tarea si el Presidente y su ministro de Economía dejaran de intentar convencer al mercado interno y externo de lo pertinente y exitoso de su accionar, y también de lograr conseguir algún préstamo que permita pagar los vencimientos cercanos o renovarlos, tratatando de lograr con palabras lo que los datos no siempre confirman. 

Eso evitaría que las afirmaciones de esos funcionarios fueran rebatidas o controvertidas, haciendo que se pierda credibilidad, algo que tan necesario resulta en estos momentos.  

Por enésima vez vale repetir que la columna está de acuerdo con el concepto de bajar el gasto y tender a eliminar así el déficit, aun cuando se incurriese en exageraciones, omisiones o injusticias temporarias, porque comprende la importancia de “cerrar la canilla” a toda costa, para evitar la causa central de la emisión-inflación, que coadyuva tan eficazmente a la pobreza, pero -más importante- que destruye toda posibilidad de crecimiento sano, única solución real de mediano plano disponible a esta altura. Esa tolerancia incluye la consecución de votos de forma poco ortodoxa, en un medio político-judicial-empresario cuyo combustible es la corrupción. 

Pero, como también se ha sostenido reiteradamente en este espacio, el tema se complica y hasta se negativiza y hace perder toda credibilidad, cuando se intenta controlar el tipo de cambio todavía con más intervencionismo. La emisión, que antes se dedicaba a financiar el exceso de gasto, sigue viva y con toda fuerza, ahora dedicada a comprar dólares para crear más reservas (mecanismo artificial, una forma disimulada de aumentar la deuda) y a comprar dólares a precio de confiscación a los exportadores (a quiénes se obliga a entregarlos al estado) para luego venderlos al precio controlado a los especuladores, en cualquiera de los formatos posibles, para mantener la ilusión de un tipo de cambio bajo, con la ilusión de usar el precio del dólar como ancla cambiara de modo de mantener bajas las expectativas inflacionarias.

  Una suerte de negación o falta de fe en el principio que sirve de justificativo moral y técnico al ajuste, que sostiene que la inflación es siempre y en todo lugar un fenómeno monetario. 
 

La duda maldita

Esta contradicción, que nunca fue propuesta ni prometida ni explicitada como programa de gobierno, es suficiente como para crear dudas sobre la sostenibilidad de las cifras que se refriegan ante la sociedad local y mundial. Máxime si se analizan con alguna exigencia técnica. 

De modo que si el objetivo de estos discursos o afirmaciones es conseguir más inversiones o nuevos préstamos con el formato, la excusa o el prestador que fuere, no es inteligente creer que se conseguirán de este modo, salvo que el prestador o inversor no lo sea de buena fe, o simplemente se quiera sumar a la máquina de ordeñar riqueza a la Argentina, lo que se puede ver en cuanto se analiza en detalle cualquier contrato de concesión firmado por el estado (antes o ahora), o en los juicios que todos los días crecen y se pierden en las jurisdicciones internacionales. 

Además de que este espacio no cree en la inteligencia de pedir nuevos préstamos que nunca han servido para nada, nadie en su sano juicio cree que el país está alcanzando niveles de seriedad, cumplimiento y seguridad jurídica, sin que eso signifique que no se tenga una suerte de fe declamada en su futuro deslumbrante, aunque no se sepa muy bien todavía cómo lo logrará. 

Tampoco cree en el tipo de cambio o los tipos de cambio oficiales, que, aún de ser logrables lo serían a costa de un achicamiento de la economía, no de un crecimiento. Tampoco nadie serio invertirá mientras no se le garantiza que pueda retirar su dinero cuando lo desee, o sus dividendos. El resto, incluyendo las supuestas gestiones para conseguir inversiones, son al menos irrelevantes, cuando no peligrosas.  

Y esto hace regresar al cepo y a la alegada imposibilidad de levantarlo sin provocar una estampida en el valor de la divisa, con la consecuente corrida inflacionaria. Como ya se ha repetido en tantas opiniones, el miedo se origina en que no se quiere levantar el cepo y simultáneamente liberar y unificar el mercado cambiario, como alguna vez se prometió.  

En este sentido, la columna sostiene exactamente lo contrario que el jefe de Estado. Mientras Milei cree que salir del cepo liberando al mismo tiempo el mercado cambiario, (esto es eliminando la intervención del Banco Central y la obligación de venderle en vez de dejar esa tarea al mercado) la columna cree que es al revés: la única manera de salir del cepo sin el riesgo de una corrida o de un parate peor que el actual, es liberando simultáneamente el mercado cambiario, como cualquier otro precio de la economía. Eso evitará corridas, disparadas y todas las amenazas y “cucos” que inventa el proteccionismo nacional. 

La anécdota del péndulo

Paradojalmente, mientras el economista que se proclama libertario hace profesión de fe de que el Estado no debe entrometerse en tantas otras actividades, en este caso tiene miedo de dejar al mercado que establezca el precio de la divisa libremente mediante la oferta y demanda, y en cambio cree que es el Estado quien debe hacerlo. Hace recordar la anécdota de aquel profesor de física que paraba a un alumno contra la pared, colgaba un péndulo del techo, lo apoyaba contra la barbilla del joven y lo soltaba. El péndulo iba y cuando volvía a toda velocidad, el alumno lo sentía tan cerca de su cara que se agachaba… e inmediatamente era reprobado por su desconocimiento de la materia. 

Con todo respeto, Milei hace recordar a esos alumnos. Tiene tanto miedo de que las reglas económicas que en teoría defiende y a las que se ha convertido no sean ciertas, que no quiere aplicarlas y se agacha en el momento crucial. 

No es anecdótico. El crecimiento empieza por la inversión y la exportación tradicional que es la más cercana, factible y rápida. Cualquier otra vendrá por añadidura y tomará tiempo. Y vendrá mucho más fácil y será más sana cuanto más libre sea el mercado. 

Si el Gobierno estuviera intelectual y psicológicamente dispuesto a aceptar consejos, el más importante para darle sería el de levantar ya mismo el cepo y al mismo tiempo liberar totalmente el mercado cambiario para que el valor de las divisas sea determinado por el mercado, que no es otra cosa que la acción humana, que si la conversión presidencial es firme es la esencia de su creencia.