La figura de David Viñas adquiere una relevancia única en las letras argentinas por su originalidad. No se destacó como literato, su nombre no aparece en los primeros lugares de la profusa y prominente lista de poco más de dos siglos de ficción nacional, sino como crítico desde donde supo crear un estilo propio y singular, que alcanzó ya en vida, y se agigantó más aún de manera póstuma, un reconocimiento internacional que lo llevó a dar charlas y conferencias por el mundo y dictar clases en diferentes universidades.
A tal punto, que el Golpe de Estado de 1976 lo encontró en otro país, Estados Unidos, y no pudo retornar a la Argentina porque su vida corría peligro, una amenaza de la que no pudieron salvarse sus hijos, María Adelaida y Lorenzo Ismael, que fallecieron años después.
Pero su voz y su visión caleidoscópica, aunque lejana durante el infame período, nunca se calló y continuó con su vasta producción como articulista. El libro Trastornos en la sobremesa literaria (Fondo de Cultura Económica, 312 páginas) compila gran parte de su obra, que resulta fundamental para tener otra mirada diferente sobre obras y personajes de la literatura argentina, así como de la política y otros estamentos del país.
El legado de Viñas (1927-2011) tiene una impronta integral, sus ensayos analizan textos y autores, como cuando trata la figura del militar escritor, a quien le reconoce valía en su pluma y encuentra puntos de contacto en sus producciones como para erigirlo en un género literario. Allí ubica las instantáneas de Eduardo Gutiérrez, donde se describe la cotidianeidad en las campañas alejadas de las urbes. Pero a quien le reconoce más mérito es a Lucio V. Mansilla por la eficacia de su retórica.
Sus artículos también atesoraban notas de color, instantáneas callejeras o eventos de prosapia. Describe así a la sociedad victoriana montevideana de principios del siglo XX. Azuza desde sus líneas al redescubrimiento de las tertulias aristocráticas rioplatenses para desempolvar escándalos de la época.
Con sus ensayos Viñas fue uno de los primeros en teorizar sobre los relatos de viaje de formación intelectual -género que también integra Mansilla- en las letras argentinas, donde se detiene en especial en la obra de Sarmiento, aunque en ese grupo también suma a Cané y Alberdi. Pero brinda mayor originalidad a su análisis cuando incluye en esta fracción a Rayuela, donde sostiene que Cortázar invierte la figura del “homo viator”, de regreso al país con intenciones disímiles a las educativas.
EL ESTILO
Su prosa esgrime un estilo rupturista, plagado de neologismo y embebido en el “collage literario”, con imágenes fraccionadas, y préstamos lingüísticos extranjeros, como cuando habla de una “amelcochado refugio”, o cuando se refiere a “dandismos castrenses” o “criticismos”. Viñas no busca dinamismo o agilidad en su prosa, más bien barroquismo, con un uso de la puntuación poco convencional, con yuxtaposición de términos y conceptos, para desechar formalismos y con juegos de palabras humorísticos.
Al referirse al Facundo de Sarmiento en sus artículos retoma la polémica sobre si esa obra romántica fundacional de la literatura argentina es una novela o un ensayo. Argumenta y ejemplifica con agudeza el híbrido de los géneros que se advierte en el trabajo del ex presidente y pone de relieve por su contexto el alcance de un texto fundamental.
Sobre el padre de la educación pública nacional también analiza su función como crítico literario, además de su jubilación de la escena pública. Así, habla del “último Sarmiento”, el político desplazado de la mesa chica de las decisiones patrias, y del crítico encendido desde las páginas periodísticas, que cuestiona sin pelos en la lengua a los funcionarios de la época, denuncia arreglos espurios de la “casta” dirigencial. En el plano de las letras, Viñas asegura que el inquieto escritor en su crepúsculo deja de atacar el “inmoralismo criollo” para enfocarse en las “bárbaras costumbres” de los inmigrantes.
En este análisis referido al escritor que viajó de joven por el mundo, que siempre tuvo una mirada europeizante, e incluso que hasta siendo Presidente contrató a maestras estadounidenses para impulsar nuestra educación, muestra Viñas su mirada humorística, atento a las ironías del destino, a las incongruencias entre lo que se dice y se hace. Esta visión crítica y risueña se percibe en varios de sus trabajos porque, como dijo Pirandello en El humorismo, “El humorista en lugar de presentar a un personaje en su máxima coherencia se divierte mostrando sus discordancias. El artista común se ocupa sólo del cuerpo, el humorista a veces se preocupa más de la sombra que del cuerpo".
ETIMOLOGIAS
No obstante, en otro de sus artículos reconoce a El matadero como “el texto fundacional” de la literatura nacional -no hay discusión al respecto- pero además lo señala como su “cuento favorito” -esto sí se presta a debate ya que la mitad de la biblioteca la considera novela o en su defecto nouvelle o novela corta-. El mérito lo reúne, no sólo su condición de inaugural, sino también por considerar los espacios porteños -el suburbio, más precisamente el que años más tarde inmortalizó y universalizó Borges con su Fervor de Buenos Aires- y por poner en movimiento un taciturno lenguaje, algo de lo que siempre se ocupó Viñas en sus novelas y ensayos, atento a las etimologías y los neologismos como así también a las laxitudes gramaticales.
Pero más allá de las reflexiones sobre determinados escritores, el libro cuenta con otras dos partes. En la sección denominada “Transversales” el dramaturgo encuentra puntos de contacto entre diferentes obras y personajes, como cuando establece violaciones en dos textos románticos y fundacionales: Amalia (con la irrupción mazorquera) y El matadero (con las vejaciones al joven unitario). Y bajo esta temática se anima a incluir y antagonizar los trabajos de Borges y Cortázar.
Pero Viñas no se detiene en las producciones literarias, también reflexiona y cuestiona a personajes históricos. Encuentra una dualidad en Mariano Moreno, de quien asegura que oscila entre el enmascaramiento y la reparación, en la referencialidad a la monarquía y el rescate de los indios. Y compara con audacia la pareja presidencial que compusieron Eva Duarte y Juan Domingo Perón, con la literaria de Jorge Luis Borges con Victoria Ocampo, quienes dieron forma a la revista Sur.
“Enfoques” es la segunda sección del libro donde se compilan artículos en los que el crítico se concentra en algunas figuras que destaca como elementales de la literatura y la política nacional. El último segmento es “Anatomías”, donde Viñas reflexiona sobre la figura del intelectual y sobre algunos modelos en torno a los cuales piensa en su propia trayectoria como escritor y crítico.
Pero Viñas también se analiza y crítica a sí mismo. Cuenta los entretelones de la producción de una de sus novelas: Claudia conversa. Confiesa que su punto de partida fue convertirse en una mujer, y que su trabajo se asemejó al de un actor que interpreta ser algo que no es. En su interpelación, como un espejo, reconoce las dificultades del caso por el espesor de la educación machista recibida en colegios de curas y militares. Reconoce la evocación, para la composición de la narradora, de las diferentes mujeres de su vida como su madre, Esther, o su hija, María Adelaida.
De esta forma, Viñas se distanció de Gustave Flaubert, quien sostuvo que para crear a Madame Bovary debió meterse en la piel de personaje y sentir como ella, y, aunque en discusión, al consultarle en quién se inspiró, pronunció la repetida frase: “Madame Bovary soy yo”.
Los textos de Viñas son auténticos ensayos, aunque en forma de artículos, que sirvieron de inspiración y punta de lanza para arduos estudios. Su obra es fundamental y piedra filosofal de las letras nacionales.