Hay razones para conmoverse hasta el asco esta semana. Empezando por la irresponsable actitud, inducida maternalmente o no, del diputado Kirchner, que en un acto de impaciencia e inmadurez neuronal renunció a la presidencia de su bloque, prestándose quién sabe a qué jugada, suponiendo que haya algún objetivo racional en ese exabrupto de crisis de abstinencia. Más allá de que el mundo no quiere el default de nadie en este momento de licuación inducida pacífica pero sin pausa de la moneda mundial –y entonces de algún modo va a mantener a flote a Argentina aunque sea muerta– la egoísta maniobra es percibible como una traición al resto de los funcionarios y legisladores de su partido, que mal o bien, de buena o mala fe, por la razón que fuera, han comprendido que el momento no permite otra cosa que firmar casi sin leer la tabla de salvación que les tira la incompetente Georgieva, sea por las órdenes que recibe, sea porque teme por su propio pellejo. Rara acción en un partido que preconiza la lealtad.
Máximo Kirchner obliga a una parte del movimiento a tomar partido, o a buscar excusas o explicaciones, o a suplicar el apoyo de la oposición para aprobar el arreglo, una oposición que todavía no ha podido analizar los términos y las implicancias del plan que votará, más allá de las posiciones políticas de cada uno. Esto porque la oposición, que siempre se compone de varios partidos, no tiene la obligación de pensar más o menos lo mismo en los temas centrales, en cambio el oficialismo sí. Los desesperados intentos de ciertos denominados analistas y denominados periodistas de convencer a la sociedad de que gobierna una coalición y como tal tiene posiciones e ideas diferentes en cada facción, es un vil esfuerzo por recrear la figura del peronismo bueno y el kirchnerismo secuestrador malo, cuento infantil en el que ni los niños creen, luego de los cambios ideológicos e ideográficos introducidos por PIXAR en sus remakes cancelatorias de malignas buenas y heroínas deshilachadas. En el mejor de los casos se trata de un solo circo de varias carpas, nada más. Con perdón de los grandes volatineros y malabaristas de la historia.
El país, esa entelequia que a esta altura quiere decir algo distinto para cada uno, gracias al Movimiento y sus evoluciones e involuciones, se encontrará, luego de este berrinche delfinesco, otra vez despanzurrado, dividido aún dentro de cada partido -gracias al transfuguismo sexual-político sin talento y sin ideas- confundido, drogado, obnubilado, fanatizado y paralizado en momentos de zozobra global, y al mismo tiempo obligado a enfrentar una rehabilitación de su adicción al gasto, al déficit y a la dádiva, sin líderes (la señora de Kirchner, que cree serlo, se asemeja al Scarface desaforado de Pacino cuando desde la balaustrada de su mansión narco se enfrenta solo y con salvas de metralla contra las fuerzas de seguridad que vienen a apresarlo, o a matarlo. No es una líder/lideresa, es una desesperada sobrevaluada). Para aumentar el drama, los seguidores duros del partido gobernante han creído a pies juntillas el relato de la dependencia y la entrega, con lo que el caos está garantizado. Cualquier ajuste, por procedente e imprescindible que fuere, costará vidas, por muy lamentable que eso suene.
Porque - ya que se ha convertido en una constante del discurso culpar al gobierno de Macri de lo que ocurre hoy -bien vale ofrecer otra interpretación distinta a la de los barrabravas oficiales. Cambiemos no fracasó electoralmente por pedir un préstamo al FMI, ni por pedirle un préstamo inevitable. Fracasó por intentar hacer un cambio de fondo con dos años de demora, y, además, por hacerlo solapadamente, tímidamente, sin contar con la convicción ni en el gobierno ni en la sociedad para hacerlo, dividida en dos, no muy distinto a lo que ocurre hoy, más allá de los números que miden las adhesiones y preferencias políticas. Salvo en las tarifas energéticas, donde no tuvo el coraje de defender a quien valientemente puso sobre sus hombros la tarea heroica y patriótica de corregir y explicar algo que no necesita ser explicado en ningún país que no esté descerebrado por alguna adicción terminal. Fracasó por institucionalizar el sistema de piqueteros, por sindicalizar la protesta y por tirarles fondos y convalidar la informalidad. Y ciertamente fracasó porque el sistema peronista, ese amorfo pero perfecto mecanismo que esta columna denomina la marabunta, se opuso más allá de toda lógica, de todo patriotismo y de toda racionalidad a un cambio que era y es evidentemente imprescindible.
No es diferente la situación hoy. Media sociedad no aceptará ningún ajuste en ningún tema. Ni siquiera en aspectos no económicos, como la educación o la vomitiva teoría zaffaroniana que libera traficantes, violadores y asesinos. ¿Cuánto de eso ha sido inducido? ¿Cuántos de los traficantes, consumidores, violadores y asesinos no son también funcionarios o legisladores? ¿Hasta donde ha calado la prédica cerril de quienes para zafar de la justicia no vacilan en defender el criterio de que los delitos no son delitos, o no son punibles, o son comprensibles, o al menos excarcelables? ¿Quiénes para poder seguir el expolio de la Nueva Clase burocrática no complacen a la población regalándole todo lo que necesita, a costa de quienes han ahorrado y se han esforzado por obtener lo mismo, como el caso de los jubilados, donde 3 millones de aportantes de toda una vida son dañados deliberadamente para beneficiar a 3 millones y medio de jubilaciones regaladas? Periodistas que se llaman de investigación siguen hablando del tema de las jubilaciones como si fuera un error conceptual o una imposibilidad del sistema, cuando se trata de un flagrante robo a quienes se esforzaron para tener un retiro, para beneficiar a otros sectores que nunca lo hicieron. Es muy difícil volver del populismo. Esto ocurre en muchos casos, incluso a niveles no partidarios ni comprometidos ideológicamente, como cuando se ignoran las más elementales técnicas de análisis presupuestario y se intenta bajar o analizar el gasto como una cuestión de grandes números, una expresión de ignorancia, cuando no de deliberada desinformación, o de falta de ganas de introducirse en el estudio fino de cada repartición, cada partida, cada nombre estrambótico de una repartición, o en las capas geológicas multipartidarias de la administración pública.
Lo que ya era virtualmente imposible, un acuerdo iluso con el que soñaba Juntos por el Cambio con el peronismo de hoy en todos sus formatos de satrapías provinciales y municipales, mafias, negociados y corrupción generalizada, ahora ha sido tapiado definitivamente con esta renuncia, que si se lee adecuadamente quiere decir: “Se permuta la impunidad de Cristina por el acuerdo con el FMI”. En definitiva, una traición a quienes aún creen defender la causa difusa y dudosamente factible de que CFK interpreta lo que Perón les legó, que hoy se reduce a vivir del Estado y el dinero ajeno. O se reduce a inmolarse para defender su impunidad.
La otra traición del peronismo, mucho más grave, es la que se evidencia con la droga envenenada, el otro golpe de esta semana. Por el desparpajo y la impunidad de la acción, que sólo encaran los traficantes cuando se sienten dueños del poder, o dueños de los que detentan el poder. La corrupción multipartidaria tenía que culminar así. Como ocurre en Rosario. Es después de un largo proceso de amichamiento entre las intendencias tradicionalmente peronistas, los gobernadores, los jefes de policía y los carteles que pueden naturalizarse estos hechos. Unidos a la complacencia de la justicia y de la comunidad. Pero es también la sistemática destrucción de la educación, el embrutecimiento deliberado a que se ha sometido a los sectores más bajos y numerosos de la sociedad, (La Matanza es un ejemplo dramático) a los que se quitó además las ganas y la posibilidad de trabajar, a los que se pauperizó con inflación, con liberación de zonas, con miedo, con policías custodiando a los dealers, con precariedad de choripanes o de micros, con subsidios y piqueteros punteros, con amenazas, sembrando temor y represalias, con caudillos regionales o municipales, transformando a un gran volumen de población en una masa o un mazacote maleable, drogado con los peores residuos, sometido a los caprichos, a las órdenes o a los designios de quienes los mandan a matar o a morir a los 14 años, votando de acuerdo a las órdenes y consignas que se les ordenan. Sería muy difícil sostener que todo este panorama no ha sido una constante peronista en la gran mayoría de los casos.
Ese pueblo seguidor del peronismo casi ya por una cuestión atávica, ni siquiera por principios o por apotegmas, fue traicionado, deseducado, miserabilizado, prostituido, animalizado. Porque hay una correlación entre ese peronismo de lealtades populares, y esa respuesta de mimetización en zombis a que les ha condenado su partido, cada vez más con cada cambio, cada vez más a medida que se acerca al presente. Esa es la traición. Que se puede notar con claridad en los desgraciados comunicados para advertir a la población del peligro de un envenenamiento, escritos y pensados con toda seguridad por funcionarios que no pueden resistir una rinoscopia, por lo que no se atreverán a contradecir estas afirmaciones ante la justicia. Esas comunicaciones no solamente tienen el estilo y el fraseo de quienes son consumidores habituales de las drogas que deberían combatir, sino que naturalizan el consumo y repiten el argumento que tantas veces los psiquiatras han escuchado de adictos insalvables: “A mí la droga no me hace nada. Yo tomo por diversión social. La dejo cuando quiero. Mi dealer me cuida. Me vende de la buena”.
Eso es lo que ha hecho, mayoritariamente el peronismo en todos sus formatos, con sus seguidores. Los ha traicionado, para hacerlo corto. Es mentira que los únicos privilegiados son los niños, los que trabajan, los ancianos, como decía Perón en su fallido ideario. Los únicos privilegiados son los dealers, los carteles, los ladrones, los violadores, los asesinos y los corruptos de cualquier nivel económico. Todos los demás, han sido traicionados. Aun no se han dado cuenta porque también han sido despojados de razonamiento, o de control de sí mismos.
Es posible sostener que muchos de estos males no son exclusivos del peronismo. Pero no es posible negar que la participación del Movimiento ha sido ampliamente mayoritaria en este tipo de casos, tanto en el tiempo como en la cantidad y gravedad de hechos. Lo de la semana que termina es apenas un ejemplo dramático del deterioro de las instituciones, de la sociedad, de la gente. También es un ejemplo dramático de cuán bajo se puede caer, de cómo se naturalizan hechos aberrantes, de cómo cobra fuerza el concepto de que el delito de todo tipo no debe penarse, detrás de la lucha por la impunidad de unos pocos. Tampoco les posible negar que cuando al peronismo le toca perder el poder, deja en pie su maraña de sindicatos, movimientos sociales, gobernadores, punteros, piqueteros sindicalizados, funcionarios, jueces, empresarios ladrones y cómplices, orgas supranacionales, expertos y periodistas locales y mundiales, jefes cómplices de las bandas nicaragüenses, venezolanas, cubanas y la que en ese momento venga bien, para impedir cualquier cambio por lógico que fuera, por mantener la anomia popular como bandera, defendiendo la ignorancia, la deseducación, los delitos, la pedofilia y el tráfico de drogas como derechos humanos, a cualquier precio.
No se debe olvidar la dramática entrega del territorio nacional que también está perpetrándose entre gobernadores e intendentes y el poder central, al amparo de la Constitución alfonsinista de 1994. Otro desmembramiento que también golpea no solamente a la soberanía sino a la población, con bastantes similitudes con la droga. También en este aspecto se está engañando al pueblo peronista, que no comulgó nunca con las guerrillas, el terrorismo y la entrega territorial.
Lo importante no es el arreglo con el FMI, cuyos requisitos no son tampoco demasiado inteligentes ni profundos. Lo que realmente cuenta es lo que se hará con la sociedad. El peronismo, más que el país, tendrá que decidir lo que quiere hacer con ella. Quienes sostienen que sin el peronismo no se puede gobernar, parecen no querer darse cuenta de que con el peronismo tampoco se puede, ni cuando es gobierno ni cuando es oposición. Mucho menos con este peronismo, que sacrifica a los suyos como si fueran soldaditos.
La masa peronista, obnubilada, estafada, mareada, coimeada con la dádiva y el discurso reivindicativo, en manos de sus amos piqueteros, sindicalistas, políticos y punteros, aún no ha tomado conciencia de que ha sido traicionada, como ocurre en tantos otros casos similares. Queda ahora la dificilísima tarea de explicarle que ha vivido una ensoñación, y que la realidad es otra. Esa combinación de circunstancias augura un complicado futuro. El peronismo no hará nada hasta 2023, salvo empeorar. La oposición no podrá hacer demasiado, sin enfrentarse a la sociedad. Ni antes ni después de 2023. Todo el sistema administrativo y buena parte del poder judicial responde a los líderes peronistas, lo mismo que el sistema comunicacional. Por otra parte, a la hora de volver a vivir en una economía parecida a la de una ordenada familia cualquiera, resultará que “todos somos peronistas” como decía Juan Perón. Georgieva tiene la doble presión del sistema mundial que no quiere un default de nadie. Y al mismo tiempo recibe las críticas de haberle prestado a Macri sin un ajuste drástico que curiosamente, los argentinos no están dispuestos a hacer ni nunca lo estuvieron. Ni antes ni ahora. Ni con Macri, ni con Fernández, ni con Guzmán.
Lo malo es cuánto se parece Argentina al resto del mundo. O viceversa. Nada cambiará. Argentina zombi, le dicen.