Las crónicas de la ciudad hablan de juegos de cañas, corridas de pato en las fiestas de la beatificación de San Ignacio de Loyola, entre las más antiguas de 1610 y otras no dejan también de mencionar otras las corridas de toros, junto con las luminarias y los fuegos de artificio. La jura de los nuevos monarcas, cumpleaños de la familia real, fiestas de los Santos Patronos tenían como escenario la Plaza Mayor con el Cabildo de un lado y la Catedral por otro.
Desde 1790 funcionó una pequeña plaza de toros en el hueco de Monserrat, que era un barrio en el límite de la ciudad, más poblada como sabemos hacia el Sur. Fue autorizada por el virrey Arredondo, pero no era el lugar adecuado y así como hoy los vecinos del viejo estadio de San Lorenzo protestan porque vuelva a Boedo aquellos porteños de hace dos siglos se quejaron. Con buen criterio el virrey marqués Gabriel de Avilés, ordenó al intendente de Buenos Aires, capitán Martín Boneo, la construcción de una nueva plaza en las afueras, en el lugar conocido como El Retiro, donde hoy se encuentra la Plaza San Martín.
El alarife Francisco Cañete -el mismo que levantó la Pirámide de Mayo- con su hermano Carlos, comenzó la construcción de la Plaza de Toros del Retiro, ubicada entre las actuales calles Marcelo T. de Alvear y Santa Fe, en la zona donde se levanta el edificio de la Dirección de Parques Nacionales. El 26 de enero de 1801 estaba finalizada la obra, de forma octogonal, estilo morisco. Tenía capacidad para 10.000 espectadores, y algunos palcos con sombra y otros no; lo mismo que las graderías y también los oficiales para el virrey, el Cabildo, la Real Audiencia, los que eran especialmente adornados cuando esos funcionarios los ocupaban. Para acceder abonaban desde 4 pesos los palcos, a 2 reales la entrada común. La calle del Empedrado (hoy Florida) aunque por pocas cuadras era el camino que transitaba casi una cuarta parte de la población, para llegar a la Plaza, a presenciar el espectáculo taurino. Claro que trajo alguna mejora a la zona como que se abrió Florida hasta la Plaza y se empedró al igual que la calle Maipú.
En el Telégrafo Mercantil se anunció la corrida inaugural prevista para el 14 de octubre, en celebración del cumpleaños de Fernando, el príncipe de Asturias. Los toros. "que son los más acreditados de estos países'', eran de la estancia de don Victorino Cheves en el pago de Luján. El que llegaran de esa zona respondía a que se criaban toros criollos más ariscos y bravos, los que por otra parte eran sumamente ágiles, como los de la estancia de don Juan Pablo Méndez, que por años los supo proveer para las corridas de esa villa, en la que a falta de un lugar adecuado se corrían frente al Cabildo, cuyos balcones servían de palco oficial.
El 1º de noviembre el periódico dio a conocer el resultado de la corrida anterior que dejó líquidos 790 pesos, a la vez que anunciaba que el miércoles 4 se iban a lidiar 12 toros "en celebridad de los días de nuestro rey''. El jueves 12, cumpleaños de Carlos IV, se festejó con otra corrida de toros, que Mariano Ponce fue a buscarlos al Rincón del Noario porque "siempre han salido buenos".
El 9 de diciembre se celebró el cumpleaños de la reina María Luisa, y para ello al citado Mariano Ponce le pagaron 5 pesos en vez de 4 como era costumbre "para con ese estímulo se elija el mejor ganado''. Se suponía que Mariano Aramburu saldría al ruedo como picador. El 28 de diciembre día de los Santos Inocentes se lidiaron once toros, que seguramente Ponce condujo desde el Noario, ya que había ofrecido ``poner el mayor esmero en que sean de calidad''. Para hacer mas entretenida la diversión colocaron unos dominguillos, muñecos de material liviano y hueco, que llevan un contrapeso en la base y que movidos en cualquier dirección siempre vuelven a quedar derechos.
Nuestros paisanos se encargaban de las faenas de retirar el animal muerto de la arena, José Antonio Pillado en sus Recuerdos de Buenos Aires dice que estos eran tirados por enlazadores y que fue el virrey del Pino, quien a imitación de otras plazas de renombre dispuso que el arrastre lo realizaran una yunta de mulitas, con cascabeles, para darle una visión agradable que sin embargo poco duró en la práctica.
DETALLES INTERESANTES
Los hermanos Robertson que como todos los viajeros o memoriosos ofrece interesantes detalles que habrían pasado al olvido, recuerdan que en el verano de 1810 el virrey Cisneros presidió una corrida. En ella fueron testigos de la hazaña del enlazador, montado en un pequeño caballo criollo, que arrastró un toro muerto muy grande, obteniendo el enlazador los mismos aplausos de la tribuna que el matador.
Bonifacio del Carril encontró en la colección de Félix Alberto de Camarassa y Nélida Mairal de Camarassa, dos acuarelas de Emeric Essex Vidal de enero de 1818, en la que se ve al toro con las banderillas de fuego, que eran cohetes de estruendo y servían para excitarlo. La otra fechada en 1823 que reemplazaba a un original de 1817 muestra al torero saludando al público, mientras dos enlazadores montados en pequeños caballos, se disponen a retirar al toro fuera del rodeo. Contrasta ver al torero con traje de luces y a nuestros paisanos con poncho, chiripá y botas de potro.
Juan Manuel Beruti en sus Memorias Curiosas relata que "el 12 de enero de 1817, hubo una corrida de toros a la que concurrió el nuevo excelentísimo Ayuntamiento, con un general y once oficiales de graduación, que hace pocos días llegaron a esta capital a ofrecer sus servicios a este gobierno, pues venían emigrados de la Francia, por ser de los del ejército de Napoleón Bonaparte. En los varios toros que se corrieron, salió uno tan soberbio y ligero, que de un salto que dio salvó la valla y contravalla, poniéndose sobre las gradas cerca de los palcos, lo que por cosa no sucedida en esta plaza desde su fundación lo anoto, pues seguramente avanzó el salto más de siete u ocho varas''.
El viajero H. R. Brackenridge recuerda en 1818 que "encontró la plaza considerablemente concurrida, pero principalmente por clases inferiores del pueblo''. Las corridas de toros siguieron hasta enero de 1819, el 10 de ese mes apunta Beruti ``fue la última que hubo en la Plaza del Retiro, porque el día 11 de orden superior se principió a deshacer''.
Los ladrillos y parte de la demolición fueron empleados en las diversas construcciones de los Cuarteles del Retiro, en el mismo predio donde unos años antes San Martín organizó e instruyó a sus bravos granaderos.