Opinión
Páginas de la historia
Mario Gallo
Hoy he de referirme a uno de esos seres humanos que llevaron dentro de sí ese soplo divino en el que se mezclan en feliz combinación el ideal y el arte. Su nombre: Mario Gallo.
Aunque era italiano a Mario Gallo se lo considera el primer cinematografista argentino, porque fue el realizador de la primera película de largo metraje con argumento dramático en nuestro país. Se llamó ‘La Revolución de Mayo’ y se estrenó en 1909.
Hubo, antes de él, intentos heroicos de aficionados entusiastas que no pasaron del terreno experimental. Pero Gallo estaba dotado de grandeza y por eso pudo ver más que sus contemporáneos. “Lo que no pudo ver fue su propia grandeza…”.
Llegó a la Argentina en 1905, con 27 años y un diploma de profesor de música. No lo usó para enseñarla, sino para trabajar como pianista en cines y teatros. Pero lo que daría un norte a su vida fue su vocación por el cine. Ya a comienzos de este siglo le habían impresionado las primeras dos películas americanas de aventuras con argumento y narración dramática: ‘La vida de un bombero americano’ y ‘El gran robo del tren’, de Edwin S. Porter.
Pero Gallo sentía un especial interés por los hechos históricos argentinos. Y luego de unos pocos cortometrajes de actualidad -en los que aparecen reiteradamente el Presidente Quintana y el General Mitre- acomete la gran empresa de filmar un largo metraje. Y lo hace con fe. Porque Gallo sabía que “el artista lleva dentro de sí el triunfo o el fracaso” y que si se da el fracaso, este jamás es total. Porque hay llamas que encendidas nunca podrán apagarse. Sabía también que “la riqueza espiritual no sufre bancarrotas”.
Transcurría el año 1908, muy importante para nuestro país. Se construyó en ese año la central ferroviaria de Retiro. Se abrió la ruta a Mar del Plata, se inauguró el Teatro Colón. Y en 1908, precisamente, Gallo inició el rodaje de su película. Se llamó ‘El fusilamiento de Dorrego’.
RODAJE
La filmación se efectuó, en parte, en la azotea del Teatro Nuevo, en Cangallo, hoy Perón, casi esquina Esmeralda. Fueron sus intérpretes principales Roberto Casaux, Eliseo Gutiérrez y Salvador Rosich. La escenografía era de corte netamente teatral. La interpretación se hacía en base a gestos ampulosos. Los actores parecían declamar sus papeles. La técnica, incluso, era bastante primitiva.
Pero como resultado global, en relación a la época, resultó una verdadera obra de arte. Independientemente del éxito obtenido, Mario Gallo estaba feliz. Porque el verdadero artista vibra con la creación, no con el aplauso.
La historia real de la filmación de ‘El fusilamiento de Dorrego’ fue muy rica en anécdotas y episodios. Algunos son realmente pintorescos y otros tragicómicos. Pero la dificultad mayor –entre tantas otras- se presentaba con los “extras” cinematográficos.
Gallo incluyó en la película que mencionamos varias batallas. Y contrató cientos de extras. Algunos de estos, creyendo que estaban cercanos al estrellato, tomaron tan a pecho su papel, que de la ficción pasaban a la realidad.
Y al poner agresividad en su acción, sus rivales de ficción se defendían con igual vigor, olvidando que se estaba filmando una película. ¿Resultado? Una cantidad de magullados y otros ensangrentados. Algunos de estos debieron ser trasladados a la asistencia pública y otros incluso a la comisaría de la zona, donde recuperaron la serenidad.
El éxito tanto espiritual como material le dió aliento a Gallo. Y filmó casi sucesivamente ‘Camila O’Gorman’, con Blanca Podestá y ‘Juan Moreira’, con Enrique Muiño.
Sus argumentistas eran nada menos que Belisario Roldán, González Castillo, el de ‘Organito de la tarde’, Martínez Cuitiño. Gallo era además un verdadero hombre orquesta, ya que no sólo hacía de director, sino de decorador, maquinista, operador y hasta de carpintero. Filmó numerosas películas más en los 20 años siguientes. Incluso una con Olinda Bozán, se llamó ‘En buena ley’.
Y esta fue la trayectoria de Mario Gallo, ese inmigrante italiano, ejemplo de talento y de modestia, porque jamás tuvo un gesto de soberbia o de vanidad. Es que “quien tiene realmente méritos para envanecerse, no se envanece…”.
Este hombre, que dedicó su vida a embellecer la de sus semejantes, mediante su aporte al cine, ese nuevo arte que nacía, inspiró en mí este aforismo: “Los grandes del arte derribaron fronteras”.