El tema de la cultura es uno de los más frecuentemente invocados. El arco semántico del término puede extenderse desde el significado en sí mismo de cultura -cultivo y culto- hasta cualquier “subespecie” que uno se pueda imaginar: del trabajo, del encuentro, gastronómica, de los reinos mineral, vegetal y animal, y un largo etcétera. Incluso, existe una “industria cultural”. O asociaciones libres como la siguiente: Cultura, Turismo y Deporte. Podría concluirse lo siguiente: cuando todo es cultura, nada es cultura.
Lo cierto es que, ahora sí hablando en serio, es de la esencia de la cultura el perfeccionamiento del hombre tanto como cultivo en el sentido más sublime que es el espiritual como el de la religación respecto de Dios. Cultivo y culto.
SOCIAL POR NATURALEZA
Sucede que el hombre no es un ser bueno en soledad -mito liberal en la versión de Rousseau-. Ni tampoco un ser que se convierte en social como mero resultado de un pacto -mito liberal en la versión de Locke-.
El hombre es un ser social por naturaleza porque necesita, es indigente, ser bueno y no puede lograrlo solo (Aristóteles, Tomás de Aquino, y tantos más).
En sentido contrario al liberalismo, la sociabilidad es necesaria para la perfección humana. Nada más lejos de aquel latiguillo que afirma: “El hombre es bueno y la sociedad lo corrompe”.
Así es cómo puede comprenderse mejor la necesidad de la familia fundada en el matrimonio. En el seno de la familia, el hombre debe, o debería, aprender a ser mejor. Nuestra casa, además de proveernos los bienes materiales básicos, sobre todo nos ofrece –o debería ofrecer– una buena educación. En este sentido, reconociendo el derecho-deber originario que tienen los padres en la educación de sus hijos, el Estado, de modo subsidiario, auxilia a las familias a cumplir mejor con su misión.
EL BUEN GOBIERNO
A propósito del Estado, debe hablarse del buen gobierno. Un buen gobierno es realista, es decir, tiene en cuenta la que sucede y, en simultáneo, lo que debe ser. No hay divorcio entre uno y otro aspecto. Es cierto que existen gobiernos que responden a intereses particulares. Esto no quita, por otra parte, que la procuración del bien común político siga siendo lo que corresponde.
Por todo lo dicho, si se trata de restaurar la cultura, en lo que se refiere al enfoque político, debe pasarse de un punto de vista individualista -típico del liberalismo- a otro auténticamente comunitarista. Dicho de otra manera, de lo que se trata es de gobernar para las familias, no para los meros individuos. Será la mejor manera mediante la cual el Estado cumplirá con su deber de procurar el bien común.