A Joseph Haydn lo mataron varias veces antes de fallecer a los 77 años. Ese es uno de los inconvenientes de morir a edad avanzada (entonces 77 años era una edad muy avanzada, cuando el promedio de vida estaba alrededor de los 30 años).
Resulta que cuando el viejo maestro se encontró con un joven talento llamado Wolfgang Amadeus Mozart en Londres, durante el año 1791, el jovencito le dijo al despedirse “Nos vamos a decir adiós porque será la última vez en nuestra vida que nos veamos”. Obviamente se refería al próximo fin de Haydn, quien entonces contaba con 58 años. Nadie hubiese dicho que Mozart moriría solo meses más tarde, a los 34 años.
No fue ésta la única vez que lo mataron precozmente a Haydn porque años más tarde, el compositor Luigi Cherubini (1760-1842) supo de la (falsa) muerte de Haydn y compuso una misa en honor al maestro austriaco que resultó prematura. Al enterarse, Haydn solo se limitó a comentar con una sonrisa irónica: “Me hubiesen avisado antes… me habría encantado dirigir la obra”.
Este legendario compositor de más de un centenar de sinfonías (la mayor parte de ellas estrenadas cuando servía a las órdenes del príncipe Esterhazy) continuó trabajando como su Kapellmeister
hasta el 26 de diciembre de 1803, cuando se hicieron notables las dificultades para andar de Haydn. En 1804, en pleno proceso de “La Creación”, su decadencia física era tan notable que decidió dictar testamento.
Testimonios posteriores confirman no solo el problema para caminar sino un evidente decaimiento generalizado como lo relata Pleyel, en 1805.
Observaciones como estas se hicieron a menudo hasta que, en 1808, fue trasladado hasta el monasterio de los Servitas en Viena para visitar la capilla de San Peregrinus, el patrono de aquellos que sufren afecciones en sus miembros inferiores. A esa altura, Haydn solo pensaba que un milagro podría salvarlo de la decadencia.
La última aparición en público fue en ocasión de la representación de su oratorio “La Creación” cuando el príncipe Esterhazy lo hizo buscar en un carruaje y fue llevado en una silla hasta la sala de concierto.
Los presentes vieron a un hombre muy mayor con una labilidad emocional que lo hacía llorar frecuentemente. Tal era su estado que no esperaron al final del oratorio para llevarlo de vuelta a su hogar.
Para 1805 su letra era tan dispar que debió dejar de responder a las cartas que recibía de toda Europa aunque continuó llevando su diario y siguió componiendo casi hasta el final de sus días. Sin embargo, cada día se mostraba más retraído, desinteresado y abúlico, mientras pasaba el día rezando además de llorar sin causa. Uno de sus corales compuestos años antes de su decadencia comenzaba en forma premonitoria: “Mis fuerzas se han ido, viejo y débil me encuentro”.
Su demencia se hizo cada día más evidente. “Nunca pensé que una persona podía hundirse, tal como me siento ahora”… “Mi memoria se ha esfumado”, se lo escuchó decir en más de una oportunidad al percatarse de sus limitaciones.
Suele decirse que este proceso de deterioro se debía a la evolución de una aterosclerosis que incluía dolores de cabeza y “debilitamiento muscular” que podrían interpretarse como paresias. En ese entonces le daban el nombre – de por sí impreciso– de “fiebre de cabeza reumática”.
Los recursos terapéuticos no eran muy amplios, se limitaban a baños termales y reposo. Cabe destacar que el príncipe solventó los gastos del tratamiento a pesar de que Haydn ya no trabajaba para él.
El 10 de mayo de 1809 los ejércitos napoleónicos se acercaron a Viena. Los sirvientes de Haydn prepararon al maestro para llevarlo afuera de la ciudad asediada, pero cuatro balas de cañón cayeron cerca de la casa, que conmovió sus cimientos. Ante las dudas del personal que no sabía qué hacer, en un último momento de lucidez el viejo maestro gritó: “No tengan miedo. Aquí está Haydn, nada puede pasaros”. Sin saber qué hacer, prefirieron dejarlo en su hogar y lo llevaron una vez más a su cama. El 26 de mayo pidió que lo acercaran al piano donde ejecutó el ‘Kaiserlied’, el himno al emperador que tanto amaba. Por la tarde se quejó de dolor de cabeza y tuvo escalofríos. Llamaron al médico quien dijo que ya mucho no podía hacer por el compositor. Murió el 31 de mayo. Como la ciudad estaba conmocionada por la invasión francesa, fue enterrado sin homenajes que se postergaron varios meses hasta que la paz volvió a la capital austriaca.
A lo largo de los últimos 10 años de su vida, Haydn había sufrido dificultades para deambular, estuvo deprimido, se hizo evidente su labilidad emocional y finalmente una demencia que lo postró. Como ya dijimos, las opiniones clásicas sostienen que padecía una aterosclerosis cerebral con múltiples infartos, pero nuevas investigaciones orientan a una encefalopatía vascular subcortical con lesiones isquémicas dispersas no solo en el cerebro sino en el tronco del encéfalo, responsables de su inclinación al llanto sin motivo aparente.
Probablemente, esta afección se haya complicado con un grado de insuficiencia cardiaca y de hipertensión arterial (por sus frecuentes cefaleas).
Al resumir su vida, sus años de servicio al príncipe que le dio todos los medios y la libertad de crear y experimentar, confesó humildemente: “No tuve más remedio que llegar a ser original”.
Y tan original fue que hasta después de muerto le robaron la cabeza a fin de estudiar en los accidentes óseos de su cráneo dónde radicaba su genio musical.
De más está decir que no hallaron ese centro de la musicalidad, pero por esta razón y otras que son más difíciles de explicar, como la codicia y las desavenencias políticas, su cabeza no descansó en paz por casi dos siglos.