Estados Unidos paseaba la espectacularidad de su juego cada vez que salía a la cancha. Llevaba una década y 58 partidos encadenando victoria tras victoria. El Mundial de básquetbol de 2002, en Indianápolis, se presentaba como el escenario ideal para otro festejo. Sin embargo, el Dream Team, denominación que reciben desde siempre los equipos norteamericanos desde las que las estrellas de la NBA decidieron extender su brillo al cielo de los mortales de ese deporte, tuvo una pesadilla inolvidable. Perdió 87-80 con una Selección argentina a la que todavía le faltaba el título olímpico de Atenas 2004 para ser la Generación Dorada, pero ya empezaba a hacer historia.
Allí estaban Paul Pierce, Jermaine O´Neal, Reggie Miller, Michael Finley, Shawn Marion, Antonio Davis… Es verdad: Estados Unidos no contaba en sus filas con las leyendas del Dream Team original como Michael Jordan, Earvin Magic Johnson, Larry Bird, Kyle Drexler, Karl Malone, Patrick Ewing, David Robinson, Charles Barkley, John Stockton, Chris Mullin, Scottie Pippen y el entonces universitario Christian Laettner, el único terrenal en un equipo de divinidades del básquet. Ellos habían deslumbrado al mundo con su consagración en los Juegos Olímpicos de 1992 en Barcelona.
George Karl, que tenía como antecedente inmediato una buena carrera como entrenador de Seattle Supersonics -una franquicia que sumó un título en la temporada 1978/79 y que en 2008 le cedió su lugar a Oklahoma City Thunder-, contaba con los mejores jugadores del momento en la National Basketball Association, la famosa y universalmente venerada NBA. Aun con un plantel sin el lujoso nivel del fabuloso Dream Team original, Estados Unidos estaba listo para ensayar otro desfile triunfal.
Argentina conmovió al mundo del básquet.
UNA SORPRESA INMENSA
Ningún integrante de ese cotizado equipo se imaginaba una paliza como la que recibió de un rival para ellos ignoto que le causó una pesadilla inolvidable. Ese adversario con nulos pergaminos para la orgullosa selección comandada por Karl era Argentina, en la que ni siquiera reparaban pese a su título sudamericano del año anterior.
Ahí estaban Juan Ignacio Pepe Sánchez y el Colorado Rubén Wolkowyski, los únicos que ese entonces atesoraban un efímero paso por la NBA y que por esa razón eran a los que conocían los miembros del Dream Team. Tenían apenas algunas noticias de un fenómeno como Emanuel Ginóbili -figura en el Kinder Bolonia italiano, pero aún sin ser el Manu que brilló en San Antonio Spurs- y poco sabían de Hugo Sconochini, pilar del Tau Cerámica, un equipo español en el que también actuaban Fabricio Oberto, Andrés Chapu Nocioni y Gabriel Fernández. Todavía las ligas europeas no proporcionaban talento de exportación a granel a la célebre NBA como lo hicieron tiempo después. Por eso no tenían demasiadas referencias de que en el Viejo Continente la calidad de los argentinos se hacía notar.
Del desconocimiento a la subestimación había apenas un paso. Estados Unidos salió al Conseco Fieldhouse -la casa de Indiana Pacers, el equipo de un temible lanzador de triples como Reggie Miller-, dando por descontado el triunfo. Se llevó una sorpresa inmensa.
Luis Scola impuso su presencia en la zona pintada y por si fuera poco aporto 13 puntos.
RESPETO SÍ, NUNCA TEMOR
Rubén Magnano, el entrenador albiceleste, era consciente de que el poderío individual de los estadounidenses era abrumadoramente mayor que el de sus muchachos. Al mismo tiempo, el cordobés sabía que la fuerza colectiva de Argentina podía erigirse en un obstáculo descomunal para la confiada constelación de estrellas que había reunido su colega Karl. Tanto es así que en las horas previas al partido correspondiente a la segunda fase del Mundial les dio instrucciones muy particulares a sus dirigidos. Les hizo entender que debían jugar de igual a igual. Magnano creía que la victoria no era una utopía.
Argentina necesitaba ganar para evitar encontrarse en los cuartos de final con Yugoslavia, uno de los pocos equipos que podía jactarse de estar en condiciones de plantearle inconvenientes a las figuras de la NBA. Consumar el milagro de derrotar al Dream Team mantendría a salvo a los de Magnano y les impondría a los norteamericanos la pesada carga de tener que vérselas con Dejan Bodiroga, Pedrag Stojakovic, Vlade Divac y Milan Gurovic, algunos de los tantos basquetbolistas de enorme jerarquía que componían una selección en la que todavía convivían serbios y montenegrinos.
La exacta amalgama de actitud, personalidad, juego de equipo y determinación impulsó a los argentinos hacia un éxito impensado. La fiereza para defender y la contundencia en ataque alumbró un 34-21 en el primer cuarto que dejó atónitos a los estadounidenses. El primer tiempo se cerró con un 53-37 que agigantaba aún más la faena de los argentinos.
Ginóbili por dos: Manu sacó a relucir su talento cuando más se lo necesitaba.
Manejaba los tiempos del partido Pepe Sánchez, Manu Ginóbili volaba como solo podía hacerlo el majestuoso Michael Jordan, Luis Scola imponía su rigor en la zona pintada y hasta recibió un artero pisotón de O´Neal, sumido en la impotencia tras un tapón fantástico de Luifa. Sconochini era imparable con la pelota en sus manos, Chapu Nocioni hacía gala de su puntería y hasta volcaba alguna pelota casi como una travesura; Oberto y el Colo Wolkowyski bajaban todos los rebotes… Pierce, O´Neal y Finley, los principales anotadores de Estados Unidos, se veían muy opacados. El desempeño argentino era perfecto.
Pepe Sánchez manejó los tiempos del partido.
HISTORIA PURA
En la segunda mitad surgió la lógica reacción de Estados Unidos. Sí, lo habían tomado desprevenido, pero no podía permitirse el lujo de no esforzarse por borrar esos 20 minutos adversos. Pierce, Andre Miller y Finley empezaron a acertar. Así, la brecha en el marcador que en algún momento rozó los 20 puntos se redujo considerablemente y al cabo del tercer parcial terminó siendo de ocho. Argentina debía seguir dando pruebas de carácter y de juego para prevalecer.
En los momentos calientes aparecen los jugadores de corazón ardiente y mente fría. Ginóbili se convirtió en la llave del triunfo. Por él pasaban todas las pelotas decisivas. Con 15 puntos, terminó siendo el máximo anotador albiceleste en una ofensiva bien repartida que incluyó 14 de Nocioni, 13 de Scola, 11 de Oberto, 9 de Pepe y del Colorado… Oberto y Wolkowyski, además, lideraron el rubro de los rebotes defensivos. Por más que Finley se despachó con 22 puntos, su buen pulso no fue suficiente.
La desesperación estadounidense se antojaba desoladora. No concebía tamaño traspié. Estaba siendo literalmente barrido por un equipo argentino que dominaba todas las facetas del juego. Diez puntos de diferencia faltando dos minutos… Según como se mire, una diferencia cómoda o difícil de sostener. Para Estados Unidos se presentaba irremontable.
El plantel argentino que cumplió una formidable actuacion en el Mundial.
De pronto, cuando el reloj terminó de convertirse en un aliado invalorable, desde el banco empezó el racimo de jugadores a moverse y a cantar. “Esta es la banda de la Argentina / está bailando de la cabeza / se mueven para acá / se mueven para allá / esta es la banda más loca que hay…”. La fiesta interminable se había desatado. Argentina acaba de transformarse en la pesadilla del equipo de los sueños.
Argentina 87 – Estados Unidos 80
Argentina: Juan Ignacio Sánchez 9, Emanuel Ginóbili 15, Hugo Sconochini 7, Rubén Wolkowyski 9, Fabricio Oberto 11. Ingresaron: Luis Scola 13, Andrés Nocioni 14, Leandro Palladino 7, Alejandro Montecchia 0, Gabriel Fernández 2. DT: Rubén Magnano.
Estados Unidos: Andre Miller 14, Paul Pierce 22, Jermaine O`Neal 8, Elton Brand 0, Michael Finley 14. Ingresaron: Shawn Marion 4, Reggie Miller 5, Baron Davis 7, Antonio Davis 3, Ben Wallace 3. DT: George Karl.
Parciales: 34-21, 53-37; 68-60 y 87-80. Estadio: Conseco Fieldhouse (Indianápolis). Árbitros: Romualdas Brazauskas (Lituania), Itzok Rems (Eslovenia). Fecha: 4 de septiembre de 2002.