Opinión
El latido de la cultura

Los caminos del libro

Meses atrás, un directivo de la universidad donde trabajo escribió una carta de lectores a un matutino de gran tirada, en la que narraba una escena desoladora. 

En sus paseos por Barrio Norte, el lugar donde vive, dentro de los contenedores de basura se encontraba con cantidad de libros que los vecinos desechaban. Consternado por la situación, consignó su correo electrónico para que le escribieran en relación al tema en cuestión. Se ofrecía no solamente a recibir los libros de los que sus vecinos quisieran desprenderse, sino también a clasificarlos para enviarlos a universidades, escuelas o bibliotecas públicas. Para su sorpresa, a las pocas semanas había recibido más de treinta cajas de libros. 

Al abrir las cajas encontró libros antiguos, ejemplares franceses e ingleses, una edición del Quijote de mediados de siglo XVIII. Había también libros de las principales editoriales españolas y argentinas, que en las vidrieras de las cadenas de librerías situadas a la vuelta de aquellos mismos contenedores se ofrecían a valores imposibles. 

Se trataba de libros en buen estado, cajas y más cajas repletas de novelas, poemarios y biografías entre las que me encontré, entre otras, con obras de Camus, Borges, Cortázar, Cheever, Carver, Montale, Pavese. 

A la pregunta de por qué todas aquellas personas se deshacían de ejemplares tan valiosos le siguió otra mucho más inquietante. ¿Qué rol cumple el libro impreso en la vida de una persona? 

Pareciera ser que en la época actual el ser humano no encuentra demasiado lugar para los libros. No me refiero solamente al lugar físico sino a un espacio mucho más delicado y profundo. No se trata de falta lugar en los hogares sino que el hombre ya no tiene lugar para cobijar al libro dentro de su espíritu. 

LECTURA RECREATIVA

Entre muchos de mis alumnos noto una marcada falta de conciencia respecto de la medida en la que la lectura puede modificar a un individuo. Y no me refiero particularmente al estudio sino a lo que algunos denominan lectura recreativa. 

Se trata del tipo de lectura que anula el aburrimiento y que fagocita el viaje y la evasión, pero que con el correr de las páginas también aporta conocimiento del mundo, datos, fechas, nombres propios. 

Si tan solo encontráramos los medios concretos para transmitir el placer que reporta esta lectura, muchos caerían en la cuenta que lo que propone la pantalla de un celular es tan solo entretenimiento, apenas un vuelto frente a aquella otra poderosa tecnología, la de esa tinta impresa capaz de teletransportarnos. 

El uso de dispositivos electrónicos brutaliza y empaña la sensibilidad, recorta y edulcora la experiencia, diluye la concentración y anula todo tipo de concentración. Y al llevarse buena parte de las horas del día en interacciones banales y faltas de desarrollo, le roba al individuo la hondura, el tiempo, la tranquilidad y el silencio necesarios para sentarse a leer. 

HIPERCOMUNICADOS

Contra lo que se preveía, el verdugo del libro impreso no viene siendo el libro electrónico (que es toda una bendición, por cierto) sino el celular, que la mayoría de las veces utilizamos para hipercomunicarnos innecesariamente a través de plataformas de amigos virtuales y aplicaciones. 

Hemos rebajado la sublime experiencia de la expresión al envío de caritas amarillas con las que rifamos la posibilidad de explayarnos. El ser humano de nuestro tiempo arroja libros a la basura y rinde honores a un ídolo falso: su enemigo más frívolo e idiotizante, frente al cual quizás dentro de un tiempo, masticará en silencio el sabor amargo de la estafa.