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Las lágrimas de Cristiano

 

El partido es eterno. Ya van casi 105 minutos y los arcos no se rompen. Es el final del tiempo suplementario que empatan sin goles Portugal y Eslovenia. Jan Oblak, el arquero de 189 centímetros que defiende la valla de Eslovenia, vuela. Y queda suspendido en el aire, desafiando con descaro a la ley de gravedad. El remate de Cristiano Ronaldo va hacia el lugar al que se arroja el bueno de Oblak. Le pelota roza sus dedos, se ralentiza, pega en el palo y se fuga al córner. Hasta allí, una más de esas imágenes bellas que regala la Eurocopa cada tanto. Después, el fútbol. Ronaldo llora.

Parece inexplicable. Si un extraterrestre bajara a la tierra y le contaran quién es ese portugués que mejor jugó a la pelota en la historia de su país, no entendería el llanto. Si le dijeran al verde ET todo lo que ganó ese hombre de físico perfecto con cara de muñeco… Si le mostraran el currículum vitae del ya viejo goleador en retirada… Se asombraría. No podría entender por qué está hecho un trapo mojado, un niño triste. De pronto se convierte en un pibe que lagrimea, esta vez, por haber desperdiciado un penal. Mientras el DT Roberto Martínez habla en el entretiempo del adicional, las cámaras de la pantalla gigante del estadio enfocan el palco donde está sentada su mamá y Ronaldo la mira desde el campo. Ahí ya no puede contenerse.

La foto de CR7, siendo consolado por sus compañeros, será un ícono de esta Eurocopa 2024 que se va. Su gesto pidiéndoles disculpas a los hinchas una vez que logra convertir en la tanda definitoria de los penales y puede, al fin, soltar una sonrisa por la clasificación a los cuartos de final, se convertirán en todo un símbolo. ¿Tanto pude sufrir un hombre de 39 años por un resultado?

Jan Oblak se estira hacia su izquierda e impide que el remate del portugués termine en gol.

Hablar de los logros de Cristiano, a esta altura, se torna muy aburrido. Decir que ganó todo menos un Mundial solo por no haber nacido en un país con más poderío futbolístico, es suficiente. El único trofeo que le faltó levantar al crack fue la Copa del Mundo. Con recordar eso alcanza para resumir su palmarés. Resulta más sencillo repasar qué no pudo conseguir que lo contrario. Ya está. Mejor hablar de lo otro.

Mucho mejor es detenerse en las razones del llanto de un hombre grande en medio de un partido de fútbol. Las cámaras lo toman. Lo alumbran. No hay espacio para disimulos ni para manos en la boca (recurso insólito tan en boga de los players) que puedan esconder el sentimiento. No hay forma ni necesidad tampoco. Hurgar en el motivo parece más interesante y lejos de cualquier intención vulgar o amarilla.

Esa acción espontánea, ese sentimiento que explota instantáneo, es válido. Y quizá hasta una de las mejores explicaciones para quienes no entienden las razones del fútbol. Es común ver a hinchas desconsolados, a jugadores yéndose en camilla escondiendo sus rostros luego de una lesión. Es habitual hallar congoja en un futbolero. Lo raro es ver a una súper estrella, ya en retirada, toda rota por un penal fallido.

Joao Palinha trata de consolar a un inconsolable CR7.

Eso es fútbol en estado puro. Un juego de niños que puede rifar millones e intereses descomunales, pero que en el fondo a muchos hombres los congela hasta el final en sus más tiernas infancias. El chico llora cuando pierde. El veterano que lo ganó todo, también. La pelota lo logra. El mejor juguete del mundo es el que manda.

Ronaldo, hasta acá, no convirtió en lo que va de la Euro 2024. Ninguno de sus remates, salvo el penal que definió la serie frente a Eslovenia, terminaron dentro de los arcos de sus rivales. Ni contra Turquía ni contra República Checa ni contra Georgia. En la primera fase no pudo convertir.

Quizá haya sucedido porque está grande el hombre-niño, tal vez porque ya no tiene esa pimienta que lo destacó durante una decena de años como el mejor del mundo, mano a mano con nuestro amado Lionel Messi en aquel eterno duelo de titanes. Hasta acá, en Alemania, apenas dio una asistencia cuando le entregó el 3-0 a Bruno Fernandes frente a Turquía. Ese día podría haber marcado. La tuvo fácil, demasiado. Pero, a contramano de ese antipático egoísmo que lo llevó a lo más alto del planeta fútbol y lo caracteriza, esa vez la pasó para que se luciera un compañero. Fue generoso como nunca. Fue otro Ronaldo. Y estuvo muy bien.

El alivio del final en la celebración con Pepe. 

Eso sí, aunque todavía no gritó, su calidad está intacta. Esa misma que nunca pierden las grandes estrellas mientras la salud les permite caminar. Sus estadísticas indican que, hasta hoy, Cristiano tuvo un 86 por ciento de precisión cada vez que le pasó la pelota a algún compañero (entregó 58 de 66 pases bien). Pateó sin puntería pero recorrió 37,3 kilómetros en los cuatro partidos que jugó Portugal hasta el momento (el promedio de un futbolista joven es de 10K por encuentro). Su máxima velocidad fue a un promedio de 32,7 kilómetros por hora (lo habitual es 25 km/h). Y jugó cada uno de los cuatro encuentros de Portugal desde el principio.

Le falta su gol. Este viernes (desde las 16, por cuartos de final) tendrá otra oportunidad, quizá la última en la Euro. Francia, el subcampeón del mundo, lo espera para medirlo. Mejor rival, en Europa, no se consigue. Y el niño querrá ganarle sí o sí, aunque parezca un capricho más del hombre de 39 que no quiere que nadie le arrebate su juguete favorito.