Opinión
EL RINCON DEL HISTORIADOR

La visita de Rabindranath Tagore en Buenos Aires

El arribo a Buenos Aires con los síntomas de una enfermedad, le hicieron a Rabindranaht Tagore suspender su viaje al Perú y con muy buen criterio alojarse desde el jueves 6 de noviembre de 1924 en el Plaza Hotel. Tenía 63 años, la expectativa de vida de entonces era mucho menor; con la farmacopea de la época, cualquier problema de salud o una infección se podía agravar y llevar a la muerte en pocos días.

Desde ya que no faltaban en la ciudad prestigiosos facultativos, uno de ellos era el doctor Mariano N. Castex, que acaba de ser distinguido con la medalla de oro por la universidad de Hamburgo. Castex unía a su reconocido profesionalismo, extensas relaciones sociales y familiares. Por su madre Susana Torres Arana, tenía como antepasados a los Pueyrredon y descendía de Juana Pueyrredon de Sáenz Valiente; a su vez Victoria Ocampo descendía de Magdalena Pueyrredon de Ituarte, por lo que el afamado médico fue llamado a consulta también por una confianza dada por el lejano parentesco.

La orden del facultativo fue evitar al máximo las visitas y reuniones, para evitarle la fatiga. Sin embargo como veremos más adelante aunque con algunas limitaciones recibió al periodismo, dando a conocer un reportaje que consideramos inédito hasta el presente.
Confabulados amablemente el secretario de Tagore “un inglés rubio, de ojos celestes y nariz respingada, delgado y alto, Leonard K. Elmhirst” y Victoria decidieron trasladarlo a San Isidro. Claro que ella mujer impulsiva a la que nada frenaba no era la propietaria de la famosa Villa Ocampo, aún vivían sus padres y de seguro no iba a contar con el beneplácito de ellos. Recurrió entonces a Clemencia Sáenz Valiente Herrera, una prima hermana por su línea materna; casada con el abogado e historiador Ricardo de Lafuente Machain, quienes le facilitaron por unos días la residencia ‘Miralrío’, a pocas cuadras de su residencia paterna, donde ella se habría de instalar.

A seis días de su llegada, el 12 de noviembre lo pasó a buscar en su automóvil por el hotel: “A las tres de la tarde, se había desencadenado un vendaval que barría con violencia la calle Callao. Arrancaba las hojas nuevas de los plátanos, hacía revolotear papeles sucios y levantaba polvo de las veredas. El cielo, amarillento en algunas partes y plomizo en otras, aconsejaba a los transeúntes que se dieran prisa. Durante el trayecto el auto estuvo envuelto en remolinos de polvo”.

A poco de llegar Tagore sufrió una gripe que habría de prolongar la estadía de una semana a casi dos meses, para lo que Victoria alquiló la residencia de los Lafuente Machain. Así diariamente visitaba, almorzaba o comía con Tagore; le había llevado el cocinero y su gente de servicio, “incluso cacerolas, cubiertos y platos”.

EPOCA ESPECIAL

Era una época de especial interés por la cultura y las artes, propiciada en primer lugar por el propio presidente de la Nación el doctor Marcelo T. de Alvear, hombre de mundo, personaje fascinante, mecenas de artistas, casado él mismo con una exquisita cantante lírica que con la boda había abandonado las tablas Regina Pacini; que no dudaba en caminar por la calle para visitar la peña del café Tortoni o promocionar a jóvenes artistas como Benito Quinquela Martín, una de cuyas exposiciones coincidió con la estadía de Tagore en Buenos Aires.

Tagore comenzó a ser noticia a poco de llegar, la revista ‘Caras y Caretas’ de extraordinaria difusión y no menor tiraje, en su edición del 15 de noviembre de 1924, publica una caricatura de Macaya, en la que se ve pasar muy apurado al ministro de Agricultura, doctor Tomás Le Breton, quien levantando su bombín en actitud de saludo al ministro del Interior, doctor Vicente Gallo, le dice: “Voy apurádisimo”. “Adonde va”, le pregunta. “A verlo a Rabindranath Tagore que me escriba un libro de versos para propaganda del ministerio de Agricultura”. Digamos de paso que en ese momento una tremenda plaga de langostas asolaba la campaña bonaerense.

LA ENTREVISTA

En el mismo número el periodista bogotano Eduardo Carrasquilla Mallarino, autor teatral y letrista, que entusiasmado por el auge del tango escribió la letra de ‘El brujo’, grabado al año siguiente por Carlos Gardel; fue el autor de una nota de tres páginas sobre Tagore, ilustrada con dos fotos y un autógrafo en bengalí y en inglés destinado a la mencionada revista ‘Caras’:

“Debilitado por un largo viaje, que a sus años es fatigador, el bello príncipe de Bengala llega a Buenos Aires de paso hacia el Perú, y por prescripción médica recógese en un apartamento palaciego de la plaza San Martin, donde la consigna es terminante: ‘The doctor can not receive any visils’.

Sin embargo, hemos 
insistido en un argumentado palique sostenido con uno de los secretarios del Maestro, o Doctor, como le dicen en inglés, y logramos fijar una hora matinal para nuestra visita, que ha de efectuarse según queda convenido de una manera suave, sigilosa, fantasmal. El Doctor no podrá hablar para no suspender ni un instante el reposo que ha indicado el facultativo. De modo que aceptamos las condiciones, porque es una deferencia para ‘Caras y Caretas’ la que hace Rabindranath Tagore con sólo aceptar nuestra presencia en su recogimiento de enfermo.

A la hora convenida llegamos al grandioso hotel donde se aloja el glorioso viajero y a poco de anunciarnos, se nos invita a subir al primer piso donde nos reciben dos secretarios y hacemos una corta antesala durante la cual nuestro fotógrafo prepara la máquina.

APOSTOL HINDU

La mañana es luminosa. El azul del cielo se divisa a través de los amplios ventanales. Las salas, los corredores, todo el hotel señorial respiraquietud y tranquilidad, pues los rumores del tráfico urbano parece que no quisieran llegar hasta aquí para no turbar la calma del apóstol hindú.

- ¿Listos? -pregúntanos al cabo el primer secretario, rubio joven inglés de palabra puntual y espíritu despierto, seguramente, a las maravillas del Oriente.

- ¡Listos! - respondemos. Y acto seguido, guiados por nuestro interlocutor, penetramos en la cámara donde, a la derecha y al fondo, acomodado en muelle sillón, está sentado Rabindranath Tagore. Ha sido como entrar en un santuario. Los muebles modernos, las decoraciones occidentales, el ambiente de gran hotel-palacio, todo ha cambiado a nuestro sentir. Sólo la luz, la maravillosa luz de esta mañana que bien recuerda a las mejores de Bolíur, nos acompaña en la visita cuasi religiosa donde nuestra alma inclínase hieráticamente ante el varón, emblema de tanta belleza y de tanto amor.
Tres venias inician el coloquio mudo y contemplativo, en tanto que el Maestro -impasible en apariencia, con un pequeño libro de piel de Rusia cerrado sobre el regazo- se presta de buen grado a una y otra exposiciones fotográficas. Los secretarios nos encuadran cortésmente, el secretario rubio y el hindú de pelo negro y tez quemada. El primero nos habla con los ojos como para recordarnos obstinadamente que no vayamos a interrogar al Doctor...

El segundo nos conversa al oído de ‘Caras y Caretas’, que dice conocer muy bien, y nos solicita varias copias de los retratos que el fotógrafo toma en el instante... Pero nuestra mirada y nuestra sensibilidad fíjanse reverentemente en la persona del poeta apostólico con no menor intensidad que las placas fotográficas. El fulgor de la mañana abrillanta la cabeza mosaica dando a la melena y a la barba de divina plata una amorosa caricia de oro. ¡Es un cuadro conmovedor! Los ojos inmensa- mente mansos en que la mirada de la suprema sabiduría flota en un largo vuelo de alas blancas, dan la sensación de que viven ya una vida fuera del mundo, del mundo prosaico, del mundo de las guerras y de los dolores.
Las manos del Maestro son largas, finas y morenas como todo él, que, tocado por los soles bengalíes, tiene el tipo más puro y más hermoso de su raza admirable. Son manos eléctricas en sus vibraciones creadoras, pero hechas a una disciplina profunda, se pliegan sumisamente sobre el regazo del pensador como si temieran sacarlo de sus meditaciones.

Cubre al poeta un total manto gris que se diría inconsútil. Es un manto gris de paloma o de torcaz, bajo cuyos pliegues flotantes adviértense las líneas aún esbeltas de la figura entera. Al lado del poeta un gran ramo de linos del valle levanta sus cálices blanquísimos como si al llenarse de luz quisiera brindar con ella por la salud que recobra el lírico príncipe.

Han pasado varios minutos... El silencio es completo. El autor de ‘Luna nueva’ y de ‘Piedras hambrientas’ no ha abierto los labios, entendiéndose por señas con sus secretarios. Estamos, por tanto, presenciando algo como la celebración de una misa esotérica cuyo oficiante fuese la misma divinidad que se venera. Pero este silencio no es incómodo. ¡Al contrario! Hay en él mucha más elocuencia y mayor cambio e ideas que en la más locuaz de las entrevistas. Nunca, en nuestra carrera periodística, hemos callado ni comprendido tanto del entrevistado.

Este hombre está envuelto en algo que deslumbra los ojos del espíritu. Todas las religiones del Oriente, lo que tienen de más hondo y de más dulce, fúndense en la palabra doblemente alada y musical de Rabindranath Tagore, el silencioso, cuya presencia armonizadora pesa en el mundo más que la Sociedad de las Naciones.

Y allá va invitado por el gobierno de la república hermana del Perú para asistir al centenario de la batalla de Ayacucho, en cuya conmemoración se erguirá el poeta sacerdote como un emblema de paz y de amor venido de donde viene la luz.

¡Este hombre es un gran silencio! El silencio del espacio en las noches estrelladas de la primavera...”.

CANCIÓN MATERNAL

La misma revista en su edición del sábado 22 de noviembre publica este escrito de Tagore, entiendo no mencionado jamás mencionado en su bibliografía:

“Hijo mío, vamos río abajo por la existencia. Nuestras vidas habían de separarse y nuestro amor se olvidara. ¿Qué te daría yo para que no te fueras?. ¡Ay! ¿Pero seré tan tonta que intente comprarte el corazón con regalos? Tu vida empieza: es largo tu camino, de un sorbo apuras el camino que te damos, y vuelves a irte corriendo del lado nuestro.
Tienes tus juegos y tus amigos, y es natural que natural que se te pase el tiempo sin pensar en nosotros. ¡Nuestra vejez, en cambio, es tan ociosa! Tenemos tantas horas para contar los días que cayeron,. y para amar en nuestro corazón lo que siempre se fué de nuestras manos. El río alegre rompe todos los diques y se va cantando. La montaña se queda y lo recuerda y lo sigue con su amor.
Mi canción se volverá con tu música, hijo mío, como los tiernos brazos del amor. Te tocará en la frente cual un beso de bendiciones. Si estás solo se sentará a tu lado y te hablará al oído; cuando estés entre la gente te cercará para alejarte de ella.Mi canción, cual las dos alas de tus sueños, te llevará tu corazón hasta el fin de lo inefable. Cuando la negra noche se tienda en tu camino, mi canción será sobre tu cabeza como una estrella fiel. Se sentará en las niñas de tus ojos y guiará tu mirar al alma de las cosas.

Cuando mi voz enmudezca con la muerte, mi canción te seguirá hablando en tu corazón vivo”.


CARICATURA

La presencia de Tagore daba para todo, en ese mismo número el caricaturista Macaya presenta un personaje adulador que se encuentra con el intendente José Luis Cantilo, hombre de gran cuerpo y bastante obeso y le dice: “Usted es el vivo retrato de Rabindranath Tagore”.

El número del 29 de noviembre de la revista, ofrece a Tagore un homenaje como era publicar su caricatura, a través de la pluma de Álvarez, con unos versos que aluden a Victoria Ocampo: “Dice una escritora entusiasmada / Hasta los más mezquinos y perversos / admiran con el alma subyugada, / la juventud eterna de sus versos / la eterna juventud de su mirada”.

El número del 10 de enero de 1925 publica una foto de Tagore, subiendo al barco, acompañado detrás por la señora Victoria Ocampo de Estrada, agregándosele el apellido de casada.
 

Adolfo Bioy Casares, con sus comentarios tan particulares y a veces sin freno, da otra versión sobre la estadía de Tagore:

“¿Por qué Rabindranath Tagore pasó una temporada en Buenos Aires? Vino invitado por Leguía, que gobernaba en el Perú. Aquí tuvo que hacer una etapa, porque se engripó. Mariano Castex lo vio en el Plaza Hotel, y después, Beretervide, que contó la historia. Yo lo llevaba muy bien, ya estaba casi restablecido de la gripe, cuando un día lo encontré boca arriba y temblando. Pensé: Lo traté por gripe y tenía meningitis. no era así. Lo que había pasado era que se había enterado de que Leguía, el hombre que lo había invitado, era un tirano, un enemigo de la libertad, y le dio un patatús. Quería renunciar al viaje. le pidieron a Castex que diagnosticara, por escrito, insuficiencia cardíaca, que hacía peligroso el cruce de los Andes. Castex se negó. Dijo: ‘Tengo un nombre, que se hizo en cincuenta años de práctica de la medicina. No puedo decir ese disparate’. Beretervide escribió un diagnóstico absurdo y Rabindranath Tagore pasó en Buenos Aires los días que proyectaba dedicar al Perú, y conoció a Victoria Ocampo".

Tagore pasó una semana también en Chapadmalal en la estancia de los Martínez de Hoz. Sin duda recorrió las costas, los acantilados y nuestros campos. Mucho lo impresionó sostiene Shyama Prasad Ganguly ver un animal muerto en uno de los potreros y escribió un poema en bengalí que leyó una noche y que Victoria Ocampo tradujo al inglés. La estancia espléndida con su mobiliario inglés, desilusionó a Tagore que esperaba encontrar una casa criolla.

Hay imágenes que se graban para siempre, quizás las de ese “solitario de las barrancas” como lo llamaron los cronistas durante su estadía en el viejo Pago de la Costa, fue la de ese balcón, como se lo confesara después a su anfitriona: “No he podido verme libre de mi decaimiento. En este estado de debilitamiento físico mi imaginación a menudo vagabundea y vuelve a aquel balcón de San Isidro… Todavía recuerdo intensamente la luz de la madrugada sobre los grupos de extrañas flores azules y rojas de su jardín, y el juego constante de los colores sobre el gran río que yo nunca me cansaba de mirar desde mi balcón solitario”.

Es de desear que este balcón que hemos abierto en el centenario de su visita, perdure como un faro luminoso de cuanto de bueno le es dado sembrar a los hombres en su terreno ambular.