A medida que se profundiza el experimento social del peronismo cristinista se escucha crecientemente el concepto de escisión, secesión o emigración. Este clamor debe interpretarse más como una reacción desesperada de un sector de la sociedad que ve cómo se confiscan sus bienes, se le quita el fruto de su esfuerzo y se le cancela el futuro, que como una intención política real. Se potencia al notar que se está también cancelando el futuro de sus hijos en todos los aspectos, en una maniobra de pinzas que va desde el adoctrinamiento escolar hasta la negación de educación, y que abarca la disolución deliberada del valor de nación y de identidad cultural, hasta la mismísima unidad idiomática. Se está cancelando la patria en su más amplia acepción. Las comparsas mapuches de Frederic son un ejemplo sucio y despreciable, pero una muestra al fin del experimento mengeliano. O erpiano, o montonero, como se prefiera.
Una vez que se llega a esa conclusión, la patria pasa a residir dentro de cada individuo, y entonces se está dispuesto a llevarla con uno a la emigración o a crear una nueva patria en algún pedacito de terreno que se consiga, y confiar en las propias fuerzas y talento para recrear la riqueza y los valores de lo que fue el país en otras épocas, en otras infancias, en otras generaciones. Como un caracol que lleva la patria y la historia al hombro. Ya se ha usado aquí el ejemplo de John Galt en Atlas Shrugged, la novela-alegato de Ayn Rand, que puso en términos comprensibles lo que los filósofos y economistas habían tratado de explicar en obras como La Acción humana, de von Mises.
Recordarán las lectoras que esa nueva patria imaginada por Ayn era ficcional. Estaba construida en una metadimensión, en un ultraespacio imposible, una Utopía terapéutica increíble y metafórica. La escisión conque sueñan los pueblos que se sienten esquilmados en todos sus valores.
La impotencia ante el alevoso abuso de la mayoría circunstancial electoral y de la burla al derecho hace que se imagine una secesión imposible en forma pacífica, e inviable en términos de la Constitución y pactos preexistentes. Por eso muchos argentinos, desde hace rato, tal vez desde mediados del siglo XX, han emigrado virtual, emocional, económica o financieramente del país. Con razones para ello. Esa escisión se llamó Miami, New York, Londres, Seychelles, España, Montevideo o Asunción, según cada etapa y cada caso. No es sólo la corrupción, la emisión y el robo sistémico de los bienes privados lo que hace que el peso no sea moneda.
Frente a la prepotencia y arbitrariedad dictatorial que crece abiertamente en el estilo del gobierno, la virtualidad pasa a ser urgencia concreta: por eso se vuelve a pensar en emigrar, como comprueba Uruguay.
Y emigrar es un modo triste y desesperado de escisión. Mucho más para una sociedad con una raigambre atada físicamente al campo y sus valores y tradiciones, donde ha invertido no sólo el dinero del trabajo de toda una vida – o varias - sino sus sueños y su esfuerzo.
La titular del poder ejecutivo, la vicepresidente Cristina Fernández, con su famoso discurso de los helechos y agapantos que injertó en el cerebro fértil y desocupado de sus hijos, entenados y seguidores, no hizo más que tomar la posta de Eva Perón en su odio a la Capital, curiosamente el mismo odio que padeció Caracas con Chávez y su Stalin propio, Maduro. O que padeció Santiago con Allende. Ese odio es personal y es ideológico. Porque la Capital representa todo aquello que ni Eva ni Cristina tuvieron nunca. El odio que Carlos Menem fue capaz de transformar en admiración.
Sobre todo, la Capital representa la independencia de criterio, la educación de excelencia, (por eso el odio se extiende a Córdoba desde siempre y es mutuo) el éxito del esfuerzo y del emprendimiento, del riesgo, de las ideas, de la cultura de los independientes y de la meritocracia. De la prensa, de los escritores, de los pensadores, los artistas y los opositores. De la libertad. No es que el resto del país no tenga expresiones de todo eso. Es que en la Capital Federal están concentradas. En el interior la pobreza y la miseria han sido convenientemente cultivadas o impuestas por los sátrapas, como ocurrió en Santa Cruz, Formosa, Chaco o Tucumán. La opulencia que molesta a Cristina es la de libertad. No es sólo cuestión de resentimiento, como se suele afirmar.
Por eso y por una compulsión hegemónica surge la necesidad de empobrecer, degradar y someter a la Ciudad. Desde el sistemático fomento de las villas miseria, hasta el deterioro deliberado provocado por la importación organizada de marginales que llenan hoy las calles y las noches porteñas. Cuando el presidente delegado Fernández dijo que se les había ocurrido una solución ingeniosa para pagar a la policía en huelga y esa solución era quitarle los fondos a CABA, estaba cumpliendo órdenes. Las capitales molestan siempre a los tiranos. Por eso subyacentemente el acoso amenaza con quitarle la condición de autónoma a Buenos Aires. Llamarla CBA en lugar de CABA. Ponerle una pata encima.
Es como si se empujara a una secesión de la Ciudad. Una escisión de derechos y de independencia sin contrapartida. Algo parecido a lo que hacen con los creadores de riqueza: el gobierno quiere que se queden, que no se radiquen ni en Uruguay ni en ninguna parte. Pero no les reconoce ningún derecho. Necesita ordeñarlos, necesita su capacidad de creación e inversión como reconoció el jueves en su cínico y penoso discurso el presidente auxiliar. Pero que se queden sin justicia, sin defensa, sometidos, esclavos. El calvario de Hank Rearden, para seguir con Rand. Como ya lo está el resto del país. Aquí habría que recordar otra novela de menor nivel: La máquina del tiempo, de H.G. Wells, donde una raza invasora criaba humanos con el único propósito de ordeñarlos y comerlos, como vacas. Pero los tenía convencidos de que eran elegidos para un plan superior.
La autocracia odia la autonomía. Por eso el ataque recién empieza. Y por eso la Ciudad de Buenos Aires debe reaccionar. Sus autoridades tienen la obligación irrenunciable de defender la libertad, el bienestar, el patrimonio y el estilo de vida de sus ciudadanos. Sin especulaciones políticas de ninguna clase. Ni de nadie.
Para los que tienen vocación de Chamberlain aunque los estropajeen, tiene sentido analizar lo ocurrido con Los Pumas. Y no sólo para concentrarse en los tuits xenófobos y groseros que son inaceptables y repudiables, aunque sean de uso común en el submundo futbolero de barrabravas reprimidos. Los Pumas estaban condenados desde el momento de su triunfo ante los All Black, cuando tanta gente asoció ese triunfo con la meritocracia, con su esfuerzo, su dedicación y su coraje, y se lo enrostró al gobierno. Tal cóctel es ofensivo para el peronismo cristinista. E insoportable. Como ha dicho el vocero Alberto, la meritocracia no sirve. Entonces hay que bastardearla y denigrarla. El triunfo deportivo fue un cachetazo en la cara de los mediocres.
Del mismo modo que la declaración de Matera al final del partido, cuando dedicó el triunfo “a la Argentina, que vive momentos difíciles”. Otro concepto insoportable. Para quienes creen que están arreglándolo todo, desde la jubilación a la pobreza, desde la deuda al crecimiento, que alguien les recuerde lo mal que la pasa la gente es un insulto imperdonable. A partir de allí, los cartoneros carroñeros hurgaron en el pasado, un carpeteo que hizo aparecer esos posteos repugnantes que merecen la disculpa que ofrecieron, pero no el encarnizamiento, tras un espionaje en el pasado que pocos resistirían.
Una vez que el mastín K está cebado, no se detiene más. Eso deben incorporar en su razonamiento los que postulan la candidatura del Jefe de Gobierno a la presidencia y en nombre de ello, al estilo duranbarbista, proponen una actitud contemporizadora. Dead wrong, diría Reagan. Luego del sablazo del decreto, ahora viene la ley que le quita a la ciudad otro trozo de la torta, y antes de que esté sancionada, ya amenazan con retenerle lo que consideran cobró de más en estos años. No hace falta ser Churchill para comprender que el camino no es la subordinación.
El camino es transformar la agresión en una bandera. Partiendo de cuestionar desde su misma base el sistema de coparticipación, que es antifederal y hasta antidemocrático, porque pone de rodillas a todo el sistema político, como se puede ver en la ley que despoja a CABA de sus fondos, que además elimina la distribución automática y lo convierte en una limosna a mendigar cada mes.
Se completa así la trilogía primigenia negacionista del relato. El artículo constitucional que define como forma de gobierno la representativa, republicana y federal, ha pasado a ser del todo una entelequia. El país no es hoy republicano, como es evidente por el control de poderes que ejerce el peronismo, (como ejemplifica el cambio de la ley del procurador general, una guarangada jurídica) no es representativo, porque los diputados responden a sus gobernadores o al mandato de su jefa, como se vio con el penoso voto contra los intereses de la Ciudad de los diputados elegidos por el distrito, una traición a sus representados que merecería sanciones drásticas en cualquier otro momento y lugar. O en el traidor sainete de Schiaretti digno de Olmedo (Alberto) (El bueno). Y no es federal porque el sistema de coparticipación, ya unitario per se, tampoco se cumple y queda en manos de la voluntad del ejecutivo y sus fieles legisladores.
La Ciudad de Buenos Aires hizo muchas concesiones en nombre de su condición de Capital Federal. La primera fue un solidarismo a ultranza con el resto del país que ya no está en condiciones de mantener. Debe dejar de hacerlo. Como concepto general, debe usar esta agresión como una oportunidad. Una forma de escisión al borde de lo que la Constitución le permita. La simple e inmediata solución de aumentar impuestos y endeudamiento para seguir procediendo como hasta hoy conduce a una carga impositiva impagable e injusta para los ciudadanos. Que es lo que quiere que ocurra Cristina Kirchner.
Entonces debe bajar el gasto en esos conceptos, lo que además sería un buen ejemplo y un buen intento, en un país que ha hecho todo lo contrario por décadas, y que aún no conecta su fracaso a su dispendio. Eso es factible, sobre todo cuando el Pro no necesita del peronismo para formar mayoría legislativa. La ciudad se ha administrado desde que es autónoma con un sistema de reparto de poder y negocios como mecanismo de legislación. Buen momento para desactivar ese sistema y limpiar el presupuesto del efecto acumulado de ese mecanismo nefasto.
La planta administrativa y legislativa porteña está llena de los residuos acumulados de esa seudopolítica. Hay que eliminarlos, junto con los contratos, licitaciones, tercerizaciones, concesiones y otros trucos donde existe una repartija histórica acumulable. Como hay que eliminar todos los sistemas de subsidios a villas de emergencia y pulverizar el turismo hospitalario corrupto. El autor de esta columna publicó un hilo de tuits con diversas propuestas, que son apenas un ejemplo, un punto de partida para ideas mejores. Desde arancelar la educación y la salud para toda persona sin domicilio legal en la Capital, hasta establecer un congestion tax importante en toda la ciudad cobrado mediante el uso de cámaras, que no se aplique a residentes. Un paso más trascendente de lo que se está planeando con el estacionamiento.
La ciudad, además, tiene que tener un proyecto revolucionario de radicación de emprendimientos y de propuestas hacia el mercado local, regional y mundial, separándose radicalmente del resto del país manejado por el peronismo, que no tiene futuro alguno. En ese proyecto debe considerarse una devolución de impuestos nacionales en ciertos casos, a cargo de CABA. Ideas como una ley de desalojo expeditivo que reactive en serio el mercado de viviendas y alquileres, como sugiere un lector, o privilegio en la atención de salud para todos los vecinos, y un paquete de iniciativas similares que privilegien el real crecimiento y el concepto de no taxation without representation, entendido profundamente.
También los impuestos a ciertas actividades de los bancos, son un recurso que utilizan las provincias, por más que se enoje el presidente del Banco Central cuando le tocan sus preciadas Leliqs. El impuesto es a los bancos, no a su Banco. Como es sabido, la generosidad de este funcionario sólo consiste en dejar que los bancos cobren a sus clientes lo que les de la gana, casi textualmente.
En todo ese proceso importará mucho el estímulo y la libertad que se conceda a los emprendedores, y el retiro de todo obstáculo para crear nuevas empresas, en los que la Inspección General de Justicia, en manos de un iluminado delirante, se especializa. Salir de esta órbita nefasta y de todo otro trámite engorroso será fundamental.
También la Ciudad debe ganar su autonomía monetaria. O sea la capacidad de emitir su moneda. Si bien el sistema unitario de gobierno que rige lo impide, hay mecanismos legales que lo hacen posible. El peligro, pero no para la Ciudad, es que el resto del país tenga más confianza en su moneda que en la moneda falsa del Banco Central.
Para resumir, la Ciudad debe reforzar su autonomía con relación al gobierno nacional y a las demás provincias. Debe reducir sus gastos con inteligencia afectando los servicios y subsidios que regala al resto del país y aún a los ciudadanos extranjeros y establecer sus propias reglas. No es cuestión de hacerle pagar a los contribuyentes y usuarios porteños la solidaridad populista universal.
Antes de pensar en aumentar impuestos, se deben tomar todas las medidas que bajen el gasto. De lo contrario se volvería a caer en el error que todos los gobiernos nacionales han cometido desde la vuelta de la democracia y aún en la dictadura. Se trate de una escisión de conceptos, de burocracias y de subsidios y dádivas. Y al mismo tiempo, de usar la independencia para crear el área escindida virtual con la que sueñan tantos argentinos. Una especie de Singapur con idiosincrasia y características propias. Un mundo nuevo. Como lo imaginó Ayn Rand, pero real. De paso, la Capital debe proteger a sus ciudadanos del ordeñe a que es sometido por el unitarismo centralista, y de las prácticas que coartan la representatividad y los principios republicanos, al menos en su jurisdicción.
La que fuera Ciudad de Santa María del Buen Ayre, el enclave fundacional de la Nación, debe alzar la bandera del cambio de paradigma presupuestario y también retomar la senda de la creación auténtica de trabajo, negocios, comercio y oportunidades. Si el gobierno central no la acompaña, debe apelar a una suerte de secesión informal que la lleve por ese camino. Proponer el simple recurso del aumento de impuestos, el endeudamiento o arreglar la misma vereda tres veces en vez de cuatro, no es suficiente. Ha llegado la hora de gobernar. Si son capaces.
Para el facilismo nacional, y para la comodidad que los ciudadanos han otorgado a los gobernantes, la tarea parece utópica e imposible. Constitucionalmente también. En el primer caso, los gobernantes deben asumir que sus sueldos conllevan cumplir su verdadera y dura tarea de servidores públicos, que viene antes que su carrera política. En el caso de los imposibles constitucionales, sería paradójico que le Constitución se aplicara a los porteños solamente en aquellos preceptos que los esclavizan y obligan, no en los derechos que les otorga, justamente el propósito central de cualquier Carta Magna, desde que sus caballeros le pusieron la espada en el cogote a Juan sin tierra para que la otorgara.
En cuanto a los impedimentos jurídicos, se podría tomar algunas clases con la viuda de Kirchner, y hasta contratarla como asesora, luego de haber demostrado una colosal habilidad para torcer el texto constitucional a su gusto y paladar y por motivos mucho menos nobles y justos, con todo éxito.