En esta semana se conmemora el ritual del martirio, muerte y resurrección de quien dentro de la liturgia cristina es Jesucristo, pero que sigue al de otros rituales cíclicos en otras culturas y religiones. El ciclo del héroe popularizado por la obra de Joseph Campbell, nos habla del pasaje por las diferentes etapas evolutivas que lo llevan a la transformación en un ser completo. El mismo ciclo señala los peligros de la detención o la alteración en ese desarrollo. En medio de ello, el héroe deberá sortear múltiples pruebas, algunas límites, y de alguna manera morir a su existencia, a su forma previa,
para renacer transformado como adulto pleno.
La existencia de todo aquello que está vivo, desde los fenómenos telúricos, las mareas, los cambios estacionales, o las épocas (históricas) de cambios climáticos, se trata de ciclos en los cuales la variable son sus tiempos, en algunos casos muy breves, en otros siglos. En el ser humano transcurrimos por etapas de crecimiento evolutivo, en el que nos vamos constituyendo como seres plenos, y otras de decrecimiento o involución en que las
funciones comienzan a menguar, o nuestros ritmos fisiológicos, con ciclos aparentemente opuestos, pero necesariamente complementarios unos a otros. Quizás el más simple de comprender y experimentar sea la respiración. Aquí es claro que ambos opuestos son parte de uno solo y no se los puede partir y menos calificar como bueno o malo.
Nuestra existencia y evolución como seres humanos no escapa a esa lógica, es una danza constante de opuestos complementarios que hacen a la esencia cíclica ondulatoria del ser. Así de la misma manera tenemos sístole y diástole, ritmos circadianos y otros varios. La aparente oposición es la clave de nuestra existencia y no el obstáculo.
Comprender estos ciclos, su naturaleza intrínseca y la armonía de los mismos hace al normal desarrollo y a la salud, a la homeostasis de los sistemas, incluida nuestra vida psíquica. De estos ciclos no están desconectados los de salud/enfermedad, que serán compensados con la rehabilitación y la vuelta a la salud, de allí que entender esos periodos (aquellos en los cuales se cumpla la vuelta a la normalidad) como parte integrante del todo, puede permitir no entrar en desesperanza en esos momentos.
Sin embargo en esos ciclos de malestar, desdicha, enfermedad, la clave para el equilibrio es la llegada de los de bienestar, salud, los ciclos complementarios de bonanza, si se quiere. El problema se presenta cuando en esa ondulación cíclica constante se presenta algo por fuera de lo esperable sea en su magnitud, su persistencia o ambas. En esos casos en los que algo excepcional interviene, en algunas ocasiones el organismo no podrá repararla, volver a ese patrón cíclico natural y generará un cambio, a veces permanente.
Los temblores telúricos de baja intensidad se presentan constantemente en zonas sísmicas, y la población reparará los daños esperables en sus propiedades de manera resiliente, pero un terremoto de magnitud cambiará la geografía de la zona de manera permanente, sin posibilidad de reparación. El trauma psíquico opera de la misma manera. La magnitud del mismo, en la medida de tener los mecanismos de respuesta resilientes, puede ser y frecuentemente lo es, fortalecedor. Sin embargo, otras variables entran en juego en gran número de casos: la magnitud y/o la persistencia del trauma, como ya señalaba, pero también la etapa evolutiva de la víctima (no únicamente la edad cronológica) y, desde ya, las características del hecho traumático.
Los casos de abuso sexual, en particular en etapas tempranas de la vida, pueden dejar y notoriamente lo hacen, secuelas de por vida en quienes padecen estos delitos, para los cuales no hay preparación o defensas que permitan volver a un estado de equilibrio psicofísico. El trauma, la herida, la fractura se resuelve de manera defectuosa, es decir con secuelas, es un hueso "mal soldado", que será esa mala resolución parte de la generación de otras secuelas. Así un niño que sufre abuso sexual, en muchos casos repetido a largo de años en los cuales debería estar creciendo normalmente, lo hace defectuosamente, y vemos sus patrones de crecimiento esperables en todos los órdenes, psíquicos pero también físicos, alterados especialmente en el sistema nervioso. El concepto de neuro plasticidad no indica solo la capacidad de recuperación (de todas maneras limitada), sino más ampliamente a las respuestas del tejido neuronal a los impactos e influencias del medio externo. Así las neuroimágenes en sujetos víctimas de trauma de este tipo, son concluyentes en estructuras como por ejemplo la amígdala, relativa a los aspectos emocionales, y el hipocampo, a la memoria.
Ese niño ya no será el que su curva evolutiva ideal podría indicar. Ya no será el mismo, su crecimiento no será igual. Las secuelas serán orgánicas, como enfermedades crónicas de tipo psicosomático (autoinmunes, por ejemplo), hasta alteraciones hormonales y metabólicas. En el plano psíquico, expresión hacia el exterior del conjunto parte de un todo, una serie de patologías se presentan. Desde las directamente relacionadas con el trauma, como la disociación, que puede hacer vivir como presente eventos traumáticos, trastornos de sueño, pesadillas, trastornos de personalidad, ideas o recuerdos intrusivos que atormentan, así como una serie de patologías que enumerarlas seria presentar casi toda la nosología psiquiátrica, como conductas adictivas, trastornos alimentarios, conductas autodestructivas y a veces autolesivas, hasta llegar a la emergencia, cuando el sistema entra en conflicto consigo mismo, cuestionando su propia existencia, el suicidio.
En el curso de su vida, la alteración de las etapas psicoevolutivas, con la intromisión traumática de una sexualidad en sus aspectos más sádicos y perversos, genera también frecuentemente trastornos de personalidad en intentos frustros de adaptarse a lo imposible de comprender, por ejemplo el cuidador/protector, el que dice quererme, me tortura. Efectivamente esos niños, al igual que el ciclo de Jesucristo (en su ingreso a Jerusalén que celebramos en el domingo de Ramos), también pasarán por una etapa de cortejo y seducción (grooming), que en su inocencia los atrapa, para rápidamente ser capturados, secuestrados en su infancia, y pasar por el vía crucis que puede durar años (en el último caso mediatizado fue desde los 4 años), para luego ser sacrificados en la cruz (el instrumento de tortura) del deseo de ese adulto, pero que a diferencia del ciclo del héroe, los deja en un vacío existencial, en un limbo, en la despersonalización. La pérdida de sentido existencial, la no comprensión, la revictimización los acompañará constantemente y se hace la mayor parte de las veces imposible de sanar. Esa sanación que alguien deseaba a una víctima, recordándole al
mismo tiempo cómo había sido captada y era justamente mediante la seducción de la promesa de amor.
Está en nosotros como sociedad asistir, comprender y acompañar a las víctimas, ya que solas y en muchos caso estigmatizadas y revictimizadas no podrán hacerlo. Hace cierto tiempo ya arqueólogos encontraron un fémur cicatrizado y ello llevó, según se cita frecuentemente a la antropóloga Margaret Mead, a señalar que eso significaba el inicio de la cultura ya que indicaba el cuidado por parte de otro, sino la muerte hubiese sido el inevitable destino. Que el otro no sea ajeno, que más aun un niño nos movilice a protegerlo, puede ser el límite o no de la pérdida de la cultura, de la vuelta a su opuesto, su sombra, el caos.
Quizás en ello consista que seamos o no humanos.
Felices Pascuas de resurrección.