"La verdad en un tiempo es error en otro"
Montesquieu.
Vladímir Ilych Ulyanov, líder del partido bolchevique ruso, más conocido como “Lenin”, sufrió un atentado la tarde del 30 de agosto de 1918. Fanya Kaplan efectuó tres disparos para asesinar a quien creía que había traicionado los principios de la revolución convirtiéndose en un tirano. Hubo revueltas en todo el país que fueron reprimidas violentamente causando no menos de 800 muertes. Kaplan fue ejecutada días más tarde con un tiro en la nuca.
A pesar de su casi milagrosa recuperación, Lenin nunca volvió a ser el mismo. El atentado le dejó de recuerdo una bala en el cuello, demasiado cerca de la espina dorsal para ser extraída con las técnicas quirúrgicas de aquella época. A su vez, una arteriosclerosis generalizada comprometió su rigor intelectual. Sin embargo, y a pesar de sus limitaciones, el mismo Lenin percibió que la dictadura del proletariado se estaba convirtiendo en una tiranía individualista encabezada por su otrora seguidor, el ex-seminarista Joseph Stalin. Así lo dejó consignado en una carta enviada al Congreso del Partido Comunista, que recién se conocería en 1956: “No estoy seguro que (Stalin) sepa hacer uso lo bastante prudente de ese poder que ha acumulado”.
A fin de recuperarse, Lenin fue trasladado a una lujosa villa en Gorki, propiedad de un millonario en el obligado exilio. Allí Lenin sufrió una serie de ictus apopléjico. A partir de marzo de 1923, no caminaba, no hablaba y solo podía garabatear unas palabras con su mano izquierda. Su esposa le leía para mantenerlo entretenido. El jerarca soviético disfrutaba especialmente de un cuento de Jack London llamado “El amor a la vida”.
El 21 de enero de 1924, Lenin cayó en coma y padeció una violenta convulsión. Después de este episodio, falleció a las 6:50 de la tarde, sosteniendo la mano de su esposa, Krupskaya.
Como se corrían rumores de que Lenin había sido envenenado por Stalin, éste ordenó que once médicos estuviesen presentes a fin de realizar una autopsia de su cadáver en la misma casa de Gorki.
Una extensa hemorragia cerebral y signos extendidos de arteriosclerosis desmintieron la posibilidad de un envenenamiento. En un primer momento, el patólogo Abrikosov -presente durante la autopsia- inyectó seis litros de glicerina, formaldehído y alcohol por la aorta para preservar los restos del líder, pero, a pesar de este precoz embalsamamiento, aparecieron manchas de descomposición en su rostro.
Su cuerpo fue expuesto en el salón de las columnas del Kremlin. Más de seiscientas mil personas desfilaron ante su féretro. Fue enterrado seis días más tarde.
Lenin había expresado sus deseos de no recibir honras fúnebres, pero, en contra de su voluntad, Stalin pretendió adueñarse de su carisma y elevarlo a un status casi religioso. Con su muerte, nació el “leninismo”, tal cual fue anunciado por las radios soviéticas. Y, con el leninismo, surgió la figura de Stalin como defensor del nuevo purismo ideológico.
Para ser el único custodio de los “sagrados” restos, Stalin trató por todos los medios de que su enemigo Trotski, por entonces fuera de Moscú, no se enterara del día y hora del entierro.
A fin de construir la tumba del jerarca frente a la muralla del Kremlin, fue necesario usar dinamita en abundancia para abrir un orificio en la tierra congelada. Ese día el termómetro marco treinta grados bajo cero. Los músicos del Bolshói debieron humedecer las boquillas de sus instrumentos con vodka para ejecutar la marcha fúnebre de Chopin.
El cerebro de Lenin fue extraído durante la necropsia, y el gobierno soviético le pidió al neuropatólogo alemán, Oskar Vogt, que estudiara el encéfalo del líder para localizar las neuronas responsables de su genio.
Los rusos ya tenían la costumbre de extraer el encéfalo de personajes brillantes como el escritor Iván Turguénev, el químico Dmitri Mendeléyev (aquel de la tabla que lleva su nombre), el músico Aleksandr Borodín, el novelista Máximo Gorki y el cineasta Serguéi Eisenstein, todos ellos atesorados en el Instituto de Investigación Cerebral en Moscú. A estos se sumó el de Lenin, que no estaba en tan buen estado después de tantos accidentes vasculares.
En 1928, Vogt publicó un artículo donde describía que algunas neuronas piramidales en la tercera capa de la corteza cerebral de Lenin eran más grandes que las de sus congéneres menos brillantes (las llamadas gigantes de Betz). Sin embargo, el trabajo de Vogt fue considerado poco satisfactorio, y el secreto de la supuesta genialidad de Lenin nunca fue develado.
Hacia 1927, la momia de Lenin mostraba signos de deterioro. El mausoleo debió cerrarse por un mes. Fue entonces cuando Vladímir Vorobióv, catedrático de Anatomía, y el químico Boris Zbarsky recibieron la delicada y peligrosa tarea de preservar lo mejor posible el cadáver del ahora mártir de la revolución. Para ello, extrajeron todos los órganos internos y lavaron el tórax con formaldehído. Finalmente, dejaron el cuerpo por varias semanas en un líquido compuesto por glicerina, acetato de potasio, agua, quinina y fenol. Después, pasaron por la piel peróxido de hidrógeno para darle un tono sonrosado.
A pesar de los esfuerzos para vencer los estragos de la muerte, Lenin fue perdiendo su aspecto lozano. Ante lo inevitable, el líder fue reemplazado lentamente. La cera cubrió las imperfecciones que día a día iban apareciendo en su cuerpo. Así, Lenin fue adquiriendo más cabello con menos canas y un aspecto más rozagante del que mostrara en vida.
Durante la Segunda Guerra Mundial, para evitar daños a la momia de Lenin (o lo poco que de él quedaba), ésta fue trasladada a Kúibyshev. Allí continuaron su proceso de embellecimiento. Sin embargo, este muñeco de cera, idealizado por la estética soviética, casi nada conservaba del Lenin original y, a decir verdad, nadie sabe dónde se alojan sus restos desmembrados por la impericia de los embalsamadores y la obsesión de la dirigencia soviética.
Con este nuevo y saludable aspecto, lo contemplaron millones de rusos que hacían horas de cola para honrar la esfinge del líder de la Revolución. Le tocaba a él ser idolatrado como un nuevo santo del proletariado, que reemplazaba el opio de la religión por la burocracia estatal. Sobre su mausoleo, la cúpula del partido presenciaba los desfiles del Ejército Rojo cada primero de mayo.
Lenin compartió su mausoleo con la momia de Stalin por siete años. Cuando Nikita Jrushchov denunció las atrocidades del régimen stalinista y los restos mortales del “hombre de hierro” fueron conducidos a un lugar más privado, fuera del Kremlin, por temor a un atentado.
Los especialistas en técnicas de embalsamamiento que trabajaron en el Instituto de Perpetuación, del Mausoleo de Lenin, tuvieron mucho trabajo en el extranjero después de la Segunda Guerra Mundial. Los dirigentes de Estados sometidos al oso soviético querían ser como Lenin, no solo en su pureza ideológica, sino también en ese saludable aspecto post mortem, para reforzar la mitología de la Revolución, la legitimidad del régimen y, de paso, también adular a la Unión Soviética, su hermana mayor.
Georgi Dimitrov de Bulgaria, Klement Gottwald de Checoslovaquia, Tschoibalsán de Mongolia,y António Agostinho Neto de Angola, entre otros, adquirieron eterna lozanía con ayuda de la química soviética. A Hồ Chí Minh, lo preservaron en plena guerra de Vietnam en diversos escondrijos de la jungla y, después del acuerdo de paz en Hanoi, fue exhibido ante el pueblo en un gigantesco mausoleo. Todos estos jefes de Estado que fueron embalsamados organizaron en vida el culto a su persona para la posteridad. Solo hubo un líder comunista que no fue perpetuado por los embalsamadores soviéticos: Mao Tse-Tung fue conservado por los propios especialistas chinos.
Por otro lado, a León Trotski (1879-1940) le estaba reservado un reposo menos ostentoso. Stalin logro su expulsión del partido, deportarlo a Kazajistán (Asia Central) y, posteriormente en1928 ,fue invitado a abandonar la Unión Soviética .
Trotski terminó sus días en México, en casa de los pintores Diego Rivera y Frida Kahlo. Su asesinato fue ordenado por Stalin y perpetrado por Ramón Mercader, un militante español designado por los servicios de seguridad soviéticos para este magnicidio. El cuerpo de Trotsky fue reducido a cenizas y estas enterradas en el fondo de su casa, sobre la Avenida Viena, en el Distrito Federal de México.
Allí descansa bajo una humilde lápida con una hoz y un martillo, un enterratorio muy distinto a los espléndidos mausoleos de sus antiguos camaradas.