Por Pedro Cornelio von Eyken *
Nuestro país es muy propenso a generalizaciones que suelen conllevar injusticias. A partir de algunos casos con aspectos negativos se crean convicciones o teorías de aceptación universal y obligatoria. Ese grave defecto no solo puede causar daño moral a personas e instituciones, sin pruebas fehacientes que sostengan esas convicciones o teorías. También llevan agua al molino macartista de ciertas organizaciones y hasta sirven para justificarlas.
En mayo de 2020 se suscitó una fuerte controversia con un sector de la colectividad judía cuando se difundió la posible intención oficial de estampar el rostro del Dr. Ramón Carrillo, reconocido médico sanitarista y ministro de Salud Pública del primer gobierno de Perón, en un billete de alta denominación de nuestra moneda. Quienes reaccionaron molestos le adjudicaban a Carrillo su pertenencia al nazismo o una gran simpatía por ese execrable movimiento político alemán del siglo XX, responsable del Holocausto y de la II Guerra Mundial.
Un nieto del sanitarista reaccionó, ya que no había pruebas de que su abuelo fuera nazi ni de que hubiera expresado una adhesión explícita hacia los seguidores de Adolfo Hitler. El nieto aclaró que había una placa entregada por el Estado de Israel en 1949 a Ramón Carrillo y eso desmentía algunas cosas. Un referente de la colectividad judía dijo enseguida que no adhería a esas críticas, se reunió con el descendiente de Carrillo y todo acabó. En 2020 gobernaba el país el justicialismo y el propio ministro de salud pública de entonces salió en defensa de la figura del padre del sanitarismo argentino.
Yo no tuve esa suerte un año antes cuando me desempeñaba como embajador en Haití. El 29 de mayo de 2019 publiqué un tuit que saludaba al Ejército Argentino en su día, "como hijo de un oficial alemán de la II Guerra Mundial". Durante dos días nadie en Twitter expresó molestia por el tuit. Recién el 31 de mayo cuatro medios gráficos de alcance nacional, tres oficialistas y uno de la oposición, publicaron notas sin firma en las que condenaban mi tuit como exaltación del nazismo. Mencionaban el "estupor" del citado referente de la colectividad judía por los dichos del embajador argentino en Haití. Uno de los medios, de gran tirada y difusión, incluyó en su nota dos mentiras objetivas sin asidero real: primero, que "los oficiales del ejército alemán durante la II Guerra Mundial pertenecían, sin excepción, al aparato de exterminio nazi". La segunda falsedad era que el suscripto era un personaje controvertido que mantuvo enfrentamientos públicos "con el canciller Héctor Timerman durante su gestión en el gobierno de Cristina Kirchner". Más adelante, en otro artículo, una periodista de ese medio agregó que durante el kirchnerismo yo había sido aplaudido por mis colegas porque le envié al canciller Héctor Timerman "una dura carta, que hizo pública, en la que se quejó por el uso político de la cancillería y la arbitrariedad en el manejo de los premios y castigos".
Vamos por partes. Sobre la primera falsedad, ese gran diario argentino cometió un error histórico de proporciones. Ni todos los oficiales alemanes eran nazis ni todos estuvieron comprometidos en el Holocausto. Hitler tuvo fuerte oposición entre sus oficiales de las fuerzas armadas, sobre todo los provenientes de la nobleza, a muchas de sus decisiones. La resistencia alemana al nazismo no se reducía al ámbito militar; abarcaba diversas áreas, también la cultural. De ello existe nutrida bibliografía, por ejemplo, el libro "Defying Hitler. The germans who resisted nazi rule", de Gordon Thomas y Greg Lewis. En sus 500 páginas se da cuenta documentada de la oposición al nazismo en varios campos. Los ejecutores del Holocausto fueron, mayoritariamente, los miembros de las SS, encargados de la custodia de Hitler y del genocidio judío. Hubo oficiales de carrera militar que apoyaron el Holocausto pero eran minoría. Mi padre, comando paracaidista que no había cumplido los 18 años cuando Hitler invadió Polonia ni los 24 cuando Alemania se rindió, no fue uno de ellos. No hay pruebas de su participación en el exterminio. No figura en las listas de Simón Wiesenthal.
El diario La Prensa, el Centro Wiesenthal de Buenos Aires, la AMIA y el embajador de Israel de entonces no se pronunciaron sobre mi tuit. Tampoco las autoridades israelíes, según me informaron mis colegas.
Respecto de la carta a Timerman que mencionó la periodista del multimedios, no existió. Sólo envié una carta, que se hizo pública el 19 de noviembre de 2015, a la secretaria de coordinación y cooperación de la Cancillería, en la que me quejaba del sistema de premios y castigos. Nada más.
Cuando se publicaron las notas de prensa la Cancillería ordenó por cable que me disculpara con el presidente de la ONG de la colectividad judía y el Jefe del Ejército Argentino. Envié dos extensos mails en los que lamentaba el daño que mi tuit había provocado. Visto en perspectiva tres años después, admito que la frase final del tuit fue un error lamentable. Pero no pedí disculpas -ni lo voy a hacer- por haber mencionado a mi padre, un oficial de carrera que no fue nazi ni criminal de guerra. Agrego algo que no se difundió en 2019, aunque la Superioridad lo sabía: el jefe del Ejército Argentino se tomó dos horas, el mismo día, para responderme. En siete renglones reaccionó de manera muy distinta del referente político de la colectividad judía pero no hizo pública mi nota ni la suya, una opción digna que debe respetarse. Otro medio oficialista de difusión digital publicó varias notas firmadas sobre mi tuit, en junio de 2019, con fotos de Hitler y campos de concentración. Su autor me explicó que era "profesor de historia". Abonaba que todos los oficiales alemanes eran criminales de guerra.
La presión de la prensa y de algunos referentes de la colectividad sobre mi condición de "nazi", cartas de colegas míos de origen judío exigiendo mi salida de Haití (y un silencio de radio del resto), motivaron un memorándum de la Superioridad según el cual yo no era confiable ni idóneo para representar al país en el exterior. Todo ello habrá convencido al Presidente de firmar mi decreto de regreso al país. Un presidente cuyo ballotage triunfal yo había fiscalizado por Cambiemos en noviembre de 2015. No tuve sumarios, ni denuncias, ni causas penales. Quizá porque no había ninguna prueba de la difamación, que fue una de las razones por las que pedí mi retiro del servicio exterior activo en marzo de 2021, sin una mancha en mi legajo de casi 38 años.
Las generalizaciones suelen ser injustas y causar daño moral pero los ojos están delante de la cabeza. Hay que mirar hacia adelante y al futuro.
* Doctor en ciencias políticas y diplomático retirado.