El lenguaje, la comunicación, la palabra, es el instrumento que nos ha permitido existir y evolucionar como cultura. Los seres humanos fuimos poniendo conceptos en común, es decir, comunicamos como forma de establecer nexos con el otro. El lenguaje hablado o escrito, hoy por todas las plataformas posibles, existe solo en la existencia de un otro. Ese otro es razón y fin de la comunicación, sin el cual esta pierde objeto y quizás existencia.
Al mismo tiempo, la comunicación no es más que un instrumento, una herramienta y como tal, no es esta sino el uso que se le dé a la misma y los infinitos recursos que presenta, lo que la define. Una de sus características más interesantes es la plasticidad y el uso de la misma jugando con esta maleabilidad de donde nacen algunas de los logros más excelsos de la civilización, pero quizás todo lo opuesto característico de su versatilidad. Así, el lenguaje carece de la precisión de la matemática y no puede establecer necesariamente verdades inmutables, pero no es su fin, sino la co-construcción del diálogo con el otro.
En el himno a Sarmiento vemos con "la pluma, la espada y la palabra", señalando la relación entre la comunicación, tendiente a unir, y la tendencia a separar, cortar, ya no metafóricamente cuando se apela a la espada. La palabra como símbolo de acuerdo de unión, pero también como instrumento de agresión.
Se cita a Edward Lytton con la expresión "La pluma es más poderosa que la espada" (The pen is mightier than the sword), en la cual nos señala que la palabra puede ser un instrumento de dolor y peligroso y hacer más daño aún que el instrumento específicamente usado para causar daño. También que puede separar, seccionar, fragmentar como una espada. Aquí ingresa la dialéctica y en particular aquella en la que los recursos se pueden usar para transformar a ese mensaje en un instrumento para fines ya no con el otro, sino contra el otro.
La idea de la palabra como símbolo de desunión, de conflicto, en lugar de puente, de vía de contacto y colaboración, de algo puesto en común es decir de comunicación, está representada en infinita cantidad de relatos de la humanidad tanto histórica y como de la mítica.
Un relato cuenta que los hombres formaban un pueblo único y unido, hablaban un solo idioma y encontrando un lugar propicio para instalarse construyeron una gran edificación, un Etemenanki, que celebrara su orgullo y los hiciera famosos. Pero en castigo a su soberbia los dioses hicieron que no se entendieran entre sí, y hablaran en diferentes lenguas, enajenándose en la confusión de no comunicarse. A esa construcción la llamaron la de la confusión, en hebreo Balbal, y esa sería la Torre de Babel.
La pluma y la palabra hoy se manifiesta en infinidad de recursos multiplicados al infinito en medios de comunicación o redes sociales. Asistimos, quizás participamos, en un tiempo en que la palabra bajo forma de adjetivación, descalificación, ofensa, injuria, mentira etc., ha sido transformada en arma y parece haber ocupado el centro de la escena del área de la comunicación. El objetivo de comunicar, de acordar, ha pasado a un segundo plano en la primacía del interés de individuos, sectores o narrativas especiales, que no reconocen límites éticos o morales.
Así llegamos a la época de pandemia en la cual la conmoción podría habernos unido, pero parece seguir el camino opuesto. En lugar de confesar nuestra incertidumbre, se ha establecido una dialéctica totalitaria en que la comunicación está seccionada. Declaraciones, discursos y comunicados sin importar la contradicción absoluta, han sembrado no solo la angustia, temor e incertidumbre, sino el olvidar el fin primario de la palabra, y de puente pasó a espada sin aparente solución de continuidad.
Evidentemente estamos en un estado de guerra en el que la verdad ha sido como cita la frase, la primera víctima y la retórica que tiene como fin principal y quizás único imponer un discurso sobre el otro, se transformó en la modalidad dialéctica esencial.
Schopenhauer en su dialéctica erística describe 38 modos de imponer un discurso, en ninguno de esos métodos el fin es la comunicación, sino el sometimiento del otro.
Evidentemente esto nos ha instalado en una lógica de conflicto, de polémica (polemos) y ante nuestra propia y angustiante incertidumbre la mejor forma de huir de ella parece ser la de imponer certezas al otro, aún sin fundamento, o veracidad alguna.
La perversión de la comunicación la acerca a que sea más eficiente que la espada en esa guerra de todos contra todos, y poco importa que se fundamente, que sea real, sino que el fin es que el otro sea silenciado, mediante la imposición de ese lenguaje, del descrédito, de la injuria basada en la falacia.
Una simple mirada a los "medios de comunicación", o la explosión de mensajes las redes sociales, en las que todos pueden ser jueces de todos, pueden afirmar lo que fuera sin fundamento, ya que la veracidad estará dada por el número, y si tiene muchos es verdad, no por el contenido, nos está llevando a un estadio en el que cuando ya la palabra deje de ser otra cosa que la espada, pronto será la espada el instrumento elegido.
Nuestros dirigentes han perdido todo recato y conciencia de su rol y son los que usan e inflaman esta guerra discursiva, pero quizás olviden que no tienen los instrumentos para detener lo que parece una inminente guerra, o sea el fin deseado. Pero estamos nosotros para volver a comunicarnos, quizás sea momento de recuperar la propia palabra.