Hace unos días el músico Santiago Moreno Charpentier volvió a ser noticia, pero no por su música, sino una vez más por noticias sobre hechos violentos y esta vez lo fue a tal punto que pusieron en riesgo su vida física. Ya hace seis años aún quienes no lo conocían por su música, lo hacían luego de que el músico ocasionara choques que provocaron serios daños. Conoceríamos luego diversos episodios también de "accidentes" de tránsito, por lo que algunos lo apodaron de "Choque-Chano". Al mismo tiempo esta modalidad dio lugar a diversas bromas, "memes", etc. Públicamente en medio de estos episodios anunciaba padecer de un cuadro de adicción a las drogas crónico. La tragedia subyacía a la diversión.
Recuerdo por el episodio de 2015 las convocatorias y planteos respecto a las adicciones, al peligro, la salud mental, pero se apagaban los micrófonos y cámaras y el tema desaparecía nuevamente de la agenda. La propuesta durante el periodo de contingencia del hecho era dar una contestación rápida, efectista, y con juicios terminantes, ya que eso permitía generar el debate. Esta metodología de alertarse ante el emergente por el episodio y el o los personajes comprometidos y que este sea un disparador de un debate, es una metodología mediática que ameritaría otros y más extensos planteos.
El fin de esos medios, es generar un hecho mediático que atrape morbosamente sobre una persona enferma y así permita que todos opinen en un falso dilema. El gran inconveniente es que el mismo proceder de reaccionar ante la contingencia es el de quienes tendrían que abordar la realidad del tema de la salud mental, la seguridad, si queremos en un sentido más amplio el bienestar y el bien comunitario.
La práctica de hurgar en los aspectos más vulnerables y frágiles de los ídolos es, lamentablemente, una característica humana, pero con cierto beneplácito particular en nuestra sociedad. Los casos Maradona, Charly García, Pity Alvarez y tantos otros, son solo un ejemplo. No solo el episodio puntual sino los casos, también emergentes de una sociedad en la cual hay muchos miles de casos similares, corren en general peor suerte. Algo semejante ocurre en casos de violencia de todo tipo.
La expectativa es siempre que ese caso paradigmático, famoso, permita concientizar, sobre el tema de la Salud Mental, pero no ello no llega nunca. Pasado el momento, o en su defecto por aparición de otro tema, otro caso para renovar la alicaída atención del público, este desaparece.
El problema es que el drama de la vida cotidiana de esas personas, ricas o pobres famosas o anónimas sigue, inexorablemente, sin importar la dinámica mediática, desaparecido el tema de los medios y de quienes opinan al respecto, el cotidiano calvario de enfermos y sus familias, continua. La alerta que daría el caso no desencadena ninguna respuesta, más que una pararespuesta, algo que no tiene que ver con la cuestión de fondo y que muestra o diagnostica las características de la sociedad que lo recibe, y en su respuesta paradojal, señala la causa.
La ausencia de salud, en este caso mental, nos muestra a una sociedad que quizás en su padecimiento, ha generado un temor y una negación de algo que adolece, y es el bienestar interno, mental. Adjudicarlo y estigmatizarlo en otros, demonizándolos en algunos casos, permite seguir evitando el hacerse cargo de ese vacío.
Matar al emisario nunca fue una respuesta útil, por el momento seguimos pagando la pesada carga de nuestra negación.