Ni siquiera un fuerte estruendo mediático como el de la despenalización del aborto que aprobó la Cámara de Diputados el jueves por la mañana pudo amortiguar el tremendo impacto sobre el gobierno de la descontrolada suba del dólar. Ese mismo día por la tarde la devaluación le costó el cargo al hasta entonces presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger.
En realidad Sturzenegger era responsable sólo a medias de lo ocurrido. Había recibido un disparo debajo de la línea de flotación a fines de diciembre cuando participó de una conferencia de prensa con Nicolás Dujovne y Luis Caputo en la que se anunció el abandono de los lineamientos económicos que habían permitido el triunfo electoral de dos meses antes.
Esa receta consistía en un dólar pisado y tasas de interés altas para atraer dólares. Además, controlando la emisión, Sturzenegger había conseguido algo que no figura en los manuales: bajar la inflación entre 2016 y 2017 mientras se reactivaba simultáneamente la economía.
Pero esta jugada no podía ser mantenida indefinidamente porque la acumulación de lebacs era una bomba de tiempo que había que desactivar. A eso apuntaba el cambio decidido en diciembre por Caputo y Macri al que se allanó Sturzenegger. Eso fue lo que salió mal.
¿Por qué? Porque la rentabilidad que aseguraban un dólar clavado en 17 pesos y una tasa del 30% se fue por el drenaje con la devaluación. Hubo fuga hacia el dólar, muchos jugadores perdieron plata y Macri perdió credibilidad. Está claro que sólo los opositores pueden verlo como un empresario; los empresarios lo ven como un político y por lo tanto no le creen. Hubo una tregua efímera después del anuncio del acuerdo con el FMI. Los operadores volvieron a aumentar la presión sobre el dólar Sturzenegger se negó a vender, el dólar pasó la barrera de los 28 pesos, Sturzenegger quemó reservas, tampoco consiguió pararlo y se tuvo que ir. Mala praxis, imprevisión y reflejos lentos, una combinación llamativa para un "gobierno de ceos".
El mensaje del mercado, al que deberían ser sensibles, fue claro: queremos dólares, no cambio de funcionarios. Por suerte para Caputo asumió con una cotización que no está lejos del valor real del dólar.
De todas maneras los banqueros son el menor problema de Macri. La brutal devaluación del 50% ni siquiera se hizo de una vez, si no en cuotas agregando incertidumbre a la situación económica, empeorando las expectativas y agregando un costo político innecesario al ajuste que se viene en los próximos dos años.
Ese ajuste, según el acuerdo con el FMI será duro. En el año electoral habrá rechazo opositor en el Congreso y en la calle, lo que augura dificultades para cumplir con el compromiso asumido. En ese marco los cálculos de crecimiento deberán ser revisados a la baja y la posibilidad de reelección, en el mismo sentido.
En este contexto económico adverso, la única buena noticia que recibió el presidente provino de la política: la aprobación en Diputados de la despenalización del aborto. Y para hacer la situación más paradójica, se la debió al peronismo que torció la suerte del proyecto en el último momento por la intervención del gobernador de la Pampa, Carlos Verna, archienemigo de Macri.
De inmediato el presidente del bloque de senadores peronistas, Miguel Pichetto, reclamó el rápido tratamiento del proyecto para convertirlo en ley. Al igual que Verna tiene una clara percepción del contexto y de la ola que generó la despenalización en la calle y en los medios. La iniciativa de Macri de abrir el debate armó un contexto que podía convertirse en una trampa mortal en términos electorales para el peronismo si se opone.
Cuanto más rápidamente se lleve la cuestión al recinto del Senado, mayores serán las probabilidades de que sea aprobada y menor el tiempo para que se produzcan tensiones dentro del peronismo `racional', sector heterogéneo y propenso a las deserciones. Tocará a los gobernadores y a los jefes provinciales del PJ soportar las presiones de la Iglesia que fue la principal derrotada el jueves.
No pueden ser desvinculados de este hecho la pésima relación del papa Bergoglio con el gobierno y sus intentos de influir en la política local alentando a los sectores opositores más radicalizados. El Pontífice creyó que podía jugar ese partido sin costos, pero los propios compañeros peronistas le demostraron que esa pretensión es un sinsentido.