A principios de 1981, con 18 años, Víctor Villagra se disponía a comenzar una nueva etapa de su vida. En la Universidad del Salvador daba sus primeros pasos en la carrera de Analista de Sistemas. Porteño, de Caballito, había hecho toda la secundaria en el “Justo José de Urquiza”. A fines de mayo, fue sorteado para el Servicio Militar Obligatorio. No se salvó, le tocó el número 992, Infantería de Marina. Intentó pedir la prórroga pero una materia pendiente del secundario se lo impidió.
El 1° de febrero estrenó la vida de “colimba” como clase ´63. Todo era distinto, nuevas caras, nuevas experiencias, en el Cifin (Centro de Instrucción y Formación para el Infante de Marina), camino a La Plata. El día 26 cumplió los 19 fuera de su casa y lejos de sus padres. Extrañaba, si…pero el cansancio por la dura instrucción no le dejaba mucho tiempo para ocuparse de esas sensaciones. A fines de marzo fue destinado a la Base Naval de Puerto Belgrano, en Baterías. Y ahí integró la Compañía PM del BICO, el Batallón de Infantería Comando.
- ¿Cómo vivió aquel el 2 de abril, el día de la recuperación de las Islas Malvinas?
- Estábamos en el batallón y a la mañana bien temprano nos enteramos que se habían recuperado nuestras islas y si bien fue una inmensa alegría también veía un dejo de preocupación en el rostro de los oficiales y suboficiales porque no se sabía cuál era el costo. De ahí en más los días fueron pasando y no hubo movimientos ni ningún tipo de noticia sobre la posibilidad de ir a las islas.
“NO QUIERO QUE VAYAS A LA GUERRA”
Cuarenta y un años después, Villagra aún recuerda muy emocionado lo que sucedió el sábado 10 de abril de 1982. Su madre, desde Caballito, se tomó el tren y lo fue a visitar. “Me cayó de sorpresa”, rememora. La dejaron pasar y apenas se vieron, ella se puso a llorar, lo abrazó y le dijo:
- ¡Yo no quiero que vayas a la guerra!
- ¿Qué guerra me hablas?
- Ellos van a venir…
- Fijáte en el mapa donde está el Reino Unido y donde están las islas Malvinas, ¿a dónde van a venir…?
El corto paseo que pudieron hacer por Punta Alta le servió para convencer a su madre de regresar a Caballito.
“Volvé tranquila, está con el viejo, que no pasa nada. Además, si hay que ir a Malvinas… ¿qué me van a llevar a mí si yo tengo dos meses de instrucción?”. Sin embargo, las cosas no fueron como Villagra pensaba. La intuición de madre con su hijo único fue más. Al día siguiente su vida cambiaría para siempre.
El 11 de abril, domingo de Pascuas, llovía torrencialmente, de una manera infernal, no se veía a cincuenta metros. Y los soldados fueron convocados al casino de suboficiales.
- ¿Qué recuerda de aquel momento?
- El hoy suboficial mayor Humberto Simone Enríquez nos reunió y nos dijo: ´Señores: tenemos el orgullo y el honor de haber sido designados como la única compañía en la historia de la Infantería de Marina que va a trabajar con ametralladoras pasadas 12,7, defensa antiaérea´. Yo lo miraba, estábamos sentados en el piso como indios, y pensaba para mi… ‘el orgullo y el honor lo tendrás vos que sos militar y elegiste la carrera, ¿yo que tengo que ver en esto?’. Pero hoy puedo asegurar, 41 años después, que siento profundamente ese orgullo y ese honor de haber pertenecido a esa compañía. También recuerdo que nos dijo: ´Vamos a ir a cumplir una misión muy difícil y es muy probable que muchos de nosotros no vuelvan´. Nos miramos... tuvo razón, fuimos 128 hombres y volvimos 121. Terminó sus palabras manifestando: ‘El que no se sienta en condiciones físicas o psíquicas que me lo diga acá y no en el campo de batalla. Mañana lunes después del desayuno espero una respuesta’.
“YO QUIERO APRENDER”
Las próximas horas había que pensar que se respondía el día lunes. Sin comunicación con sus padres solo le quedaba reflexionar en soledad. “Pensé -explica Villagra- que si era algo nuevo lo de la Compañía de Infantería daba lo mismo el tiempo que tenía de instrucción, a partir de ahora iba a ser para todos por igual. Entonces dije…’yo quiero aprender y formar parte de la compañía… no de la guerra. Y mi respuesta fue si, aceptó’. El lunes, el suboficial Enríquez nos llamó y nos volvió a hacer la misma pregunta. Y ante nuestra respuesta afirmativa dijo: A partir de ahora forman parte de la compañía”.
Luego para Villagra vendría la corta instrucción y la práctica de tiro (sólo dos veces) con la ametralladora 12,7. “No le pegábamos a nada, pero nos íbamos acostumbrando a la vibración, al ruido y al peso del armamento”, trae a la memoria Villagra, risueño. El grupo, finalmente, quedó integrado por Villagra; el chaqueño René Orlando Cóceres; el correntino Horacio de la Cruz Ruíz Díaz y el cordobés, Luis Cirilo Heredia. Una hermandad que perdura hasta hoy: “Son los tres hermanos que la vida no me dio, pero si la guerra”, sostiene con los ojos brillosos.
El 16 de abril, los cuatro, partieron rumbo al sur.
LA MISION EN MALVINAS
Salieron en avión de la Base Aeronaval Comandante Espora de la Armada, en Bahía Blanca, con destino a Río Grande, Tierra del Fuego. Ahí durmieron en el BIM5 y al día siguiente, a primera hora, partieron hacia las Islas Malvinas. El avión no tenía asientos, iban sentados en el piso agarrados de los zunchos junto a los cajones de municiones, ametralladoras, el bolsón porta equipo repleto, más la mochila, el FAL y la 12,7 que era el armamento grupal. Acompañó el viaje un silencio tenso de pensar que se iba a pisar las islas, pero nunca se habló de guerra.
- ¿Cómo fueron sus primeros días en Malvinas?
- El 17 de abril pisamos suelo malvinense y nos empezaron a dividir por distintos sectores. A nosotros nos tocó en la península de Camber. Ahí montamos la posición. Atrás teníamos agua y Puerto Argentino, adelante agua nuevamente y una montaña, a nuestra derecha el aeropuerto, y a la izquierda Monte Longdon y Monte Dos Hermanas. Nuestra misión era cubrir el frente de Puerto Argentino y el costado del aeropuerto. El primer día empezamos a armar la posición sobre piedra. Fuimos a desarmar un galpón para sacar las chapas y las poníamos entre las piedras y arriba turba para camuflar. Nos metimos abajo y todos los días le poníamos más piedras para camuflar mejor la 12,7.
LA VIDA DIARIA EN LAS ISLAS
- ¿Cómo era la vida diaria en las trincheras?
- No sabíamos en que día estábamos. Por la mañana nos traían una gran hoya con leche chocolatada o mate cocido, luego al mediodía almorzábamos y por la noche a veces cenábamos y a veces no, debido al clima, a la oscuridad o por el peligro de bombardeos no podíamos abandonar la posición. Lo fuimos sobrellevando y acostumbrando.
-¿Se acuerda de algo específico?
- Si...el olor de la guerra. Es el olor a mugre, a estar sucio, el olor a pólvora, a sangre, a muerte. Yo estuve 64 días sin bañarme. Otra característica diaria fue el frío y el viento, eran demasiado y también la llovizna finita constante. El viento no para, a veces no podíamos hablar, teníamos que girar la cabeza cerca de la otra persona porque si no, como dice el dicho, las palabras se las llevaba el viento. En la trinchera había tiempo para todo y a veces uno no sabía en que ocuparlo. Entonces con mis compañeros hablábamos de nuestras ciudades, de cómo eran, de las comidas típicas, de la música que cada uno escuchaba, de las creencias, en definitiva, de la diversidad de la cultura. Para un porteño era como descubrir un mundo nuevo. El tema de las cartas también lo tengo muy presente. A mi madre le escribí unas quince cartas, pero le llegaron cinco. A mí también me llegaron cartas de ella, pero no las pude traer. También estaban las cartas que nos escribían los chicos de colegios. Cada uno tenía sus cartas y la idea era volver al continente y agradecerles en persona, pero no lo pude hacer porque no nos dejaron traer nada de las islas.
- ¿Había tiempo para la religión?
- No existe el ateo en la guerra. Todos se aferran a algo. Yo llegué a Malvinas con una formación católica y con una medallita de alpaca de la Virgen de Luján en el pecho. Siempre le pedía que me proteja y que si tenía que entrar en combate me diera valor y que no me bloquee. Porque el que está bloqueado es hombre muerto. Teníamos el rosario, el catecismo y rezábamos. A veces interrumpían las bombas o las alertas rojas. A su vez había varios sacerdotes que recorrían las trincheras y celebraban las misas de campaña armando el altar arriba de los cajones de municiones. Nos encomendábamos a Dios y sabíamos que si alguno tenía que partir era por la Patria y por una causa noble y justa.
BAUTISMO DE FUEGO
- ¿Cómo vivió el 1° de Mayo, el inicio de los combates, cuando un avión británico bombardeó la pista del aeropuerto de Puerto Argentino?
- Eran las cuatro y media de la mañana y yo dormía porque no estaba de guardia. Y de repente escuchamos los bombazos, salimos del refugio y tomamos nuestras posiciones a no más de tres metros y empezamos a disparar para arriba con la ametralladora. En el cielo no se veía nada, era como una sábana negra, pero sabíamos que los británicos estaban arriba. Parecíamos locos porque le tirábamos a la nada. Pero sirvió porque los aviones en lugar de volar a determinada altura lo hicieron mucho más alto porque recibían el fuego de nuestra artillería antiaérea. El ruido ensordecedor de las armas disparando y el sonido de las explosiones te excita demasiado, y también te deja temblando y loco porque uno no sabía si una de las bombas iba a caer donde estábamos nosotros. La tierra vibraba, ante cada bomba parecía que se caía la isla. Eso fue nuestro bautismo de fuego y gracias a Dios no sufrimos ninguna baja. Luego vinieron los superiores, nos preguntaron si estaba todo bien y nos dijeron que esto había empezado y que ya no había marcha atrás. Al día siguiente comenzamos a ver como podíamos reorganizarnos mejor. Ahí realmente sentimos lo que era la guerra.
- Finalmente, el 13 de junio entró en combate…
- Así es. Las guardias eran de 20 a 8 y el 13 de junio nos toca el primer turno. No había movimiento y por los teléfonos que teníamos, que estaban llenos de cables, nos comunicamos e informamos que estábamos en posición. Mientras charlábamos con mi compañero, el rosarino Avelino Rubén Rodríguez del BIM2, a eso de las 23.30 me informan sobre algún posible movimiento frente a mí. Me fijo con mi visor nocturno y veo una mancha en el agua que no pude identificar. Vuelvo a mirar y me doy cuenta muy clarito que son tres lanchas de desembarco británicas. Automáticamente doy aviso a los otros puestos de guardia. Nadie me responde y pensé que como no escuchamos ruido a balas los habían degollado. Los próximos éramos nosotros. Le puedo asegurar que si se movía el pasto le tiraba. De repente, me contestan y me dicen: ¿Qué ven? Y me informan que los demás puestos de guardia estaban bien y se habían replegado. Quedamos, entonces, nosotros dos solos. Y nos hacen una pregunta muy estúpida ¿Ustedes los tienen cerca? Y luego nos ordenan disparar con munición trazadora: “¡Abran fuego…donde marcan ustedes tiramos todos!”. Rodríguez no había traído el correaje para el FAP con 12 cargadores y 240 balas. Lo había dejado en la posición. Apuntamos y empezamos a tirar, yo con mi FAL. Automáticamente ellos, que después me enteré que eran comandos SAS, ponen los motores en marcha y empiezan a tirar para cualquier lado y se abren en abanico. Uno hacia nuestra dirección. De repente siento el sonido de una bala pasar muy cerca mío y se trataba de fuego propio que estaba arriba nuestro apuntando donde nosotros estábamos tirando con las trazadoras. Es decir, quedamos en la línea de fuego. Nos dimos cuenta y nos metimos adentro del pozo. Ahí nos quedamos dos horas, luego de hacer un rastrillaje volvimos a nuestra posición. Con mucha adrenalina, con la sensación de que podían volver. El 14 de junio, a media mañana, nos llega la orden de replegarnos en lancha a Puerto Argentino con armas y municiones. Antes hicimos pedazos la 12,7 para que no la tomen los ingleses. Todo el 14 estuve armado hasta la firma del cese de fuego. Tras la rendición sentí dolor, tristeza, indignación y bronca, porque no flameaba más el pabellón nacional y que estaba nuevamente la bandera de los piratas. Yo había entrado en combate la noche anterior y “mi guerra” la había ganado. ¿Tanto sacrificio para qué?
EL REGRESO
- ¿Que pasó después de la rendición?
- Yo estuve seis días prisionero en el aeropuerto de Puerto Argentino, casi sin trato con los ingleses porque ellos se comunicaban con nuestros oficiales. En el aeropuerto había encontrado un rollo de fotos de esas máquinas pocket, que después pude usar y me permitió sacar fotos de ese momento. Lo pude pasar encondiéndolo en el medio del doble guante que tenía y los ingleses no lo descubrieron. Regresé al continente el 20 de junio.
- ¿Cómo fue el regreso a su casa?
- Cuando en los últimos días de junio me dieron un franco, me tomé el tren a Constitución y de ahí el 65 a Parque Centenario. Por la desesperación de llegar me bajé una parada antes y ese trayecto lo hice a pasos gigantes. Toqué el timbre, mi madre ya sabía que estaba bien, subí al octavo y cuando salí del ascensor mis padres se abalanzaron sobre mí, me abrazaron, lloraban y me tocaban como diciendo ¿estás bien?. Me acuerdo de los saltos de mi perrita. Mis padres nunca me preguntaron de la guerra. Hubo mucha gente que hizo tratamientos psicológicos o psiquiátricos, en mi caso yo me autoanalicé, porque desde que llegué de Malvinas no paré de hablar de la guerra, escupí todo lo que tenía. Hoy ya no tengo más bronca, más veneno, más dolor y si tengo es mío y no lo quiero transmitir a otras generaciones.
-¿Y su reincorporación a la vida civil?
- Cuando volví de la guerra yo tuve que terminar de hacer la “colimba” y estuve adentro nueve meses más. Salía de franco todos los viernes de Bahía Blanca, venía hasta capital y el domingo a la noche me volvía. Y así es como fui encajando de a poco otra vez en la vida civil. En 1985 ya ingresé en el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires donde todavía trabajo y hoy soy el Coordinador del Programa de Salud para el Veterano de Guerra de la Ciudad.
EL MENSAJE
-¿Para Ud. cuál es el mensaje que Malvinas puede transmitir a la sociedad?
- Lo principal es que los objetivos se cumplen en equipo. La unidad y el trabajo en equipo son piezas fundamentales. Y hoy para todos los argentinos el objetivo es uno solo: la bandera nacional. No me entra en la cabeza que, en el país de la comida, haya gente que no pueda comer. Eso pasa porque trabajamos en forma egoísta e independiente. En todos los ámbitos se debe actuar en equipo, en el hogar, en el colegio, en el ámbito laboral. En las charlas que doy en los colegios simpre les digo a los chicos que nunca se deja a nadie “colgado” y que siempre es el “todos juntos” para lograr un objetivo. Hoy, muchos trabajan para defender su “quintita” y los intereses personales y no lo hacen unidos por un objetivo en común que es el bienestar de todos. Malvinas es la causa que une a los argentinos. Cuando hablamos de Malvinas no hay partidos políticos, no hay religión, no hay banderas futbolísticas. Malvinas es Malvinas, Malvinas no se mancha.
-¿Y en lo personal?
- Yo a Malvinas no llevé lapiceras... llevé balas. Yo no firmé nada. La última orden que recibí fue “soldado replegarse”. Y este soldado hoy está replegado, no está rendido. No me voy a rendir nunca. Hoy estoy dando la batalla cultural a través de las charlas que doy en los colegios, y en las universidades de todo el país. También a través de mi libro. Mi objetivo es que queramos un poquito más a nuestra patria y la defendamos y no olvidemos nunca a los héroes verdaderos que son los que quedaron en Malvinas y en mar argentino.
En su visita a La Prensa. Víctor Villagra tuvo la gentileza de traer todo el material (ver fotos) como el que usó durante la Guerra de Malvinas en 1982. El material (borceguís, cargadores, munición, caramañola, poncho de agua, antiparras, marmita de campaña, casco, una réplica del FAL con culata reversible tamaño real y otra, a escala, de la ametralladora pesada antiaérea 12.7) es el mismo que utiliza para dar sus charlas a lo ancho y largo de todo el país, sobre todo en colegios. Asimismo, Villagra se encuentra presentando el libro que escribió sobre su experiencia en la Guerra de las Malvinas: “Camber: Misión Cumplida” (Grupo Argentinidad. 164 páginas)
Una apasionante y valiosa narración de sus vivencias en la guerra de 1982 que logra transmitir sensaciones y enseñanzas. Fue declarado de Interés Cultural y Educativo por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires.
-¿Qué lo impulsó a dejar por escrito su valioso testimonio?
- Con mis compañeros de Malvinas nos pusimos tres grandes objetivos: Primero, como soldados teníamos que defender nuestra bandera nacional y nuestra patria. Segundo, que por la península de Camber no tenían que ingresar los británicos. Y tercero, que los cuatro teníamos que volver al continente porque teníamos que conocer a las respectivas familias. Gracias a Dios volvimos los cuatro, defendimos nuestra bandera y los ingleses no pudieron entrar por Camber. Por eso me tomé el atrevimiento de escribirlo para que quede el testimonio de un soldado a las futuras generaciones. En 1982 cumplí como soldado y como hijo, y ahora tengo que seguir cumpliendo porque sigo siendo un soldado.