Le había tocado exponer a Alvarado y, buscando sobre qué, halló un libro donde su autor, René Orsi, se ocupa del drama que pesaba sobre Leandro N. Alem, uno de los fundadores del radicalismo y tío de Hipólito Yrigoyen, consistente dicho drama en su condición de hijo de un mazorquero, fusilado en 1853 como responsable del homicidio de Martín Amarillo y Juan Barragán.
Enterado por el libro de los vericuetos del asunto, estimó Alvarado que podía interesar a sus consocios del Club Evaristo. Así lo expuso:
-Como cuestión previa a presentar el caso, me detendré un momento para considerar un pequeño acertijo vinculado con el nombre y apellido de Leandro N. Alem. Porque ocurre que su apellido no era Alem sino Alen y la inicial que seguía a su nombre, Leandro, probablemente no pasara de ser una fantasía.
“Hijo legítimo de Leandro Antonio Alen y de Tomasa Ponce, el pequeño vio la luz en Buenos Aires el 11 de marzo de 1842, fue bautizado por el presbítero Saturnino Rodríguez en la parroquia de Balvanera e inscripto en el libro respectivo como Leandro, siendo sus padrinos Dionisio Farías y Felisa Pérez”.
“Pero ocurre que, a partir de algún momento, el muchacho empezó a firmar L.n.Alem y así lo siguió haciendo toda su vida. Como si la ene sustraída a su apellido se hubiera aposentado entre éste y su primer nombre”.
“Y parece que, cuando su amigo Martín Torino le preguntó un día qué quería decir esa ene, Leandro le contestó: Nada. Quiere decir nada. Es la ene de nada”.
“Cabe incluso la posibilidad de que Alem alterara ligeramente su apellido para que no se lo vinculara con su padre mazorquero, aunque no lo creo porque nunca renegó de él. Pero ya es hora de referirnos a éste, a Leandro
Antonio Alen y a su destino trágico, que son los motivos de esta charla”.
“Hay que aclarar, por lo pronto, que pertenecer a la Mazorca, o sea a la Sociedad Popular Restauradora, no tuvo nada de desdoroso pues, erigida para mantener el orden en la ciudad, sus miembros eran por lo general personas distinguidas, algunas de las cuales cita Orsi: Simón Pereyra, Miguel de Riglos, Martín Iraola, José Oromí, Eduardo Lahitte, Lorenzo y Eustaquio Torres, Roque Sáenz Peña, Eusebio Medrano, Francisco Sáenz Valiente, Saturnino Unzué, Marcos Agrelo, Patricio Peralta, Francisco Obarrio, Carlos Naón, Miguel Quirno, Rufino Basavilbaso, Ángel Casares, Manuel Argerich, Patricio Gorostiaga, Juan Victorica y otros”.
“Alen cumplía funciones de vigilante a caballo en la esquina de la parroquia de Balvanera”.
“Sobrevenida la batalla de Caseros, depuesto Rosas y sublevado Valentín Alsina contra Urquiza, el coronel Hilario Lagos se levantó contra Alsina, manifestándose a favor de Urquiza y ganándose la animadversión de los porteños. Alen se había enrolado con Lagos y, disuelta la milicia de éste, se lo sometió a juicio junto con otros jefes de pasado rosista. La imputación que se les formuló, tardíamente, fue la de haber pertenecido varios de ellos a la Mazorca”.
“Y había sucedido que, mientras Alen formó parte de la Sociedad Restauradora, por orden del Juez de Paz Eustaquio Jiménez ‘fue a enseñar las casas de don Martín Amarillo y don Juan Barragán, a Pedro Islas (gallego) y Pancho Ferreira, por quienes sabe que aquél los mandó prender y degollar y que a Amarillo lo sacaron de su casa a eso de las ocho de la noche’”.
Estos son los datos que surgen del expediente incoado contra Alen, de los cuales se desprende que su papel se habría reducido a señalar las casas de Amarillo y Barragán por orden del Juez de Paz.
”No obstante ello, a Alen se le imputan las muertes de Amarillo y Barragán y, pese a sus airadas protestas de inocencia, el juez de primera instancia lo condena a muerte”.
“La actuación de la Cámara no es mucho más lucida. El fiscal Ferrara formula el siguiente cargo, tremendamente arbitrario: Alen es el único responsable de estos dos crímenes, por no haber probado que otros y no él fueron sus autores. Absurda inversión de la carga de la prueba en que se funda el fallo condenatorio dictado por la Cámara, compuesta por los doctores Alsina, Villegas, Torres, Pico y Carreras”.
“A Alen lo fusilaron en la Plaza de la Concepción, que quedaba donde hoy se cruzan las avenidas 9 de Julio e Independencia”.
“Pero no termina aquí la historia de Leandro Antonio Alen, padre de Leandro N. Alem y tío de Hipólito Yrigoyen, como dije. Si concluyera aquí, demostraría que ya hace mucho que la justicia deja que desear en la Argentina, pues los fundamentos de la sentencia dictada entonces son insostenibles. Pero, mal fundada y todo, quedaría en pie la posibilidad de que hubiera resultada acertada en cuanto al fondo del asunto”.
”Una circunstancia fortuita vendría a demostrar, sin embargo, que aquel fallo, amén de mal fundado, fue totalmente injusto. Pues, veinte años después, Marcelino Martínez Castro, unitario acérrimo, revolucionario con los Libres del Sur y fiel seguidor de Lavalle hasta que sus restos fueron depositados en la catedral de Potosí, se presentó ante Leandro N. Alem para comunicarle lo siguiente: ‘Que, años antes, en 1859, un antiguo mazorquero, Manuel González, enfermo de una enfermedad mortal, le había confesado que era él el autor de la muerte de Martín Amarillo y que a Leandro Antonio Alen lo habían fusilado por un crimen del que no era culpable’”.
“La intervención de Martínez Castro, que era un perfecto caballero, acredita la inocencia de Alen respecto a la muerte de Amarillo. Pero no resuelve la de Barragán”.
-Lo que también confirma la intervención de Martínez Castro es que tanto la sentencia de Primera Instancia como la de cámara carecían de fundamento. Y esa situación vicia tanto a la condena dictada por la muerte de Amarillo como a la dictada por la muerte de Barragán -afirmó Medrano.
-De acuerdo -dijeron varios.
- Pero tenemos que opinar asimismo sobre la ene que apareció en el nombre de Leandro Alem. Y, respecto a ella, debo agregar un dato que no les comuniqué. Y ese dato consiste en que, en un artículo publicado por el suplemento dominical de un diario porteño, Enrique Mario Mayochi informa que, en oportunidad de casarse, un hijo de Alem llamado Leandro María, declaró al oficial del Registro Civil que su padre se llamaba Leandro Niséforo (sic). De manera que el texto de la partida de bautismo del prócer radical se opone a lo manifestado por su hijo a un funcionario público. ¿A cuál hay que dar fe?
-Yo creo que a la partida de bautismo que, por entonces, era el instrumento destinado a acreditar la identidad de las personas -opinó Zapiola.
-Conforme. Pero el testimonio de un hijo no es de desdeñar - dudó Cueto.
-Pongamos el asunto a votación -propuso finalmente Alvarado.
La votación resolvió por mayoría absolver a Leandro Antonio Alen respecto a ambos homicidios, o sea al de Amarillo y al de Barragán. Resultando empatada en lo referido a si Alem se llamaba Nicéforo o no, desempató Avelino por la negativa pues, sostuvo, nadie en su sano juicio puede ponerle semejante nombre a un hijo.