Por Luciano Pezzano*
Un martes 13 de abril, pero de 1813, la Asamblea General Constituyente de las Provincias Unidas del Río de la Plata –recordada por todos como la Asamblea del Año XIII, gracias a los textos escolares– aprobó una de las leyes más significativas en su camino hacia la consolidación del proceso iniciado en 1810: la ley de amonedación. Por primera vez, las Provincias Unidas tendrían moneda propia y dejarían de usar las que los reyes de España venían acuñando en diversas casas de moneda de todo el continente desde el siglo XVI.
El dictado de la ley no fue obra del capricho ni de la casualidad. En lo político, con la instalación de la Asamblea el 31 de enero de ese año, se había recuperado el fervor inicial de la Revolución. De hecho, su primera medida fue declararse “soberana”, lo que significaba que los gobiernos patrios ya no actuarían en nombre de Fernando VII como lo venían haciendo, sino como representantes del pueblo de las Provincias Unidas. En lo militar, los triunfos del Ejército del Norte al mando de Manuel Belgrano en Tucumán y Salta dejaron al Alto Perú a merced de los patriotas, pudiendo ocupar por segunda vez la Villa Imperial de Potosí y su portentosa Casa de Moneda, permitiendo así poder comenzar la acuñación.
Así, bajo la presidencia de Pedro José Agrelo, y por su propia iniciativa, la Asamblea ordenó la acuñación de monedas de oro y de plata, en los mismos valores, tamaño y peso que las monedas con el busto del rey que se acuñaban en la época –y que incluso se acuñaron bajo la primera ocupación patriota de Potosí en 1810-1811–. Las monedas de plata llevan en su anverso el sello de la Asamblea –nuestro actual Escudo Nacional– sin el sol, la leyenda “EN UNION Y LIBERTAD”, la fecha, el valor y la marca de ceca –que indica el lugar de acuñación, que en el caso de Potosí era un monograma de las letras PTS–, mientras que en el reverso vemos un sol radiante, con rostro y treinta y dos rayos –el mismo sol que aparece en nuestra Bandera Nacional–, con la leyenda “PROVINCIAS DEL RÍO DE LA PLATA”. Las monedas de oro difieren en el anverso, al llevar, al pie del sello, un trofeo compuesto por dos cañones, cuatro banderas y un tambor (la impronta del valor mayor en oro, 8 escudos o una onza puede verse reproducida en nuestras monedas bimetálicas de 1 peso, acuñadas entre 1994 y 2016).
La acuñación de las monedas en Potosí estuvo marcada por la suerte de las armas y se prolongó por todo el tiempo que el ejército patriota pudo ocupar la Villa Imperial: desde el ingreso de la vanguardia en mayo –Belgrano entró en Potosí recién en junio– hasta unos días después de la derrota de Ayohuma en noviembre. En ese tiempo, se acuñaron más de un millón de monedas en cinco valores –la posible acuñación de un sexto valor se discute entre los investigadores–, conforme al sistema monetario español, aunque la inmensa mayoría correspondió al valor mayor de 8 reales o un peso, una moneda de unos 40 milímetros de diámetro y 27 gramos de peso. La emisión en oro fue muy reducida, y no ha llegado a nuestros días la cantidad de monedas acuñadas, sino solo el peso del oro, que era de poco más de 200 marcos castellanos, algo más de 46 kilogramos. Esto se refleja en la escasa cantidad de monedas conocidas: una veintena de onzas, dos piezas de 2 escudos y seis de 1 escudo, ignorándose aún si se acuñaron monedas de 4 escudos o media onza.
Pese a lo breve de esta emisión –que en 1815 se reiteraría con la tercera ocupación patriota de Potosí, aunque solamente en plata–, su importancia histórica es fundamental, no solo por ser las primeras monedas argentinas, sino también por marcar una clara ruptura con el régimen político imperante hasta ese momento: aunque mantuvo el sistema monetario español, no hay alusión alguna al rey –como sí sucedía en algunas amonedaciones insurgentes en el resto de América–, y su busto fue reemplazado por el emblema de la propia Asamblea, de un notable significado libertario, y las leyendas –en español, cuando las monedas coloniales las llevaban en latín– no solamente subrayan este significado, sino que además agregan el nombre del nuevo Estado –la “nueva y gloriosa Nación” de López y Planes, cuya Marcha Patriótica fue aprobada por la misma Asamblea menos de treinta días después que las monedas–, como una clara manifestación de esa soberanía de la cual la Asamblea se había declarado depositaria.
Es que pocas demostraciones de soberanía son tan evidentes como la acuñación de moneda: lo era hace dos siglos y lo sigue siendo en la actualidad, cuando grupos independentistas realizan sus propias emisiones en busca de legitimación y reconocimiento. En la guerra por la independencia hispanoamericana, aunque varios movimientos revolucionarios ya habían acuñado monedas, ninguno logró hacerlo en prácticamente todos los valores del sistema monetario vigente, incluyendo el oro. Ese honor le cupo a las Provincias Unidas, un hecho poco conocido no solo entre el público sino también entre los investigadores.
Tres años antes de la declaración formal de la independencia, las Provincias Unidas ya contaban con moneda propia, con símbolos propios y que no reconocían vínculo de dominación con potencia alguna. El camino que seguía no sería nada fácil, como la propia vida de las monedas lo demostró, pero esa es otra historia.
* Socio y ex presidente del Centro Filatélico y Numismático de San Francisco. Miembro Titular Fundador del Instituto Federal de Investigadores Numismáticos de la República Argentina. Vicepresidente de la Federación de Entidades Numismáticas y Medallísticas Argentinas.