'Los actores infelices'. Dramaturgia y dirección: Gabriel Gavila. Actores: Leandro Sturla, Bautista Barreiro, Gonzalo Bourren. En el teatro El Excéntrico de la 18 (Lerma 420), los sábados a las 19.
Una de las metas más difíciles de alcanzar en el arte es el estilo. Luego, como consecuencia de esa correlación, pueden llegar el éxito, el fracaso o la indiferencia. Gabriel Gavila, desde que arrancó con su línea performática de teatro, cosecha éxitos. No ese éxito marketinero que desborda en venta de entradas ni aforos imposibles que obligan a grandes espacios; pero sí el personal. Esa línea contigua de llenar las expectativas de quienes lo siguen, asombrar a los que lo descubren y hacer rabiar a los que lo niegan.
En su nueva obra, 'Los actores infelices', Gavila vuelca en escena su ira, sus horas de terapia, sus temores, sus angustias y sus explicaciones sobre el oficio del artista independiente.
La puesta en escena es su principal código. Despojado de todo, entendemos que ahí lo fuerte será la palabra. El decir de cada uno de esos tres actores que el autor y director desnuda para hacer su descargo existencial. Son Leandro Sturla (su actor fetiche por estos tiempos), Bautista Barreiro y Gonzalo Bourren. Pero claramente podría ser él solo. Porque es su voz la que se escucha. Su ideología. Tal vez algunos pasajes de los tres monólogos superpuestos sean vivencias propias de los que ponen el cuerpo, pero el común denominador es el tema en sí: la precarización laboral dentro del circuito teatral independiente.
EUFORIA ESCENICA
Si la obra completa de Gavila fuese un diario, 'Los actores infelices' sería el editorial. Su modo y el código para amplificar un texto parecen escritos luego de cada una de las funciones que lo construyeron como artista. Porque después de la euforia escénica viene el apagón. Y los dardos que lanzan los protagonistas están creados cuando las luces se apagan, los aplausos callan, la adrenalina se consume, ya se cenó con los amigos posfunción y uno está solo frente al espejo sacando el maquillaje para irse a dormir.
Por supuesto que divierte, porque en el ADN del autor está hacer divertir a quien lo ve. Tres actores que nunca bajan el ritmo, que siempre están en el tono justo, y un público que pasa de la risa al frío según la confesión del momento. Y el final, otro desconcertante acierto, fiel a esa microinfelicidad que le da cada función a Gavila y lo convirtió en uno de los necesarios del off argentino.
Calificación: Muy buena