Fue una revolución. De pronto, los patios de las escuelas y los clubes se llenaron de niños golpeando la pelota con las manos. Empezaron a aparecer términos hasta entonces casi desconocidos como “saque de potencia”, "saque flotadito", “armador”, “bloqueo”, “rotación”, “cambio de saque” y “ataque de primer tiempo”, entre tantos otros. Todos hablaban de Daniel Castellani, Waldo Kantor y Hugo Conte, algunos de los jugadores más emblemáticos del Seleccionado argentino de vóley, que en 1982 alcanzó un histórico tercer puesto en el Mundial y esparció las semillas del deporte que muy pronto germinaron a lo largo y a lo ancho del país.
Subir al podio era un objetivo irreal en ese Mundial que tuvo como escenario los estadios Luna Park, en Buenos Aires; Doctor Claudio L. Newell, en Rosario; el del club Pacífico, en Mendoza; y el Fray Mamerto Esquiú, en Catamarca. El vóleibol era una expresión deportiva que no tenía a Argentina entre sus grandes protagonistas. Las potencias eran Unión Soviética, Estados Unidos, Japón, China y Alemania Democrática. Por eso su papel en el certamen fue tan sorprendente como inolvidable.
Argentina no tenía demasiados antecedentes en el primer nivel del vóley. Apenas había participado en las ediciones de 1960 en Brasil y 1978 en Italia. Jamás había ganado un partido ni superado la fase inicial. Había ocupado un poco destacado 22° lugar entre 24 equipos en territorio peninsular, un antecedente inmediato al certamen que se disputó en el país que no permitía abrigar demasiadas esperanzas.
Es que esa disciplina estaba en un período casi iniciático en estas tierras. La llegada del entrenador surcoreano Young Wan Sohn en 1975 como parte de un convenio suscripto por la Secretaría de Deportes con el gobierno de esa nación asiática fue el punto de partida para poner en marcha un trabajo inédito de preparación. Sohn construyó los cimientos de la Selección.
Remata Hugo Conde, un símbolo eterno del deporte argentino. Lo observan Daniel Castellani y Waldo Kantor.
Convocó a un grupo de jugadores jóvenes a los que sometió a un trabajo de preparación inédito. Extensas y agotadoras sesiones de entrenamiento, repetición interminable de acciones para automatizar movimientos y muchos partidos compusieron el plan de acción del entrenador. La puesta a punto no supo de descansos. Si Argentina quería cumplir un buen papel en el Mundial ´82 debía poner manos a la obra. Y lo hizo.
Sohn y sus colaboradores Julio Velasco -un maestro en todo sentido- y Enrique Martínez Granados armaron el plantel con voleibolistas que habían sido campeones en el Sudamericano Juvenil en 1980 y quintos el Mundial de la categoría en 1981. El capitán Castellani, Conte (el mejor jugador argentino de la historia y entre los ocho más destacados del mundo en el siglo XX), Kantor, el Mono Esteban Martínez, el Negro Raúl Quiroga, Gabriel Solari, Carlos Wagenpfeild, Jon Uriarte, Carlos Getzelevich, José Puccinelli, Alcides Cuminetti y Leonardo Wiernes fueron los elegidos para disputar el torneo.
El grupo tuvo dos extensas giras que, con más derrotas que triunfos, fueron forjando el carácter y el estilo de juego del equipo. Era imposible saber si el trabajo iba a dar sus frutos, pero nadie podía negar que la Selección se había tomado en serio su participación en el Mundial.
Young Wan Sohn, el hacedor de un equipo inolvidable.
LAS PRIMERAS VICTORIAS
Después de los títulos conseguidos por la Selección de fútbol y la de hockey sobre patines en 1978, la Argentina vivía una suerte de euforia deportiva. También estaba atravesada por el dolor causado por la Guerra de Malvinas y el hartazgo con el gobierno militar que estaba en el poder desde 1976. Tanto es así que en el Mundial de vóley surgieron las primeras expresiones deportivas manifiestas de rechazo a la dictadura.
El 1 de octubre de 1982 se inauguró el certamen. Argentina integraba el Grupo A -que se disputaba en Rosario- junto con Túnez, México y Japón. No era una zona sencilla, pues los africanos eran campeones de su continente y los asiáticos habían logrado la medalla dorada en los Juegos Olímpicos de 1972 y obtenían importantes resultados en las competiciones internacionales. Sin embargo, las huestes de Sohn tuvieron un nivel y una sed de gloria impresionantes y, paso a paso, edificaron una campaña fantástica.
En el debut -el 2 de octubre- doblegaron 3-0 a Túnez con parciales de 15-2, 15-4 y 15-0 y luego dieron cuenta de México por 3-1 imponiéndose ajustadamente por 19-17 en un cuarto set vibrante. Argentina había empezado ganando 16-14, pero cayó 13-15 en el segundo y necesitó un claro 15-3 y el agónico 19-17 para dejar atrás la primera fase, una meta tan ambiciosa como improbable antes de esos dos triunfos.
A esta altura es necesario aclarar que el vóley de los ´80 era un deporte muy diferente al actual. En esos días los sets eran a 15 puntos en lugar de a 25 y existía el cambio de saque. Es decir, primero había que quebrarle el servicio al rival y luego, con el saque propio, buscar anotar. Los partidos terminaban siendo muy largos y, obviamente, no contaban con el vértigo del presente. Tampoco existía el líbero, que actualmente tiene un rol de una marcada importancia estratégica.
Los muchachos de Sohn, Velasco y Martínez Granados perdieron el invicto con Japón. El elenco asiático, que había doblegado a tunecinos y mexicanos, se quedó con los dos puntos por un global de 3-1 (10-15, 17-15, 15-11 y 15-11). Los del Imperio del Sol Naciente solo cedieron un set en esa instancia -justamente contra los locales- y finalizaron primeros con seis unidades, una más que Argentina.
EL CAMINO HACIA LA HAZAÑA
El dueño de casa fue parte del Grupo G en la segunda ronda. Debió medirse con Japón (en realidad no lo hizo porque arrastraba el partido de la fase anterior), China, Canadá, Corea del Sur y Alemania Democrática. La exigencia se tornaba mayor que en la etapa anterior, pero Argentina confirmó que había dado un paso adelante con apretados éxitos por 3-2 sobre los coreanos (10-15, 15-12, 15-7, 12-15, 15-8), los canadienses (16-14, 15-5, 12-15, 5-15, 15-9) y los alemanes orientales (7-15, 15-7, 8-15, 16-14, 15-8) y uno más holgado contra los chinos por 3-0 (15-10, 15-11, 15-10).
El plantel completo. Los pioneros del vóley nacional.
Siempre existe un partido fundamental para hacer posible una hazaña. En ese Mundial fue el duelo con los alemanes. Para afrontar ese compromiso, el Seleccionado dejó Rosario y viajó a Buenos Aires para jugar en un Luna Park repleto. Argentina estaba contra las cuerdas: perdía 2-1 y tenía una desventaja de 14-11. Los europeos estaban a un punto del triunfo que le pondría fin al sueño de los albicelestes, quienes no tendrían otra alternativa que trasladarse a Catamarca para el encuentro por el noveno puesto.
Contra las cuerdas, Sohn hizo gala de sus dotes de estratega. Sacó de la cancha a Wagenpfeild y Kantor -un armador fantástico- y los reemplazó por Uriarte y Solari, respectivamente.
Argentina tuvo una floja recepción del saque alemán y la pelota iba camino a pasar mansita al otro lado de la red. Se trataba de una oportunidad propicia para que los europeos liquidaran el pleito. Pero Solari saltó y amagó tratar de recuperar el balón, pero no lo jugó. Lo que se antojaba una acción perdida derivó en una jugada fantástica, pues el gesto del amador suplente desconcertó a los rivales, que contemplaron azorados cómo la pelota picaba en su campo. Esa genialidad -que hoy se conoce como La Gran Weber porque la practicaba asiduamente otro excelente jugador como Javier Weber- le dio vida al equipo.
La Selección terminó llevándose el set por 16-14 y se quedó con el partido con un aplastante 15-8. Luego llegó el 3-0 sobre China que catapultó al conjunto nacional a las semifinales. Claro, se encontró nada más y nada menos que con la Unión Soviética, campeona mundial y olímpica. No había equivalencias entre un equipo y otro. Y tampoco margen para las sorpresas: Argentina perdió por un claro 3-0 (15-7, 15-10, 15-9).
El 14 de octubre, el Luna Park asistió al fin de un sueño imposible de soñar. Pero 24 horas más tarde, el mítico escenario porteño se vistió de fiesta para alentar al Seleccionado en su compromiso con Japón por el tercer puesto. Las tribunas, colmadas, bramaban como lo habían hecho a lo largo del certamen. Argentina consiguió una inapelable victoria por 3-0 sobre los asiáticos con parciales de (16-14, 16-14, 15-11). La Selección alcanzó así por primera y única vez el podio en un Mundial.
El capitán Castellani encabeza el festejo.
Los saques flotaditos de Castellani, los remates de Conte y las maravillosas manos de Kantor para armar ataques se transformaron en modelos a imitar para los niños de esos tiempos. El vóley llegó a las escuelas y a los clubes gracias a un grupo de pioneros que hizo historia.