“Después del partido, si quieren, los invito a mi habitación y se cagan a trompadas. Yo oficio de réferi. Pero en la cancha son como hermanos y dejan la vida. ¿De acuerdo?”. Reveladas por el periodista Guillermo Salatino, estas palabras salieron de la boca de Ion Tiriac, el rumano que entrenaba a Guillermo Vilas. Pretendía que Willy y José Luis Clerc dejaran de lado sus diferencias y unieran fuerzas para ganar el vital punto de dobles en la final de la Copa Davis de 1981. La dupla argentina jugó un partido memorable, pero ni esa oportuna tregua alcanzó para doblegar al equipo de Estados Unidos, liderado por John McEnroe, el mejor tenista de esos tiempos.
Vilas y Clerc marcaron el camino para varias generaciones de tenistas argentinos. Con su espectacular triunfo en el Abierto de los Estados Unidos de 1977, Willy hizo de ese deporte un fenómeno popular. Muchos pibes de la época empuñaron una raqueta para emular la hazaña del virtuoso zurdo de la vincha. Batata surgió poco después y rápidamente se hizo un lugar en el circuito profesional con la potencia de sus golpes.
Con ellos, Argentina ganó en 1980 la Copa Mundial por Equipos -hoy conocida como Copa ATP- y se instaló ese mismo año en las semifinales de la Copa Davis. Una insólita derrota en Buenos Aires a manos de Checoslovaquia en medio de un conflicto con la Asociación Argentina de Tenis (AAT) redujo a la nada las posibilidades de la dupla de quedarse con la Ensaladera de plata. Vilas y Clerc se habían cobrado como víctima a Estados Unidos en la final de la Zona Americana (en ese momento no existía el Grupo Mundial). Y, por si fuera poco, ambos derrotaron a McEnroe, el líder del ranking de la Asociación de Tenistas Profesionales (ATP).
Un año más tarde, Willy y Batata llevaron al equipo de Copa Davis a la final. En 1981 se instrumentó por primera vez el Grupo Mundial, en el que los 16 países más poderosos del tenis pugnaban por el título en series eliminatorias que iban desde los octavos de final hasta la finalísima. Quedaba atrás el esquema en el que se accedía primero a semifinales y luego al choque decisivo después de superar las zonas continentales.
Batata y Willy ganaron la Copa Mundial por Equipos en 1980.
JUNTOS, PERO SEPARADOS
Aunque eran los responsables del rol estelar del tenis argentino en el contexto internacional, Vilas y Clerc tenían una pésima relación personal. En realidad, no tenían relación. Se juntaban para decir presente en las series de Copa Davis, pero se movían como si integraran dos equipos diferentes. Cada uno se entrenaba por su lado, sin hablarse. Solo coincidían en la cancha en los partidos de dobles. A propósito: formaban una excelente pareja. La precisión estética de la mano izquierda de Willy se complementaba a la perfección con la poderosa derecha de Batata.
La guerra de egos era muy conocida en la intimidad del antiguamente llamado deporte blanco. Sí, el tenis tenía ese curioso apodo por la clásica indumentaria de los jugadores desde la era en la que se lo consideraba un juego de nobles. Hoy, solo Wimbledon mantiene la costumbre de usar vestimenta de un tono asociado con la pulcritud y la excelencia.
Desde su irrupción en el circuito a fines de los ´60, Vilas se hizo notar por su juego ofensivo, meticulosamente ofensivo. Estudioso del tenis, desarrolló efectos inéditos hasta entonces y habituales hoy en día y le adosó a su maravillosa técnica un estado físico descomunal. Su primer gran impacto fue la obtención del Masters de 1974 y completó dos años espectaculares, 1975 y 1977, en los que solo el sistema de cómputos de la ATP le impidió ser el número uno del ranking a pesar de haber ganado más títulos que cualquier otro jugador.
Vilas y su festejo en el US Open de 1977.
El US Open y Roland Garros fueron suyos en 1977, al igual que el Abierto de Australia en 1978 y 1979. De los torneos de Grand Slam solo le faltó Wimbledon. Cosechó 62 títulos ATP del ´73 al ´83. En el ´77 dominó el circuito casi a voluntad y ganó 16 torneos, un récord aún vigente que comparte con el australiano Rod Laver (lo hizo en 1969) y el rumano Ilie Nastase (1973). También es suya la mayor marca de triunfos en una temporada: 136 en ese fabuloso 1977, en el que apenas perdió 14 veces.
Clerc desembarcó en el universo tenístico cuando ya Vilas tenía una presencia casi inamovible en el selecto grupo de jugadores top ten del ranking. Rápidamente todos repararon en él por su derecha violenta y certera y por el vigor de sus saques. Casi podría decirse que era la antítesis estilística de Willy. Su carrera le deparó 25 títulos -el más importante fue Roma en 1981, con victoria sobre el paraguayo Víctor Pecci en la final- y sigue siendo el segundo tenista argentino con más torneos ganados. Tercero está Juan Martín del Potro, con 22.
Vilas y Clerc estuvieron frente a frente en una cancha en 14 ocasiones, con diez triunfos de Willy. Lo curioso del caso es que las cuatro victorias de Batata se dieron en finales: Madrid 1980, Washington y North Conway 1981 y Gstaad 1982. En los otros duelos por el título prevaleció el máximo referente del tenis argentino: Gstaad, South Orange y Aix-en- Provence 1978 y Buenos Aires 1979. Pero también compartieron courts. Además de conseguir juntos la Copa Mundial por Equipos del ´80, llevaron al equipo argentino de Copa Davis a los primeros planos y en 1981 lo instalaron en la final contra Estados Unidos, luego de aplastar 5-0 a Gran Bretaña en las semifinales. El 3 de octubre, a pedido del público que colmaba las tribunas del Buenos Aires Lawn Tennis Club, se abrazaron antes de superar 8-6, 8-6 y 6-2 a la dupla Andrew Jarrett - Jonathan Smith.
A pedido del público, el abrazo entre los dos mejores tenistas argentinos de la historia.
El vínculo entre ellos era distante, pero no al punto de lo que había sucedido tres meses antes contra Rumania en Timisoara, donde la mala relación comprometió lo que debió haber sido un cruce sin mayores contratiempos y terminó con un apretado éxito por 3-2.
CONTRA EL MEJOR
La lucha por el título tenía fechas en el calendario: del 11 al 13 de diciembre de 1981. Se iba a librar en Cincinnati. Más precisamente, en el Riverfront Stadium, donde se había instalado una novedosa superficie denominada Supreme Court. Se trataba de una carpeta que le confería una rapidez pocas veces vista hasta entonces a la cancha. Esa era una de las cartas que tenían escondidas los estadounidenses, que para esa serie apostaban a la supremacía de McEnroe, quien, tras el retiro del sueco Björn Borg, se había convertido en el indiscutido número uno del mundo.
El tan irascible como talentoso Big Mac había tenido una temporada para el aplauso. Diez títulos, entre ellos Wimbledon y el US Open, mostraban a las claras su excelente nivel. El capitán del equipo norteamericano, Arthur Ashe, una leyenda del tenis, debió prescindir de Jimmy Connors -tercero en el escalafón mundial-, quien decidió adelantar sus vacaciones. Entonces, la formación se completó con Roscoe Tanner, un sacador feroz que estaba undécimo en el ranking, Eliot Telstcher (octavo) y el doblista Peter Fleming, quien junto con McEnroe componía la mejor pareja del planeta.
Tras la victoria en la final, la Copa Davis en manos de Roscoe Tunner y John McEnroe.
En el equipo argentino se había elegido como capitán a Carlos Junquet, un exjugador que había sido noveno en el ranking nacional entre 1967 y 1969. Poseía méritos para ocupar ese puesto, pero, sobre todo, tenía el aval de Vilas y Clerc. Para la final, además de Willy y Batata, quienes en ese entonces estaban sexto y quinto, respectivamente, en el ranking de la ATP, fueron citados Ricardo Cano -un tenista puro talento- y Eduardo Bengoechea. Más allá de los integrantes del cuarteto, se sabía que, salvo algún imponderable, la representación nacional se reducía a dos apellidos.
Los días previos confirmaban la noción de dos equipos individuales del bando albiceleste. De un lado, Vilas se ponía a punto con Tiriac; del otro, Clerc lo hacía con el chileno Patricio Rodríguez. Junquet mediaba entre las partes y, junto con los entrenadores de cada jugador, diseñaba la estrategia más conveniente. Y había que pensar mucho para sortear el inmenso obstáculo que presentaban los rivales.
CERCA DE LA HAZAÑA
McEnroe y Vilas tuvieron a su cargo el primer punto. Todas las apuestas estaban a favor del estadounidense. Era lógico. Nadie podía con él en ese tiempo. El argentino hizo un muy buen partido, pero fue víctima del servicio imparable de Big Mac. Aunque perdió 6-3, 6-2 y 6-2, el resultado no reflejó la inteligente estrategia de Willy, quien intentó devoluciones veloces y buscó que su drive fuera lo más incisivo posible para que su rival no le ganara la red.
Clerc debía cuidarse del saque de Tanner. En la final de Indian Wells de 1978 el norteamericano le imprimió una velocidad de 246 kilómetros por horas a su servicio. Todavía hoy esa marca está entre las diez más rápidas de la historia. Batata apeló a bloquear las pelotas del estadounidense. Internarse en un concurso de palazos contra él habría sido un pecado imperdonable. Consciente de que las posibilidades argentinas dependían mucho de su triunfo, sacó a relucir su inteligencia para evitar raudos intercambios de golpes, aprovechar su saque y herir a su rival con tiros cruzados. La fórmula fue perfecta y Clerc igualó el marcador con un 7-5, 6-3 y 8-6 (en esa época no existía el tie break).
El equipo argentino: Clerc, el preparador físico Juan Carlos Belfonte, Eduardo Bengoechea, Ricardo Cano y Vilas.
El tercer capítulo del duelo adquirió un valor fundamental. McEnroe y Fleming tenían todas las de ganar, por lo que había que pensar muy bien cómo perseguir el milagro de derrotarlos. Vilas peleaba contra un cuadro de anginas y Clerc tenía una molestia en un pie. Junquet dudaba. Pensaba en Cano y Bengoechea. La conflictiva relación de sus dos mejores jugadores empeoraba la situación. Tiriac y Rodríguez le aconsejaron que confiara en Willy y Batata. Fue entonces cuando se produjo la conversación en la que el rumano pronunció las palabras en las que los instaba a hacer flamear la bandera blanca al menos por un día.
De la desunión se hizo la fuerza. Y la dupla argentina hizo mucha fuerza. Sin embargo, eso no bastó para que el primer set terminara 6-3 para los locales. En el segundo se pararon distinto en la cancha. Vilas del lado derecho y Clerc, del izquierdo. A ninguno parecía favorecerles para jugar sus drives, pero la modificación desconcertó a los oponentes. Causó un efecto tan marcado que McEnroe decidió hacer de las suyas. En un momento simuló tropezarse, se tiró al piso y, revolcándose, logró despegar parte de la carpeta que cubría la superficie de la cancha. Pícaro Big Mac…
Tardaron casi 20 minutos en reparar la capa de Supreme Court. No sirvió de mucho: los argentinos, compenetrados, en gran nivel y, sobre todo, unidos, ganaron 6-4. McEnroe perdió los estribos. Era algo común en él. Comenzó a insultar a Willy, a Batata, a Junquet… el clima se hizo muy tenso. Vilas y Clerc parecían todavía más unidos. Ya eran dos compañeros luchando codo a codo. Un 6-4 para el dúo norteamericano le cedió paso a un set en el que los saques de Clerc resultaron determinantes para igualar el partido en dos sets con otro 6-4 sellado con una postal inolvidable.
“¡Grande, Maestro!”, se permitió gritar Clerc. “¡Vamos, Batata!”, replicó Vilas. Y se abrazaron. No a pedido del público como en las semifinales contra los británicos, sino porque lo sintieron. Ya era a todo o nada. El quinto y definitivo parcial se daba en un escenario absolutamente contario al que se esperaba. No hubo paseo triunfal de McEnroe y Fleming. Estaba para cualquiera. La ilusión argentina había renacido.
Ataca Vilas desde el fondo; Clerc está atento para ir a volear. La dupla argentina jugó un partidazo, pero no se le dio.
Vilas, cuyo servicio estaba haciendo menos daño que el de su compañero, empezó sacando por decisión de Junquet, quien privilegió las voleas de Batata. Argentina se puso 7-6. Faltaba un game para acariciar la Davis. A Willy le quebraron el saque en un punto que McEnroe definió con su zurda vigorosa y todo se derrumbó. A partir de ese momento, cada uno mantuvo su servicio hasta que Clerc perdió el suyo y la ilusión terminó de desvanecerse. La mejor dupla del mundo se quedó con la victoria por 6-3, 4-6, 6-4, 4-6 y 11-9 tras casi cinco horas de acción. De superacción.
Casi sin esperanzas, en el último día Clerc volvió a tener una soberbia actuación, pero tampoco él pudo con McEnroe. Perdió 5-7, 7-5, 3-6, 6-3 y 3-6. La derrota estaba sellada. Vilas y Tanner dejaron inconcluso el quinto punto cuando el estadounidense tenía una ventaja de 11-10. La Ensaladera de plata quedó en poder de los norteamericanos. La tregua pactada por Vilas y Clerc no había alcanzado para ganar la Copa Davis.