Argentina necesita aumentar rápidamente su relación con el comercio exterior. Padece desinversión, de allí la necesidad de reformas estructurales que generen competitividad.
Debe ponerse a tono, como lo expresó Javier Milei en el Mercosur al reclamar su flexibilización: alejarnos de políticas proteccionistas tan disimiles con el objetivo por el cual se creó en diciembre de 1994. Allí se pensó en liberar el comercio y en la integración al mundo. Se precisaba que América Latina tuviera economías, políticas y un marco normativo similar.
Hoy es primordial eliminar barreras no arancelarias que protegen las economías locales y demás trabas que le impiden ser receptora de inversiones extranjeras. Para ello es prioritario dejar atrás la mentalidad social-fascista, es lo que trata de lograr en Argentina el presidente Milei, promoviendo lo que él llama la batalla cultural.
Argentina requiere un clima favorable al comercio, desregular en vez de proteger; los países son marcos muy pequeños para una economía capitalista, por ello la interdependencia crítica, responsable, provisoria y renovable es el camino que seguramente iniciará Milei como nuevo presidente del Mercosur.
Sin duda, propondrá libertad para los intercambios. El acuerdo con la Unión Europea es un primer paso que muestra una mudanza de mentalidad, volver a las fuentes: negociación conjunta de acuerdos comerciales con el resto del Mundo. Próximamente se iniciará otro con Estados Unidos.
REFORMAS
El Gobierno, con las reformas estructurales que prometió en el Pacto de Mayo, promovió políticas que dejarán atrás la adhesión al dirigismo. Éste no sólo suprime la libertad económica, de producción e intercambio, también ataca la libertad familiar, moral, artística y científica.
El planificador es dirigista por definición, hace planes de la sociedad futura en lugar de limitarse a observarla e intentar prever su evolución. Pretende la unidad, la regularidad y la simetría, le tiene horror al azar, al desorden y a la afluencia individualista. Antes de la aspiración a la justicia le importa la organización. Amante de la utopía invierte la realidad, por ello condena la propiedad privada y ensalza la propiedad colectiva.
Las políticas dirigistas consideran al liberalismo como anarquizante, son opuestas a la democracia, el método para llevar la lucha política al terreno de la paz, la competencia y la negociación. La mayoría de los partidos, en Argentina y en varios países latinoamericanos, la utilizaron para imponerse en el poder.
No persuadieron directamente para obtenerlo, en vez de una lucha franca usaron el método de anzuelos y pesca que permite el populismo. En la mayoría de los casos demostraron falta de olfato en las cosas por venir, incluso estuvieron atrasados para su época, no vieron hacia donde se dirigía el mundo.
Por otra parte, la economía de mercado convive en casi toda Latinoamérica, en mayor o menor medida, con elementos, estructuras e ideas de sistemas anteriores. No es aun capitalista: las prebendas del Estado, el peso del corporativismo, la magnitud de las empresas estatales, lo cerrado de sus mercados, la precariedad de la justicia, entre otros rasgos, lo corrobora.
El peronismo kirchnerista en nuestro país pretende ir, una vez más, utilizando la incertidumbre de la gente hacia objetivos no sólo contrarios al sentido común, sino también regresivos. La autonomía de las personas juega un papel inferior, menor, en su política, la cual tiende a llevar a las personas hacia una actitud excesivamente conformista de la política estatal y nacional. Quieren convertir a los argentinos en una muchedumbre de iguales, conservar el statu quo, es el más ilusorio de los objetivos: además de aumentar la pobreza se pierde la libertad.
El Gobierno de Milei, en cambio, aspira a que el argentino desarrolle una mentalidad de carácter social más autónoma. Ello será posible sólo bajo determinadas condiciones socioeconómicas. El presidente al agrandar el espacio de la sociedad civil, aumentando la magnitud del sector económico privado y estrechar la dinámica corporativa que ha disminuido peligrosamente el ámbito de los partidos políticos, está ayudando a transparentar el Estado y vigilarlo.
Desde que asumió la presidencia intentó reanimar la economía de mercado en un momento de crisis extrema, cuando una altísima inflación paralizaba todo el sistema productivo. Antes lo hizo el presidente Menem, pero fue malogrado por el gasto del Estado y por la deuda pública a niveles incompatibles con la ley de Convertibilidad, también por los gobiernos que le siguieron, enemigos de políticas liberales.
Ahora se trata de evitar esos errores y dar batalla a los enemigos del sistema capitalista, fortalecer el Estado como garante de la paz social e integrar al país al sistema mundial como lo expresó Javier Milei en la reunión del Mercosur.
Argentina se dirige sin pausa a terminar con un capitalismo prebendario, mercados cautivos y una política dominada y distorsionada por el corporativismo, herencia de Perón, un Estado social-fascista con un peso decisivo del sindicalismo nacionalista.
La sociedad moderna es la única en incluir como valor central la afirmación del individuo, de la libertad y otros contenidos que se hallan en el fundamento de las formas democráticas de gobierno, sin olvidar la inclusión de la pauta de cambio como uno de los procesos normales. Los intelectuales que predijeron que el capitalismo traería pobreza y miseria se han equivocado, lo demuestra empíricamente y rotundamente el mundo de hoy, aunque la sociedad esté en constante proceso de cambio, inmersa en crisis impredecibles como la misma vida.
Sin embargo, las armas que nos da el capitalismo nos ponen en una mejor situación que siglos anteriores para luchar contra ellas.
MILEI
Por lo general el hombre sueña con un mundo mejor, a veces hace una regresión desde lo real a un estado retrogrado, la utopía se lo permite. Milei no es un utopista, salvo cuando pregona la desaparición del Estado, su propuesta fue probada en muchos países y en diferentes épocas.
Argentina creció hasta ser uno de los principales países del mundo con una política de libre comercio. El mundo dejó atrás la pobreza por el sistema capitalista. El socialismo, en cambio, produjo no sólo pobreza sino el totalitarismo, fue un invento, una utopía creada por un grupo de intelectuales que se creían iluminados.
Quien analiza la historia comprueba el parecido entre la práctica fascista y la de los socialistas en países completamente diferentes, pero con consecuencias similares. Hoy sabemos cuáles son: abolición del Estado de derecho, fin de la metodología democrática, liquidación de la propiedad privada y la justicia materia exclusiva de una dictadura totalitaria.
El Gobierno actual lo tiene muy presente, por eso el apoyo a quienes sufren en Cuba y Venezuela. Quiere apartar de ese camino a la Argentina, con seguridad, ayudará a los países que componen el Mercosur, utilizando el acuerdo de manera positiva para integrarlos en mejores condiciones a las democracias occidentales y al comercio mundial.
En definitiva, los acuerdos parciales y renovables son sólo posibles en democracia, es necesario que se practique en todos los países. Las Naciones Unidas, en vez de incentivar a hacerlo realidad, incorporó a dictaduras aterradoras que integran comisiones ejecutivas para la defensa de los derechos humanos, siendo constantes violadoras de esos derechos.
La democracia, tan ultrajada últimamente, es la que puede hacer probable negociaciones regulares y consolidar la paz, si bien siempre aparecerán nuevos conflictos. Algunos, como en la actualidad, llevan a la guerra. La paz universal hace imprescindible consensos que hacen posible los mercados mundializados y la democracia generalizada.
Es por eso que Occidente debe estar contra todo terrorismo, siempre criminal, y dictaduras como las de algunos países de Oriente donde se tortura, ajusticia frente a una multitud y donde las mujeres son salvajemente humilladas. La Segunda Guerra nos salvó de los totalitarismos. A veces no se pueden evitar, si está en peligro la libertad de elegir nuestra vida, los derechos individuales y la igualdad ante la Ley.