Hace 150 años, un 22 de abril de una semana como esta, nacía en Rusia Vladimir Ilyich Lenin. No suele ser inteligente culpar a un solo hombre del devenir de la historia pero tal vez podamos darnos el permiso de señalarlo como su catalizador. Lenin fue el arquitecto y pergeñador de la doctrina más letal que haya pisado la Tierra, espejo y Meca de todas las atrocidades modernas, del comunismo y del fascismo.
Porque se cumplen 150 años de su nacimiento y porque la historia no deja de girar en falso sobre sus propias tragedias, vale la pena repasar hechos de más de un siglo que parecen noticias actuales. La influencia del fascismo ha sido, por fortuna, destrozada y envilecida, pero la vil deriva comunista iniciada por Lenin sigue vigente. Y esta pesadilla no sólo persiste en los países en los que aún es la forma de gobierno, sino en los corazones de intelectuales y políticos de las democracias occidentales. Persiste en las universidades de todo el mundo y en los manuales de quienes están aprendiendo a leer. Permanece en el cine, en las redes y en el turbio conglomerado que llamamos medios masivos.
Sobran los informes previos y posteriores a la caída de la URSS en los que se señala que entre otros métodos de exterminio, el régimen sovietico fusiló millones de almas, en términos estadísticos, existen décadas en las que se fusiló casi un millón anual. Para hacerlo, para fusilar a miles personas a diario hacen falta muchos verdugos. La Unión Soviética era una industria de la muerte, y esto no es una metáfora. Todos los gobiernos genocidas necesitan montar una cadena productiva que requiere muchas especialidades antes de llegar al fusilador y al enterrador. Lenin esto lo sabía y no era ajeno a la naturaleza del camino que, según su propia prosa, era necesario hasta conseguir los altos estándares de felicidad que la dictadura del proletariado iba a brindar a la humanidad.
Ese es el espíritu con el que Lenin escribe a Trotski el 1° de febrero de 1920: “La ración de pan debe ser reducida para los que no trabajan en el sector del transporte, hoy decisivo”. Con estas directivas garantizaba la eficacia de la represión, de modo tal que bajo su diseño se prohibió a los campesinos vender sus productos, y a otros comprarlos o intercambiarlos. El fin de estas acciones pueden parecer errores antieconómicos pero son un efectivo mensaje de propaganda acerca del poder sobre la vida y la muerte de los demás. Recién comenzaba a diagramarse un terror del que sus víctimas jamás podrían recuperarse, ese mensaje es factura de Lenin, que talló en piedra el tutorial para la instalación de las dictaduras comunistas. A veces mirar la política con el ojo economicista nos hace perder el bosque.
Lenin se ofendía cuando no se mataba lo suficiente. El 29 de enero de 1920 escribía a Smirnov, jefe del V Ejército en la zona del Ural: “Me informan de que hay un sabotaje y que los obreros de Iyevsk están en el golpe. Estoy asombrado de que os acomodéis y no procedáis a ejecuciones masivas. Un buen comunista también es un buen chekista. Hay que dar ejemplo. 1) Colgar (y digo colgar de forma que la gente lo vea) a no menos de 100 kulaks, ricachones, bebedores de sangre. 2) Publicar sus nombres. 3) Apoderarse de todo su grano. 4) Identificar a los rehenes como lo hemos indicado en nuestro telegrama de ayer. Hagan eso de manera que a cien leguas a la redonda la gente lo vea, tiemblen, se enteren y digan: Matan y seguirán matando kulaks sedientos de sangre. Telegrafiad que habéis recibido estas instrucciones. Vuestro. Lenin".
Lenin no diseñó el terror comunista solo. El mundo fue con él condescendiente y solidario. La intelectualidad mundial eligió mirar a otro lado, cosa que continuó con Stalin hasta que se los permitieron sus estómagos. Esto es de una lacerante vigencia mirando la tolerancia del mundo a Cuba, Venezuela o China. Pero traigamos a la memoria otra similitud que parece de las noticias actuales: En 1917 en Rusia, desde la revolución de Febrero hasta la de Octubre las fuerzas políticas que no eran bolcheviques (que dicho sea de paso, a pesar de su nombre eran una fuerza minoritaria) dejaron avanzar a los bolcheviques permitiéndoles medir hasta dónde eran capaces de tolerar sin oponer resistencia. Suena familiar, ¿verdad?
El Golpe de Estado bolchevique de Octubre de 1917 por el que nadie se rasgó las vestiduras, duró hasta el final de 1991, y si se cayó fue porque se pudrió de adentro para afuera. Cuando las dictaduras comunistas se instalan sólo caen por su propia decadencia e inviabilidad, eso también comienza con Lenin.
La Comisión Extraordinaria Panrusa para la Lucha contra la Contrarrevolución y el Sabotaje, la famosa Cheka, se creó el 7 de diciembre de 1917. Era la semilla de la KGB que iba a impedir que jamás la disidencia viera la luz ni tuviera la menor posibilidad de ir contra el régimen. Lenin puso al mando a Félix Dzerzhinsky, de quien Trotsky escribiera: “Acerca de las represiones, Dzerzhinsky era personalmente responsable por ellas y no podía tolerar la interferencia de nadie en sus funciones (y así lo era debidamente). Si hubo víctimas innecesarias, no sé decir. En cuanto a ese asunto, creo mucho más en Dzerzhinsky que en sus críticos tardíos. (…). Sin embargo, estoy dispuesto a reconocer que la guerra civil no es escuela de humanismo. Los idealistas y los pacifistas acusaron, siempre, a la revolución por sus ‘excesos’ (…) Sin embargo, el punto central es el de que los ‘excesos’ son consecuencia de la propia naturaleza de la revolución que, por sí misma, constituye, no obstante, un propio ‘exceso’ de la historia”. Así ha continuado hasta nuestros días la prosa trotskista superando a su creador, justificando las atrocidades comunistas en pos del bien superior.
En cada rincón donde reinó el comunismo se eliminaron las libertades políticas y económicas. A la vista del planeta se constituyeron partidos únicos y economías planificadas que decantaron en hambrunas feroces. Y así como la receta fue única, los resultados también lo fueron: dictadura, escasez, miedo y muerte. Millones de condenados al hambre y al terror. A la intromisión impúdica en la intimidad, a la delación de sus propios vecinos. La censura y la vigilancia son la condición de su supervivencia y el disidente será siempre una amenaza. Es Lenin el que hace nacer el sistema que, partiendo de la Unión Soviética, llegará a gobernar en casi un tercio del mundo.
Cuando los bolcheviques se hicieron con el poder en Rusia la progresía mundial saludaba con júbilo el ascenso de los desheredados de la Tierra. Con Lenin comenzaba el relato de igualdad y la solidaridad, relato que no ha parado de crecer, y hoy es casi imposible encontrar una fibra política o intelectual que no hocique ante este mandamiento.
La cheka tenía milicias del Partido dedicadas a la colectivización. Sus primeras víctimas eran los kulaks, agricultores de la Rusia zarista que poseían tierras aunque así se denominó a todos los propietarios agrícolas condenados por oponerse al robo de sus propiedades. Se organizaban fusilamientos diarios y los sobrevivientes, mayormente mujeres y niños, vagaban por los campos comiendo raíces y cortezas de árbol. Cuando se acabaron los kulaks el Partido esclavizó a cualquiera que tuviese un pedazo de tierra o dos cerdos miserables, no eran personas sino cosas sacrificables en aras de la revolución. El avance sobre las propiedades siempre escala, ilusos los que creen que no serán víctimas de las colectivizaciones una vez que son desatadas.
Mientras los campos nazis fueron negados por sus perpetradores hasta la caída del nazismo, las barbaridades soviéticas eran casi un orgullo para los líderes de la dictadura del proletariado. El paraíso soviético era visitable para las élites del pensamiento occidental que callaron, justificaron o encubrieron los “daños colaterales” que aparejaba la construcción de la utopía.
Por convicción o por ventaja, muchos defendían a la URSS surgida de una añorada revolución que fundara lo que, para estas mentes soberbias, era la civilización del futuro, el fin del capitalismo vacío y consumista, la extinción de la decadente sociedad burguesa. Una búsqueda sencilla puede dar desagradables muestras de las loas a Lenin en congresos internacionales, en defensores de la cultura, en poemas, en asociaciones de obreros o estudiantes. La exportación del imaginario soviético de la deconstrucción de las estructuras sociales y políticas para crear una civilización nueva. Otra vez pensando en crear de arriba hacia abajo al nuevo hombre y al nuevo mundo. ¿Acaso no resulta familiar esa soberbia?
En 1922, Lenin escribía que los comunistas debían preservar su flexibilidad para comenzar una y otra vez desde el principio y engañar a la derrota. Concebía a los procesos revolucionarios como un movimiento repetitivo, manteniendo en la memoria “los momentos sublimes” de la revolución como marco general. Sentaba así las bases de un odio de clases eterno y latente. La idea enfermiza de la revolución permanente. Para mayo de ese año sufrió un infarto del que no recuperó el habla, más tarde otro ataque le paralizó la mitad del cuerpo. Ese mismo año concluía la guerra civil y nacía su hija dilecta: la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, la URSS. Moría apenas empezado 1924, tuvo tiempo en su agonía de ensalzar a su heredero. Mal que le pese a los endulzadores de su imagen, Lenin eligió a Stalin para continuar su obra.
Lenin aplica al pie de la letra el principio de "cuanto peor, mejor", que en criollo se trata de ganar con el río revuelto y si no está revuelto, tratar de que se revuelva a la fuerza. 150 años después de su nacimiento, el comunismo que tan meticulosamente gestó sigue siendo una pesadilla de la que la humanidad no logra despertar. Lo más notable del pensamiento comunista que opera en las democracias del mundo es que son impermeables a esta evidencia empírica. Les horrorizan las fotos del Holocausto pero son inmunes a las de crímenes comunistas, y eso que abundan, ¡eh! Las imágenes de los desesperados que se lanzan a la voracidad de los tiburones para huir de Cuba, los tiros a la espalda de quienes cruzaban el Muro de Berlín, Holodomor, los Gulags, nada los hace cambiar de opinión. Lo que es peor, se han parapetado en las estructuras de educación de modo tal que ningún niño o adolescente tendrán jamás la menor información acerca de estas atrocidades.
El fracaso colosal del comunismo no hizo mella en el discurso político imperante. Tal es el triunfo de Lenin que la crisis mundial por la pandemia se gestiona a base de recorte de libertades y de economía planificada. Gracias a la enorme legitimación de la izquierda en lo que eufemísticamente llamamos “progresismo” la nefasta permanencia del pensamiento de Lenin es la que se hace con la razón, aunque la realidad se oponga.