Opinión

La solución no es salir del cepo

El Gobierno debe retomar su objetivo original para no defraudar al pueblo que hizo su última apuesta: la de su confianza, sus escasos ahorros y su futuro.

Ya se ha dicho aquí que en materia económica se han logrado varios resultados auspiciosos: la baja fulminante de la inflación, una reducción trascendente del riesgo país, una mejora incipiente en la calificación crediticia, una reducción significativa del déficit y del gasto, una virtual eliminación de la brecha cambiaria publicada y un principio de reactivación al menos comparando con los desastrosos niveles de Massa, si se permite el término en el reinado de LLA. 

También se ha dicho que no es la primera vez que se alcanza un éxito temporario en la lucha contra el gasto y la inflación, que luego se desvanece para empeorar y recaer, y por eso es necesario consolidar estos resultados de hoy que si bien auspiciosos no dejan de ser provisorios, si se tiene en cuenta que no se han iniciado los ajustes de fondo que no pongan todo el peso del ajuste sobre la sociedad, sino realmente sobre la casta política multipartidaria, los empresarios, contratistas, proteccionistas, licitadores y amigos, el sindicalismo trabajador y el pobrista, y la propia justicia, punto clave en la defensa de las libertades y del contribuyente y el consumidor. 

Esto no es solamente una cuestión ética, moral y de equidad sino un presupuesto para un auténtico crecimiento fruto de la inversión y creador de empleos, sin los que no hay consolidación posible. Esto incluye fomentar y asegurar las bases de la competencia, también presupuesto clave de la economía liberal, que tanto se cacarea hoy, pero que tan lejos está de materializarse, otro requisito para reorganizar el sistema económico nacional, tan lejano al respeto por la acción humana, como diría von Mises. 

 

No sería prudente omitir que buena parte del ajuste se ha realizado de modo precario y provisorio, pulseando con el presupuesto o con el nopresupuesto, y que la cinchada contra el dólar se ha ganado temporalmente con manoseos del mercado que son repetición de viejos y tradicionales manoseos, pero que han puesto un dique a un frente muy complicado que se ha neutralizado. 

 

La resultante es complicada, porque se ha pasado en poco tiempo de ser un país regalado en dólares a ser carísimo, al menos desde el punto de vista del consumidor, no del productor, que sigue siendo el receptor y víctima de todas las tramoyas cambiarias e impositivas, aunque la necesidad de divisas haya hecho que el gobierno bonifique por unos meses las retenciones para conseguir divisas, una forma que cuando bien se analiza, es simplemente pagar caro lo que se terminará vendiendo barato a los especuladores financieros, la historia consabida. 

Cuando el Presidente declama la suba de salarios en dólares, omite – habrá que decir que deliberadamente por respeto a sus conocimientos – que también los precios han sufrido una escalada en dólares, con lo que mostrarlo como logro se trataría de un homenaje al día del mago celebrado el viernes.

Un mecanismo que confisca

Esos objetivos de consolidación pueden sintetizarse en una palabra que todos mencionan, cualquiera fuera su ideología tendencia o formación: crecer. Y para crecer existe un amplio consenso sobre que la solución es eliminar el cepo cambiario. Falso. Lo que la sabiduría popular llamó el cepo cambiario fue y es un mecanismo que confisca los dólares de los particulares, los obliga a pedir permiso para usarlos, los fuerza a vendérselos cuando el Banco Central lo dispone o lo permite, según su voluntad, sólo a los fines que esa entidad lo decida a cada momento y al precio que decida que ella decida. 

Los limita, pone cupo a cada transacción, los grava con conceptos diversos y con tasas diferentes basadas en lo que le parezca conveniente al ente, penaliza las transacciones en moneda extranjera como un delito, y hasta se da el lujo de disponer de los encajes de los bancos para cubrir los depósitos en esas monedas, lo que llama engañosamente “reservas negativas” un insulto a la inteligencia de quien usa el término y de quien lo naturaliza. 

Sin embargo, no es lo único que hace falta para crecer. Para lograr ese objetivo primordial, deben cumplirse otros requisitos igualmente importantes. El primero y más trascendente es permitir la existencia de un mercado cambiario libre y sin la participación del Estado en ningún formato. Ello alejará la posibilidad de especulación o maniobras como el carry trade o cualquiera de las variantes como la compra de futuros en el Banco Central, (donde inexorablemente el Estado pierde y ganan los acomodados) y también la posibilidad de corridas especulativas o como consecuencia de la especulación. También permitirá a los inversores futuros estar seguros de que sus capitales y dividendos podrán entrar y salir del país cuando lo decidan y no cuando el burócrata de turno lo decida y al precio que él decida. 

Debe recordarse como un ejemplo de la mentira de las bondades predicadas atribuibles al sistema de control o administración del tipo de cambio el caso de Repsol, que permitió, además de crear millonarios amigos “expertos en mercados regulados”, excepciones que facilitaron a Repsol saltar todos los rigurosos controles en una maniobra que merecería la cárcel sin atenuantes tanto en Argentina como en EEUU, si sus sistemas fueran serios. 

Otro requisito fundamental para crecer es que se evite mediante la aplicación combinada de impuestos nacionales y provinciales, el mencionado control de cambios con múltiples valores de la divisa, las retenciones y los recargos aduaneros, que hacen que el productor o el empresario de cualquier actividad termine impedido de competir local o internacionalmente. 

Hay muchos otros cambios a realizar para lograr el crecimiento y la fundamental creación de empleo, que no se pueden enumerar por razones de espacio. Pero valga un único ejemplo ya mencionado aquí. La obligatoriedad para toda empresa extranjera de asociarse con una local para participar en cualquier licitación o concesión. Ese solo sistema garantiza las peores prácticas. Bastaría auditar las adjudicaciones de los grandes contratos y concesiones de los últimos 50 años, o los últimos 40, 30, 20, 10 años o las de hoy, para ver si existen diferencias entre sí y con esta afirmación de la columba. Y no puede olvidarse el caso Odebrecht, sancionada en todo el mundo menos en Argentina, cuyo socio local, la empresa de Ángel Calcaterra, fue cuidadosamente protegida de toda investigación y aún de toda mención por todos los gobiernos y partidos, sin odiosas distinciones de banderías políticas. Tal vez para considerar eliminar, además de la cédula azul. 

Turbas enrededas

Estos cambios no son demasiado discutibles. Ni siquiera se oponen a lo que se está haciendo hoy. Al contrario. Sin embargo, cualquier mención u opinión pro de esos cambios imprescindibles es inmediatamente atacada por turbas enredadas y aun por el entorno presidencial con epítetos descalificantes o acusaciones de no haber demandado lo mismo en otros gobiernos, o descalificaciones técnicas de ignorancia o mala fe.  Por eso la columna ha preferido hoy recurrir a sus escritos anteriores a este gobierno, en los que acuerda o no con las ideas de la gestión actual, pero que no se pueden descalificar como partidistas, desestabilizantes o antiliberales, (no es posible determinar si son antilibertarias porque primero habría que definir con precisión el significado de libertario)

Algunos párrafos desgranados en el pasado periodístico preMilei:

“El equipo económico ha esbozado que el tipo de cambio que tratará de mantener será el que resulte de dividir la base monetaria por el total de reservas disponibles. Prescindiendo de las posibilidades de lograr tal propósito es útil concentrase en el análisis del concepto. 

En el camino a ganar el Premio Nobel a la originalidad en los enfoques económicos, en los últimos meses hemos inventado una nueva manera de fijar la paridad cambiaria. El método consiste en suponer que todos los tenedores de pesos quieren cambiarlos por dólares y que todos los particulares tenedores de dólares no quieren venderlos. 

Entonces se supone que el Estado vendería, llegado el caso, todas sus tenencias para satisfacer la demanda, al cociente resultante, que sería entonces el tipo de cambio adecuado”

Este sofisma evidencia un desconocimiento del comportamiento humano y un avanzado grado de estatismo en sus dos acepciones: la de la intervención estatal y la de la parálisis absoluta.” 

“Ni todos los tenedores de pesos quieren siempre comprar dólares ni todos los tenedores de dólares están siempre dispuestos a venderlos o a conservarlos, ni el Estado vendería todas sus reservas ni la oferta y demanda financiera es el único factor influyente en la determinación del tipo de cambio”

“Por supuesto que si un país emite enloquecidamente, pierde el control de su presupuesto, paga tasas de interés exageradas, contrae deudas impagables y es devorado por los intereses creados, su moneda caerá, pero no será por una relación matemática, sino por una pérdida de confianza generalizada. Como un banco desprestigiado pierde sus depósitos porque todos retiran al mismo tiempo, un país desprestigiado pierde su moneda porque todos la cambian al mismo tiempo por cualquier otro bien”.

Pero colegir que entonces el tipo de cambio es la resultante de esa justificada histeria es sacarle el cuerpo al problema real y convalidar la situación”. 

“Cuando alguien aboga por la dolarización o por cualquier algoritmo que resulte similar, lo que hace es declararse impotente para eliminar el déficit fiscal, o mejor dicho para continuar bajando el gasto público, lo que en realidad es el centro del problema. Entonces trata de atar las manos dispendiosas del estado con esos cepos cambiarios que no sólo fracasan al poco tiempo, sino que también son un cepo para la economía interna, que termina muriendo apretada entre las tasas de interés, los impuestos que ya no puede pagar y la recesión y el desempleo crecientes. “

“Se trata así de ganar tiempo mientras se reduce el déficit, lo que se intenta hacer con impuestos que sólo se recaudan en una escala logarítmica decreciente, y al mismo tiempo se espera convencer a los diversos sectores, (públicos y privados) de que el gasto debe ser bajado y es aún bajable, cosa que ninguno de los sectores disputa, salvo cuando la baja del gasto lo afecta directamente, en cuyo caso alega una emergencia impostergable, o derechos adquiridos, o una cuestión de seguridad jurídica o las próximas elecciones, o simplemente consigue algún padrino de alto nivel que deja caer en la oreja de algún ministro de economía que “Fulano es amigo”, con lo que “fulano” consigue que se le pague lo que no se le paga a nadie, o que se salve a su banco, o a su empresa, o alguna compensación por algún contrato incumplido por el Estado, incumplimiento que era obvio cuando se firmó.”

“Todo ello es gasto público que teóricamente debería bajar mientras se gana tiempo con el cepo cambiario, que genera una paridad en la que nadie cree, que frena la exportación, el empleo y la inversión interna y externa, y que, a la larga, lo único que no frena es la inflación. 

Este sistema, además, perpetúa una relación entre el producto bruto y el circulante y condena a la economía a estar submonetizada y sin crédito por largo tiempo.”

Otro comentario:

“Hace apenas unos días técnicos del Banco Central explicaban que no era posible elevar más el tipo de cambio dada la famosa relación que comentamos. Sin embargo, cuando la cotización subió, se olvidó la ecuación mágica y se recurrió una vez más a la intervención, en oposición a lo prometido. Está claro que el sistema funciona como un impuesto final a quienes tienen dólares, y es sólo una manera de ganar tiempo. ¿Ganar tiempo para qué? Para esperar el milagro de que el gasto baje, o de que se recauden los impuestos necesarios, o de conseguir convencer a algún organismo internacional? “

“Nunca ocurrirá. El único milagro es recuperar la confianza interna y externa. Y ello no se logra en una cinchada para defender una estabilidad cambiaria artificial, inservible y paralizante, ni con una supuesta libertad de mercado que no es tal”

“Bájese el gasto todo lo necesario sin apelar a su supuesta inelasticidad, desóigase a los buscadores de excepciones, prescíndase de consideraciones electoralistas o partidistas, aviéntese la generalizada sensación de corrupción, llámese a licitaciones internacionales en serio para temas como las privatizaciones, el peaje o la obra pública, elimínense los privilegios de protección de industrias como la automotriz, déjese que el tipo de cambio tome su nivel adecuado cualquiera sea el método que se use, comience el poder público a mostrar en todos sus niveles señales de austeridad, prudencia y honestidad y equidad que el espíritu republicano implica, evítense los acomodos, las prebendas y el amiguismo, y milagrosamente volverá la confianza en la moneda y en el país, sin cepos ni fórmulas matemáticas, sin tener que recurrir a la pueril explicación de una revaluación del peso, que sólo merecen las monedas después de largos esfuerzos de los países, que incluyen bajar al mínimo los costos internos en dólares del país, por el método que fuera…”

Para terminar:

“Si no mantenemos un tipo de cambio real adecuado a nuestra difícil situación en el mundo, el futuro argentino es cada vez más negro. En tales condiciones, tratar de ganar tiempo es perder irremisiblemente el tiempo.”

Lo poco que hemos cambiado

Con el único cambio de la denominación de la moneda local, con sus acuerdos y desacuerdos con el derrotero económico de este gobierno, pero sin afanes partidistas ni opositores ni antilibertarios, así pensaba esta columna el 5 de marzo de 1991, cuando se publicó la nota que se reproduce aquí en el más exitoso diario financiero de la época en que aparecía quincenalmente. Hace 34 años, lo que muestra lo poco que ha cambiado el país desde entonces. En esa época, Milei, un joven de 21 años, promediaba sus estudios universitarios. Posteriormente se solidarizaría con muchas de las ideas keynesianas, como cuando defendió la gestión de Sturzenegger en el Banco Central, durante la presidencia de Macri, hasta su conversión al libertarismo hace pocos años.

Después vendrían la crisis del 2001, el megacanje, el blindaje, el corralito, la pesificación asimétrica, todas consecuencias de la idea de usar el ancla cambiaria para controlar la inflación y de paso fijar a dedo el tipo de cambio. El mismo dedo conque siempre se quiere tapar el sol. 

Con el estigma de la Cepal de 1950 que con su grito estúpido de “vivir con lo nuestro” hundió a Perón y sumergió al país en la pobreza y el desprestigio. De los que Milei juró sacarlo. Sólo hay que evitar que crea que quienes le puntualizan que no le podrá hacer con los mismos instrumentos que lo hundieron, sean ideas o personas. Esta nota tiene por objeto recordarle que no todos los que le tratan de marcar el camino son enemigos, ratones, ratas, degenerados, traidores ni burros. 

A propósito, “burro” fue el calificativo de Domingo Cavallo al autor de la columna reproducida. El mismo que utilizó con igual fin laudatorio el actual Presidente cuando en 2016 defendía el gradualismo, antes de su alegada conversión a la escuela austríaca. Claro que el quijote de la Mediterránea inmediatamente mejoró el calificativo por el de “corrupto”. Los salvadores de la Patria suelen ser contundentes. 

34 años del artículo. 75 años en el mismo error. Una curiosidad: el título de la nota comentada era “El cepo cambiario”.