La Argentina es una pobre niña rica, una joven malcriada confiada en su destino de opulencia. Creía que podía ser rica y pasar toda la vida sin trabajar, que sus vacas, su trigo, su soja, su petróleo, el litio y sus bosques le permitirían llevar una vida acomodada porque sus recursos eran ilimitados y si fallaba esta cosecha, la próxima lo compensaba. y así gastaba a cuenta, hasta que nada quedó porque no sabía ni quería creer que el único recurso válido para mantener su fortuna era la cautela en la administración. Todo para la niña Argentina era despilfarro...
La pobre niña rica es de aquellas que les gusta llamar la atención, trae novios impresentables, adhiere a políticas estrafalarias -que nada tienen que ver con la idiosincrasia familiar-, promueve políticas redistributivas (que no ejerce con sus bienes) y milita en partidos de izquierda, pero vive en las mieles del capitalismo.
La Argentina, la pobre niña rica, apoyó políticas corporativas y populistas, quizás por ese sentimiento culposo de haber nacido en cuna de oro. Para emular a sus ídolos, usaba boina y se tatuaba la imagen del Che y estuvo dispuesta a batirse en el cerro tucumano para emular la épica cubana y a sembrar bombas en la jungla de cemento defendiendo a los descastados (que entonces eran un cinco por ciento), para sumir al país en la justicia social que hoy le devuelve un 50% de la población por debajo de la línea de pobreza.
Un éxito desde su perspectiva miope, porque como todo bolche de cafetín, lo importante es igualar para abajo.
GREMIALISTAS OBESOS
La pobre niña rica ha noviado con gremialistas obesos que se enriquecieron a sus costillas y que no dudan en traicionarla por un puñado de dólares (cada día más voluminoso). Se enamoró de un coronel fascista peinado con gomina y de sonrisa seductora que le llenó la cabeza de estupideces apoteóticas con frases altisonantes aprendidas del viejo Vizcacha.
La labia del coronel sonriente tenía una ambivalencia ideológica que le permitía cubrir todo el espectro político, desde los nazis a los que dio asilo vendiendo pasaportes, hasta el coqueteo con estalinistas y trotskistas. Todo era válido para la niña rica a fin de calmar su conciencia de burguesa culposa. Pero la niña malcriada es poco leal y enamoradiza, y por los brazos de esta niña Argentina han pasado políticos y generales (que secretamente quería parecerse al coronel de sonrisa resplandeciente). Tuvo días de recato cristiano y amores pasionales con demagogos populistas.
Así cayó la niña en la adicción al despilfarro, a regalar planes e hipertrofiar la burocracia. Total siempre tendría plata para celebrar un próximo festival.
Hoy es Vaca Muerta, mañana la soja, pasado el litio. Todo es pum para arriba.
Pero de tanto gastar a tontas y locas, la niña cayó en la indigencia. Un día se levantó y le dijeron que ya no había plata en el banco (el BCRA para ser más precisos) y que no tenía más crédito porque ya nadie le creía después de haber renegociado la deuda nueve veces (record que no tienen naciones africanas). Ahora la niña rica mendiga por el mundo sin perder la soberbia de otros tiempos mejores. Víctima de la filosofía gris de vivir con lo nuestro (que ya no alcanza), la niña busca su ansiada tercera posicion entre un trotskismo trasnochado, el merengue cubano y la melancolía discepoliana.
MINAS PERFIDAS
La Argentina arrastra los tamangos en busca de un mango que la haga morfar. Como esas minas pérfidas de los tangos, la rubia Mireya, la percanta que te amuró, la morocha del abasto, Margót, Malena o Mimi, la Argentina avanza inexorablemente hacia una decadencia infeliz de la que difícilmente podrá salvarse mientras crea que hay una instancia superior a la Justicia, que todo se somete a la espasmódica voluntad política, que no brinde seguridad a sus inversores, y respete un libro muy interesante que jamás leyó y que se llama Constitución Nacional.