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La mayor goleada de la historia

El baúl de los recuerdos. La Selección argentina se despachó con un fantástico 12-0 sobre Ecuador en el Sudamericano de 1942. Hubo cinco tantos de José Manuel Moreno y cuatro de Herminio Masantonio.

Cada domingo, las tribunas de las canchas argentinas se mostraban abarrotadas. Eufóricas multitudes se asombraban por el fulgor de estrellas que hacían que el cielo futbolístico brillara en estas latitudes más que en cualquier otro punto del planeta. Eran días de jugadores espectaculares y equipos emblemáticos. En aquellos viejos y buenos tiempos, la Selección se paseaba triunfal en todo el continente. Y cada éxito iba acompañado por una catarata de goles, como los 12 que en el Sudamericano de 1942 los albicelestes le propinaron a Ecuador para hacer realidad la mayor goleada de la historia.

Cinco tantos de ese fenómeno eterno que fue José Manuel Moreno y cuatro del implacable artillero de Huracán Herminio Masantonio resultaron las notas salientes de esa jornada en la que el Seleccionado que dirigía El Filtrador Guillermo Stábile -gran definidor de otras épocas- no tuvo piedad del conjunto ecuatoriano. Había mucha diferencia de potencial entre uno y otro equipo: Argentina disfrutaba del período más exitoso de su historia y su rival hacía apenas tres años que había empezado a competir en el torneo que hoy se conoce como Copa América.

Esa falta de equivalencias era imposible de disimular en ese entonces. Salvo por los imponderables que siempre hicieron del fútbol un deporte de una atrapante imprevisibilidad, ganaban los mejores. Aun con el permanente espacio vital para la irrupción de algún resultado sorpresivo, se antojaba muy difícil vulnerar a aquel elenco argentino que estaba tan habituado a los festejos. De hecho, la década del ´40 quedará para el recuerdo como el pasaje de mayor supremacía albiceleste en el ámbito continental.

La Selección que jugó el Sudamericano de 1942 contaba con estrellas de un inusitado fulgor.

LA ERA DORADA

La cosecha era abundante, abrumadora… Argentina se quedó con los Sudamericanos de 1941 y 1945, ambos disputados en Santiago, Chile, con el de 1946, celebrado en Buenos Aires, y con el de 1947, que se desarrolló en Guayaquil. Solo se le negó precisamente el de 1942, que tuvo como sede a Montevideo. Cuatro títulos sobre cinco posibles. Así de poderosas eran las huestes de Stábile. Así de maravilloso era el fútbol de este país que, según los diarios y revistas de aquel momento, transitaba su era dorada.

El entrenador del representativo nacional había tomado las riendas en 1939. Tenía un pasado como notable delantero de Huracán en el amateurismo y se había lucido como goleador del Mundial de 1930. Después triunfó en clubes de Italia y Francia y regresó a la Argentina con el prestigio de un auténtico sabio del fútbol. No bien puso sus pies en Buenos Aires, le confiaron la conducción del Seleccionado.

Como si se encontrara en plena etapa de la fiebre del oro, Stábile encontraba piezas de ese metal precioso en prácticamente todos los equipos que animaban las tardes en las canchas argentinas. No era para menos, si en esa década surgió La Máquina, la delantera de River que revolucionó el fútbol nacional, Boca fue bicampeón en 1943 y 1944 con una de sus formaciones más reconocidas hasta el impecable ciclo de Carlos Bianchi en los ´90 y San Lorenzo cautivó en 1946 con una alineación que incluía un trío de ensueño: Armando Farro, René Pontoni y Rinaldo Martino.

Guillermo Stábile, el DT, tenía alternativas de lujo para ocupar cada puesto de la formación titular.

Para tomar dimensión del esplendoroso ciclo que atravesaba el más popular de los deportes en el país, basta con repasar las mil y una alternativas de las que disponía el técnico a la hora de construir los planteles del Seleccionado. Solo con citar los nombres de los atacantes de la época se tiene una cabal dimensión de la riqueza que exhibían los conjuntos de esos lejanos días de la década del ´40.

Había punteros derechos de la estatura de Mario Boyé, Juan Carlos Muñoz, Juan José Maril y Juan Carlos Salvini; entrealas por ese costado como Norberto Tucho Méndez, Moreno, Vicente Capote de la Mata y Farro; centrodelanteros del nivel del Marqués Juan José Ferraro, Masantonio, Pontoni, Ángel Laferrara, Luis Arrieta, Juan Marvezzi, Adolfo Pedernera  y Alfredo Di Stéfano; brillantes entrealas izquierdos como Martino, Francisco Campana y Ángel Labruna y sublimes punteros zurdos como el Chueco Enrique García, Félix Loustau, Manuel Pelegrina y Ezra Sued… Sobraba talento. Stábile tenía que hacer magia. Si hasta usaba a De la Mata y a Pedernera como wines…

Con ellos, más nombres de una jerarquía similar en los puestos de la mitad de la cancha hacia atrás, Argentina gozó de una envidiable cosecha de triunfos. Los cuatro títulos en cinco ediciones del Campeonato Sudamericano fueron los puntos más altos de una campaña que numéricamente hablando se puede resumir en 25 partidos ganados, dos empatados y uno perdido. ¡Uno perdido!

Un lujo: Adolfo Pedernera, Herminio Masantonio y José Manuel Moreno en la misma delantera.

Lamentablemente, nada de eso pudo trasladarse al ámbito de la Copa del Mundo. La Segunda Guerra paró la pelota en gran parte del planeta y la criatura engendrada por el dirigente francés Jules Rimet no vio en acción a algunos de los mejores jugadores que pasaron por las canchas argentinas.

UN FESTIVAL DE FÚTBOL OFENSIVO

El tumultuoso contexto mundial hizo que el Campeonato Sudamericano se llevara a cabo con una frecuencia vertiginosa. Hubo casi una edición por año. Las oportunidades de alzarse con un título se renovaban con inusitada rapidez. Y Argentina se abrazaba a ellas con determinación. Por eso, tras ganar en marzo de 1941 en la capital chilena puso la mira en el certamen que iba a disputarse a principios del ´42 en Montevideo.

A suelo uruguayo arribaron las estrellas de Stábile con su inagotable sed de victorias. El técnico introdujo algunas modificaciones en el plantel porque no era fácil ese rompecabezas celestial que le permitía sustituir a un fenómeno por otro. Debió prescindir de una figura descomunal como Antonio Sastre, un soberbio polifuncional que podía jugar en prácticamente todos los puestos y que había dejado Independiente para dar cátedra en Brasil con la camiseta de San Pablo.

El 11 de enero la Selección inició su camino derrotando 4-3 a Paraguay con dos goles de Masantonio, uno de Raimundo Sandoval (se destacaba en Platense) y otro de Ángel Perucca, centromedio de Newell´s. Seis días más tarde, Argentina dio cuenta de Brasil por 2-1 gracias a las conquistas del Chueco García y Masantonio. Buenos vientos impulsaban las pretensiones albicelestes

Ecuador recién vivía sus primeras experiencias en el fútbol internacional.

Y para confirmar esa idea, los dirigidos por El Filtrador le dieron vida a una inapelable victoria sobre Ecuador que 82 años después se mantiene como la más abultada en más de un siglo de vida del Seleccionado nacional. El 22 de enero en el estadio Centenario, Argentina fue impiadosa con un adversario que a esa altura tenía una escasísima experiencia internacional: participaba por tercera vez en el Sudamericano y hasta entonces solo sabía de derrotas.

Decir que Stábile apeló a lo mejor que tenía en el plantel para ese partido implicaría ser redundante. Cualquier combinación de apellidos a los que hubiese recurrido habría asegurado una calidad excelsa. Pero sí: la conformación del equipo invitaba a ponerse de pie y aplaudir hasta que las palmas de las manos se cubrieran de un encendido tono rojizo.

Es cierto que en aquellos días el sistema táctico predominante era la WM nacida en Inglaterra en 1925, pero los medios gráficos -y también el público- continuaban nombrando a los integrantes de los equipos con la vieja fórmula del 2-3-5 de los años ´10, ´20 y ´30. Esa costumbre le otorgaba una rítmica personalidad a cada línea, delimitada por una pausa que en diarios y revistas tenía forma de punto y coma y que permitía agregarle cierto carácter a cada sector.

Los once, según esa tradicional notación, fueron Sebastián Gualco (Ferro); José Salomón (Racing) y Víctor Valussi (Boca); Gregorio Esperón (Platense), Perucca (Newell´s) y José Ramos (River); Juan Carlos Heredia (Rosario Central), Pedernera (River), Masantonio (Huracán), Moreno (River) y El Chueco García (Racing).

A Moreno todavía le decían El Fanfa. Después de su paso por el fútbol mexicano se convirtió en El Charro.

En la cancha, el dibujo era un 3-4-3, con Esperón integrado a la defensa y en el medio se establecía lo que se conocía como cuadrado mágico, con Perucca y Ramos más retrasados y con Pedernera y Moreno -gran sociedad surgida en la década anterior en el equipo millonario- bien cerca de los tres atacantes netos. Sí, a Pedernera, eximio centroatacante y con un pasado de imparable puntero, se le hacía lugar entre los titulares en cualquier circunstancia. Y Moreno regresaba a su antigua ubicación de entreala izquierdo, a pesar de que en su club se movía por la derecha.

Más allá de estas cuestiones, a la Selección no le costó demasiado imponer condiciones contra los voluntariosos ecuatorianos. Apenas 120 segundos después del pitazo inicial del árbitro chileno Manuel Soto, El Chueco puso en ventaja a los albicelestes. Antes del final del primer tiempo, Moreno se despachó con cuatro tantos y Pedernera con uno para darle forma a un 6-0 que exponía con cuantitativa precisión la diferencia entre uno y otro equipo.

Un detalle anecdótico: a pesar de que para todo el mundo José Manuel Moreno fue El Charro, en aquellos tiempos aún no había sido ungido con ese apodo. Se lo conocía como El Fanfa. Su desbordante personalidad lo llevaba a excesos tales como, con apenas 18 años, vociferar: “Ese no me puede parar. Es muy feo para nosotros”. Aunque se antoje insólito, pronunció esas palabras minutos antes de su debut en la Primera de River contra Vasco da Gama en un amistoso. Esa confianza en sí mismo lo hizo merecedor de ese apelativo que perdió por goleada con el que lo inmortalizó en la cultura popular cuando en 1946 regresó de su paso por el fútbol mexicano. Desde ese momento, y para siempre, se habla del Charro Moreno.

Masantonio aportó cuatro goles en esa contundente victoria argentina.

En el complemento apareció en escena Masantonio, el guapo goleador de Huracán, y con cuatro tantos hizo todavía más grande la brecha en el marcador. Perucca, quien con el paso del tiempo fue conocido como El Portón de América por sus dotes para recuperar pelotas en la mitad de la cancha, le puso la firma al 11º y Moreno cerró la cuenta. ¡12-0!

El Gráfico dejó establecido en sus páginas que Argentina no le faltó el respeto a su rival.

RESPETO POR LOS RIVALES

“El team argentino dejó establecido un récord: nunca en un Campeonato Sudamericano se había definido un partido por 12 goles a 0, score que arrojó el match de nuestros jugadores con los de Ecuador”, relató la revista El Gráfico luego del partido. Esa publicación dejó sentado un fuerte argumento para destacar tanto la excelente producción de los hombres de Stábile como el respeto que mostraron por los rivales.

“Esa goleada récord provocó algunas críticas, que calificaron como una burla la actitud de los futbolistas argentinos. Hay un error evidente en esa interpretación. Burla hubiera sido pasear a los rivales, ponerlos en ridículo con gambetas y pases. En ese partido el conjunto blanquiceleste actuó con toda seriedad, tal como lo hizo contra todos sus otros rivales del campeonato”, aclaró.

El Gráfico justificó su interpretación con un simple argumento: “Eso significa mirar al adversario con respeto. Había que atender a la armonía del equipo y los goles fueron sucediéndose por incapacidad de los ecuatorianos, correctos deportistas que no se sintieron menoscabados por el abultado score en contra, sino que, por el contrario, hallaron en ello un motivo para superarse en lo sucesivo, evitando que esas cifras se repitan”.

Ángel Perucca en la tapa de El Gráfico. Se lo conocía como El Portón de América.

SUBCAMPEONES

Al margen de haber consumado un triunfo tan claro, Argentina no terminó festejando en el Sudamericano de 1942. En su siguiente partido le ganó 3-0 a Perú con un tanto de Milonga Heredia -padre de Juan Carlos Milonguita Heredia, quien en los ´70 jugó en el Barcelona- y dos del Fanfa Moreno. Luego se produjo un empate sin goles con Chile y en la última fecha el equipo se encontró con Uruguay, en una suerte de final por el título.

Ese 7 de febrero, los celestes se impusieron 1-0 con un gol de Bibiano Zapirain y se quedaron con el título. Fue el único festejo de esa década para los vecinos rioplatenses, que ya tenían en sus filas a Obdulio Varela, El Negro Jefe, uno de los actores principales de esa epopeya uruguaya que tiene nombre propio: El Maracanazo. Argentina acabó en el segundo puesto, con 9 puntos, tres menos que los campeones. Aunque no tuvo final feliz, al menos ese torneo dejó instalada en los archivos la mayor goleada histórica de la Selección. 

LA SÍNTESIS

Argentina 12 – Ecuador 0

Argentina: Sebastián Gualco; José Salomón, Víctor Valussi; Gregorio Esperón, Ángel Perucca, José Ramos; Juan Carlos Heredia, Adolfo Pedernera, Herminio Masantonio, José Manuel Moreno, Enrique García. DT: Guillermo Stábile.

Ecuador: Napoleón Medina; Romualdo Ronquillo, Félix Leyton Zurita; Arturo Zambrano, Luis Mendoza, Manuel Sempértegui; Marino Alcivar, Pedro Acevedo, Guillermo Gavilanez, José María Jiménez y Enrique Álvarez. DT: XXX.

Incidencias

Primer tiempo: 2m gol de E. García (A); 12m gol de J.M. Moreno (A); 16m gol de J.M. Moreno (A); 22m gol de J.M. Moreno (A); 25m gol de Pedernera (A); 32m gol de J.M. Moreno (A). Segundo tiempo: 9m gol de Masantonio (A); 17m Celso Torres por Zambrano (E); 20m gol de Masantonio (A); 23m gol de Masantonio (A); 25m gol de Masantonio (A); 26m José Herrera por Gavilanez (E); 43m gol de Perucca (A); 44m gol de J.M. Moreno (A).

Estadio: Centenario (Uruguay). Árbitro: Manuel Soto, de Chile. Fecha: 22 de enero de 1942.