En la Argentina, ¿cómo funcionan los mecanismos de validación literaria? ¿Por qué tantas obras excelentes se hundieron en el olvido? ¿Por qué se festejan fruslerías brevísimas, piezas de época intrascendentes, como si de un Borges se tratase? ¿Son hoy el amiguismo, el esnobismo y las teorías descabelladas provenientes de Francia los únicos parámetros de legitimación?
Las preguntas brotan naturalmente desde la lectura maravillada de Las Varonesas (Seix Barral, quinientas catorce páginas), publicada por única vez hace treinta cinco años en Barcelona. Su autor es el artista santafesino Carlos Catania (1931). Es muy posible que la novelística vernácula nunca haya abordado con tanta lucidez y con semejante panoplia de herramientas narrativas los tremendos temas del incesto y la guerra sucia latinoamericana como lo hizo Catania. Refutó el dictum de que la Argentina no ha engendrado, con un puñadito de excepciones, magníficas novelas oceánicas. He aquí una de ellas. Sin embargo, la gran novela de los setenta nunca fue reimpresa.
"Cuando fue publicada en 1978, la novela no recibió ni una sola crítica desfavorable en Europa, creo que incluso mereció elogios excesivos", recuerda su autor en un conversación telefónica. "Pero en la Argentina no pudo entrar, los censores militares no la consideraron decente", añade Catania.
El polígrafo Roberto Bolaño escribió en 1998: "...el narrador argentino Cataño, creo que ése es su nombre aunque no estoy seguro, autor de una novela notable y olvidada: Las Varonesas, editada en Seix Barral a finales de los setenta, se marchó a Costa Rica, en donde estuvo viviendo hasta el triunfo de la revolución sandinista, tras lo cual se fue a Managua. ¿Dónde está Cataño ahora? No tengo ni idea. Sólo leí de él una novela. Espero que siga escribiendo" (Entre paréntesis, Editorial Alfaguara, página cincuenta y cuatro). El genial chileno ha dejado pues testimonio de la excelencia del libro, aunque le pifió con el nombre del escritor a quien señala, además, como ejemplo de la afición argentina por los "exilios bizarros".
EL ARGUMENTO
La primera novela de Catania se engarza en el hilo atormentado Celine-Faulker-Onetti-Benet. Gira en torno a una familia santafesina, signada por la demencia y la desmesura. Cuatro hermanos: Alfredo, el escritor homicida; Adela, la estudiante de filosofía; Lucía, la chupacirios enamorada; la pequeña y trágica Patricia, que tiene el don de hablar con los animales (¿o no?, ¿es la única concesión al decrépito realismo mágico?). La relación perversa entre Alfredo y Adela es uno de los dos núcleos incandescentes del libro. El otro es el amor-odio en Guatemala entre El Castor y El Flaco Mendieta, líderes de la guerrilla y del Ejército contrarrevolucionario respectivamente. La tragedia griega es, sin duda, otra de las influencias de Catania. El nexo entre ambas líneas narrativas es Julián Brocca, un argentino traicionero que intentó hacer la Revolución en Centroamérica.
¿Qué hace a esta novela excepcional? La fuerza dramática, en primer lugar. La trama eslabona con destreza escenas que provocan escalofríos: un chico que se clava un tenedor en el vientre antes de que la policía lo detenga en una sala de billares; Alfredo que mata a ladrillazos al amigo que confiesa haberse acostado con Adela; operaciones guerrilleras y torturas escalofriantes en un cuartel; hermanos que se entregan a la pasión en una tapera; una niña que muere ahogada.
¿Qué más? La inteligente mixtura entre literatura y filosofía ("Musil es otra de mis influencias", destaca Catania). Hay aquí discursos notables (los argumentos a favor del foquismo, por ejemplo), una convincente Teoría del Error ("somos para otra cosa"), epifanías semánticas (libro es "un objeto que se dan las personas para tener la sensación de lo que pudo haber sido"), y un sentido general de nausea, de horror ante el hecho de estar en un mundo piojoso.
¿Algo más? Bastante puede decirse de los recursos expresivos que Catania pone en juego: la novela se narra desde distintas perspectivas e incluso con diferentes modismos de América latina, desde el criollismo argentino hasta el caribeño chévere. Están los diarios de Lucía, las cartas de Ciomara Triollet, los delirios surrealistas de una suicida, la delicada alternancia entre primera y tercera persona, los recuerdos que perforan la sucesión de hechos incluso dentro de una misma frase. Infrecuente, ¿verdad?
IMAGEN PRIMORDIAL
"Tarde cinco años en finiquitar el libro. Lo empecé en México y lo fui escribiendo en distintos países", explica Catania, quien además de novelista es dramaturgo, guionista y actor (participó en varios filmes alemanes). "Yo creo que toda obra de arte surge de una imagen. Aquí cerca de Santa Fe tenemos el arroyo Leyes. Me gustaba recorrerlo a remo cuando era joven y en una islita deshabitada encontré una vez unas estatuas de mujeres semidestruidas, con una leyenda: Las V. Las Varonesas. Así nació la novela", explica el artista.
Una idea temible (celiniana) es el cauce de toda la novela. Abarca mil kilómetros, desde la selva tropical en Centroamérica a los márgenes del Paraná. Se nos exhorta a buscar la grandeza en la subversión de lo establecido, en demoler el gran edificio ontológico. Un acto extremo tiene más valor que toda la seguidilla de actos tibios y prudentes realizados desde que se nace hasta que se muere. Desea lo depravado para no sentirte del todo insignificante.