Deportes

Los mejores alumnos de José

El baúl de los recuerdos. Argentina ganó el Mundial Sub 20 de Malasia en 1997. Ese espectacular equipo fue el punto más alto de la exitosa gestión de Pekerman a cargo de los seleccionados juveniles.

Juan Román Riquelme ya ponía la pelota debajo de la suela de su botín derecho y hacía maravillas. Pablo Aimar, chiquitito y de frágil apariencia, jugaba bárbaro. El Cuchu Esteban Cambiasso daba ventaja con la edad, pero en el verde césped sabía más que nadie. Walter Samuel demostraba una calidad excelsa en el difícil arte de la defensa. Bernardo Romeo era una amenaza latente para las retaguardias rivales. Lionel Scaloni abría surcos por el flanco derecho y regaba la cancha con su sudor… Le sobraba talento a ese equipo. También garra. Era un equipazo. En 1997 ganó el Mundial Sub 20 de Malasia. Esos pibes fueron los mejores alumnos de José Pekerman.

Allá por mediados de la década del 90 Argentina tuvo un protagonismo inédito en los certámenes juveniles. Había pasado mucho tiempo del título conseguido en 1979 por el notable seleccionado diseñado por Ernesto Duchini, conducido técnicamente por César Luis Menotti y que deleitaba con el talento sin par de Diego Maradona y los goles de Ramón Díaz. Hizo falta un papelón horrendo -con peleas y agresiones incluidas- en Portugal 1991 que le valió una sanción internacional muy dolorosa para tocar fondo.

La Asociación del Fútbol Argentino (AFA) decidió poner manos a la obra e impulsar un cambio de raíz. Abrió un concurso de antecedentes para buscar un cuerpo técnico especializado en divisiones inferiores y así erradicar el antiguo hábito de designar al frente de los elencos juveniles a un amigo o allegado del técnico del seleccionado mayor. Carlos Timoteo Griguol y Jorge Griffa -dos profesionales con excelentes antecedentes- se antojaban las elecciones más adecuadas. Sin embargo, se optó por Pekerman, un profesional con buena gestión en el semillero de Argentinos Juniors.

Festeja el cuerpo técnico de Pekerman. José cambió la historia de los seleccionados juveniles.

Se lo recordaba por su pasado como mediocampista del conjunto de La Paternal en los ´70, pero en realidad poco se sabía de su trabajo en inferiores. Al menos, para el gran público era casi un desconocido. No le costó mucho demostrar cuánto sabía del tema. Tanto es así que en un abrir y cerrar de ojos dejó de ser Pekerman para convertirse simplemente en José. Todos sabían que los equipos de José jugaban con una especial preocupación por el buen gusto y, por si fuera poco, ganaban.

La primera demostración la brindó apenas un año después de su llegada al cargo con el título mundial logrado en Qatar 1995. Armó una formación en la que sobresalían el talento del Caño Ariel Ibagaza y Walter Coyette, la firmeza en el fondo de Sebastián Pena, y Juan Pablo Sorín, el equilibrio aportado por Mariano Juan en el medio, las corridas en ataque de Francisco Panchito Guerrero y los goles de Leonardo Biagini. Ese triunfo volvió a poner a la Argentina en la cima del mundo. Ya no había que repasar diarios con páginas amarillentas ni viejas revistas para ver festejos en celeste y blanco en competiciones juveniles.

COSECHARÁS TU TIEMBRA

Tras esa conquista en Qatar, Pekerman demostró que las buenas cosechas son el producto de las siembras efectuadas en tiempo y forma. No se gana de casualidad. A veces sí, pero no siempre la diosa fortuna juega a favor. Y el cuerpo técnico liderado por José, que se completaba con su mano derecha, Hugo Tocalli, el preparador físico Gerardo Salorio y el doctor Donato Villani, no se encomendaba a los designios del destino.

Para afrontar el Mundial de Malasia, en 1997, reunió a un plantel de una calidad individual enorme y la convirtió en un equipo casi tan sólido como el que había vencido en 1995, pero con mayor brillo. La plataforma de lanzamiento de las aspiraciones de ese seleccionado fue el Sudamericano disputado en Chile a principios del 97, ganado por los pibes albicelestes.

Juan Román Riquelme, talento sin par en un equipo inolvidable. 

Pekerman había reunido por primera vez a Riquelme y Aimar, dos pibitos que unos meses antes habían debutado en el fútbol grande. Román empezaba a exhibir su don de mando futbolístico en Boca y el Payasito deslumbraba en River. Asomaban como los números 10 del futuro y José los juntó en una maravillosa demostración de que podían sumar sus talentos en beneficio del equipo.

Le dio alas para volar al Cuchu Cambiasso, un diamante en bruto de 16 años que había seducido al Real Madrid por un estilo de juego que parecía hecho a imagen y semejanza del de Fernando Redondo, pilar merengue de ese entonces. En la ofensiva apostó por la habilidad de Diego Quintana y la peligrosidad de Romeo; en el medio necesitó de la buena ubicación y la inteligencia del capitán Diego Markic y en la última línea sobresalía Samuel, un fenómeno surgido en Newell´s. También estaba Diego Placente, correcto marcador y de acertadas proyecciones por el costado izquierdo.

Más allá de los nombres, el técnico privilegiaba el funcionamiento. Un equipo se enriquece por los aportes individuales de cada uno de sus integrantes. La superpoblación de figuras no garantiza el éxito. En cambio, cuando las figuras están dispuestas a complementarse dentro de la cancha, las posibilidades de obtener buenos resultados se agigantan. Claro, por los imponderables de un deporte como el fútbol, nunca 2+2=4, pero, por suerte, no siempre los números gobiernan al mundo.

Pablo Aimar formó una fantástica sociedad creativa con Román.

LOS TIGRES DE LA MALASIA

El ingenio de los medios periodísticos de la época transformó a los pibes del Sub 20 en Los tigres de la Malasia. Es verdad, el ingenio en realidad se redujo a una fácil apropiación del título de la serie de novelas del escritor italiano Emilio Salgari sobre las aventuras de un imaginario personaje llamado Sandokán al que apodó de ese modo. Más allá de ese pequeño detalle, la elección resultó apropiada, pues las andanzas del Seleccionado argentino en el Mundial bien podrían ser incluidas en un libro muy entretenido.

El primer capítulo de ese potencial trabajo editorial ya dejó en claro que Pekerman le había dado vida a un equipo dispuesto a llevarse el título. El debut arrojó un 3-0 sobre Hungría que sirvió para que el planeta futbolero conociera las sutilezas de Román y el hambre de gol de Romeo. Riquelme mostró el camino con un centro perfecto para el letal cabezazo de Berni. Luego, el delantero demostró que lo suyo no se reducía a acechar en el área, sino que también podía habilitar con un preciso envío a Scaloni -¡sí, el DT campeón en Qatar 2022!- para el segundo tanto. Y el 3-0 lo estableció Román con un tiro libre de ensueño.

La siguiente presentación puso en evidencia la aptitud del equipo para pelear cuando no era posible jugar. Canadá le opuso una dura resistencia, pero los albicelestes consumaron un triunfo por 2-1 gracias a los aciertos de Romeo y de Riquelme, de penal, luego del empate parcial sellado por Jason Bent. La victoria, además, aseguró el pasaporte a los octavos de final, el objetivo inicial de un conjunto que iba ajustando su estructura a medida que avanzaba el torneo.

Los campeones del mundo. El ingenio popular los transformó en Los tigres de la Malasia.

Con la clasificación en su poder, Pekerman decidió que el duelo con Australia surgía como una buena oportunidad para probar cosas diferentes. Cambió el dibujo técnico y les dio pista a algunos jugadores que podían ser importantes para el recambio. Ese plan sufrió las consecuencias de una magistral faena goleadora de Kosta Salapasidis, quien se despachó con cuatro tantos para el 4-3 de su equipo. Romeo, Riquelme -de penal- y Placente marcaron para Argentina. La derrota dejó a los pibes de José en el segundo puesto del Grupo E, situación que los obligó a medirse en la siguiente instancia con Inglaterra, líder del F.

Los británicos contaban en sus filas con el habilidoso Michael Owen y con jugadores que construyeron más tarde importantes carreras en la Premier League, tales los casos de Jaime Carragher, Danny Murphy y Kieron Dyer.  Argentina jugó con mucha soltura y edificó un triunfo por 2-1 con goles de Riquelme -otra vez desde los doce pasos- y Aimar. El descuento de Carragher solo le puso algo de suspenso a un encuentro que terminó de demostrar que Pekerman tenía la fórmula del éxito.

No apelaba a recetas extrañas el técnico. Jugaban más o menos siempre los mismos. Apenas aparecía algún retoque táctico en función de las necesidades. Pragmatismo al servicio de la victoria. Y también mucho talento. Leonardo Franco; Juan José Serrizuela, Leandro Cufré, Samuel, Placente; Cambiasso, Markic, Riquelme, Aimar; Romeo y Quintana o Scaloni salían habitualmente a la cancha.

Lionel Scaloni aportó goles fundamentales para la obtención del título.

LA GLORIA ETERNA

Así, sin misterios José apostó por sus titulares de siempre y, cambiando lo que había que cambiar, encontró en el banco de suplentes los goles para derrotar a un Brasil implacable. Los verdiamarillos, con el sustento ofensivo de Adailton, venían de sepultar bajo una montaña de goles a Corea del Sur (10-3 en la fase de grupos) y a Bélgica (10-0 en octavos de final). Sí, metía miedo Brasil, pero Argentina no se asustaba con facilidad.

Pablo Rodríguez -entró en el segundo tiempo en reemplazo de Romeo- le metió un pase largo a Scaloni, sustituto de Markic. El oriundo de Pujato, en ese entonces mediocampista de Estudiantes, se internó por la punta y a pura fuerza y habilidad metió un golazo. Y casi con el tiempo cumplido, Martín Perezlindo, quien había entrado en lugar de Quintana, sentenció el pleito al doblegar al arquero Marcelo como punto final de una jugada iniciada con una notable salida del fondo del Cuchu Cambiasso y continuada por Aimar.

Walter Samuel persigue a Michael Owen en el duelo con Inglaterra.

Las semifinales ofrecieron un durísimo choque con Irlanda. Otra vez Pekerman metió mano en el equipo y apareció Fabián Cubero desde el arranque en el fondo. Para ganar había que tener la pelota y con un nutrido mediocampo con Cambiasso, Markic, Riquelme, Aimar y Scaloni lo consiguió. Argentina dominó, pero le costó sacar diferencias en el marcador. El 1-0 llegó por obra y gracia del oportunismo de Romeo, una pieza clave que jamás perdía su lugar entre los titulares.

Marcelo Zalayeta, Nicolás Olivera y Pablo García eran algunos de los puntales de un Uruguay que imponía respeto. Con papeles menos protagónicos aparecían Alejandro Lembo, Mario Regueiro y Hernán Rodrigo López. En las instancias decisivas los celestes habían dado cuenta de Estados Unidos y de una Francia que contaba con David Trezeguet, Thierry Henry -la dupla ofensiva campeona del mundo en 1998-, Willy Sagnol, Mikael Silvestre, William Gallas y Nicolas Anelka. Para arribar a la final firmaron un apretado 3-2 sobre Ghana, un adversario siempre exigente en categorías juveniles.

Sorprendió el DT argentino a la hora de conformar la alineación para el choque por el título. Prescindió del capitán Markic y de Aimar, una de las principales usinas creativas del equipo. Aparecieron Poroto Cubero y Scaloni en el medio. Más lucha, menos juego. Practicidad en nombre de la causa. Uruguay, dirigido por Víctor Púa, había sido el único oponente capaz de vencer a Argentina en el Sudamericano. Pekerman pensó a fondo en todas las alternativas posibles para evitar otro traspié.

La boca llena de gol del Cuchu Cambiasso. 

Más allá de las previsiones, los celestes arrancaron en ventaja con un golazo de Pablo García. El mediocampista central sacó un violento zurdazo en un tiro libre que se le coló en un ángulo a Leo Franco. No duró mucho esa situación: un córner ejecutado por Román desde la izquierda al corazón del área fue conectado por Cambiasso con un cabezazo que se internó en el arco de Gustavo Munúa.

Estaba buenísima la final. Nico Olivera se llevaba todos los aplausos. Bueno… no todos, porque Riquelme también estaba jugando en un gran nivel. Tan bien estaba jugando que se encontró con Scaloni y entre los dos armaron la acción que, antes del cierre del primer tiempo, derivó en la definición de Quintana.

El 2-1 se mantuvo durante el complemento. Uruguay empujaba, Argentina aguantaba. Y también complicaba, porque el ingreso de Aimar fue indispensable para apagar el fuego celeste. Y al igual que en Qatar ´95, los pibes de Pekerman treparon a la cima del mundo. Y Román, capitán en la final, levantó la Copa con Markic, el dueño del brazalete que se perdió la última función. Con lujos, con inteligencia, con fútbol de calidad… Ese Sub 20 dejó un recuerdo imborrable. Porque en Malasia aparecieron los mejores alumnos de José.

Una demostración del espíritu de equipo de esa Selección: Riquelme recibió la Copa con Diego Markic, el capitán que se perdió la final.