Opinión

La prehistoria del periodismo argentino

Los fantasmas del pasado

 

En las efemérides convencionales y en la mayoría de los libros de historia suele leerse que el 1 de abril de 1801 apareció el primer periódico de Buenos Aires, morosamente titulado "Telégrafo Mercantil, Rural, Político, Económico e Historiográfico del Río de la Plata", para diferenciarlo del primer periódico de la Argentina soberana, es decir, la "Gaceta de Buenos Ayres".

Sin embargo, el "Telégrafo" -para llamarlo familiarmente- tuvo antecedentes prácticamente desconocidos. El más inmediato fue la publicación de la "Gaceta del Gobierno de Buenos Aires", que apareció entre octubre de 1809 y enero de 1810. El precedente más remoto y, en rigor de verdad, aunque con reservas, el primero de todos los periódicos porteños, fue una desconocida "Gaceta de Buenos Ayres" que circuló vagamente en 1764. ¿Por qué con reservas? Pues porque la tal "Gaceta" no era impresa, sino manuscrita, hecho explicable si recordamos que la primera imprenta se instaló en Buenos Aires en febrero de 1780: se trataba de la misma que los jesuitas habían utilizado en las Misiones desde 1700, produciendo exclusivamente impresos no mundanos, como el "Martirologio Romano", de Juan Bautista Newman.

Pero bien puede afirmarse que el "Telégrafo" constituyó el primer periódico de Buenos Aires llevado a cabo por la iniciativa privada, y no -como los anteriores y aun la "Gaceta" de Moreno- resultado de la iniciativa gubernamental.

Veinte meses duró el "Telégrafo", por cierto toda una hazaña para los reducidos medios económicos, culturales, técnicos y sociales de su tiempo: dejó de aparecer el 17 de octubre de 1802 por resolución del virrey.

El "Telégrafo" fue fundado y dirigido por el coronel y abogado extremeño Francisco Antonio Cabello y Mesa, cuyo lugar de nacimiento ha permitido conferirle a su sucesor -Hipólito Vieytes, director entre 1802 y 1807, del "Semanario de Agricultura, Industria y Comercio" -el título de "primer periodista argentino".

El militar y editor español ya tenía antecedentes profesionales: había publicado en Lima, en 1790, el "Diario Erudito, Económico y Comercial" y al año siguiente el "Mercurio Peruano".

El 26 de octubre de 1800 presentó en Buenos Aires una petición al virrey Avilés para que se le concediera licencia exclusiva con objeto de publicar un periódico. Lo "exclusivo" no envolvía ningún eufemismo; se trataba de una actividad monopólica que debía evitar toda competencia.

Once días más tarde, en resolución asombrosamente rápida, el virrey concedía la autorización. Esos veinte meses fueron pródigos en la publicación de ideas a menudo audaces, como las notas combatiendo nada menos que el monopolio comercial de España en el Virreinato. Los colaboradores del periódico formaron un grupo selecto de inteligencias que no tardarían en descollar en la Argentina emancipada: Manuel Belgrano, Juan José Castelli, Luis José Chorroarín, Domingo Azcuénaga, Juan M. Labardén.

Inicialmente auspiciado por el Real Consulado de Buenos Aires -cuyo secretario era Manuel Belgrano-, el periódico se apartó con el correr de sus números de los objetivos de la respetada corporación, lo que pudo haber ocasionado fricciones entre el editor y el futuro creador de la bandera argentina. Un día, al publicar un artículo titulado Circunstancias en que se halla la provincia de Buenos Aires e islas Malvinas y modo de repararse, Avilés aprovechó la circunstancia para clausurar el seminario. Si bien se ha afirmado que esta nota fue causa del cierre, en realidad no hizo más que colmar la medida de lo mucho que parecía estar soportando la autoridad virreinal, al tolerar las frecuentes críticas impresas. Por otra parte, como ya lo hemos afirmado en estudios previos, "en realidad el "Telégrafo" murió de consunción. Sus problemas económicos eran serios (los suscriptores retaceaban los pagos) y se agravaron al perder la licencia oficial su primitivo carácter exclusivo, ya que el órgano de Vieytes le creó una inesperada competencia. Un mes y medio más tarde, el primer periódico impreso en Buenos Aires (segundo, con el citado precedente manuscrito del siglo XVIII) se extinguía silenciosamente" .

Publicaciones como el "Telégrafo" -seguidas ejemplarmente por el "Semanario", de Vieytes, y el "Correo de Comercio", de Belgrano- fueron preparando, acaso sin saberlo, el fermento ideológico emancipador que devendría en el estallido de Mayo. De donde se desprende que la contribución del periodismo a las causas revolucionarias no es en nuestra tierra un fenómeno moderno, sino gestado antes aun que la Nación.