El español Juan Manuel de Prada acaba de publicar en su país una monumental novela de 800 páginas, que es la primera parte de un ciclo que se completará el año próximo con un volumen de la misma extensión. En total unas 1.600 páginas de un ambicioso proyecto que ya ha sido bendecido por el interés de los lectores y la admiración de buena parte de la crítica de la península.
Mil ojos esconde la noche es el título general de la obra, que en su parte inicial lleva el subtítulo de La ciudad sin luz. La ciudad es París bajo la ocupación nazi entre 1940 y 1944, y los protagonistas integran la nutrida y variopinta comunidad de artistas españoles radicados allí tras el estallido de la guerra civil de su patria.
Quien narra es Fernando Navales, el mismo de Las máscaras del héroe, la excelente novela con la que un De Prada veinteañero deslumbró al panorama literario español en 1996.
Mil ojos esconde la noche (Espasa, 800 páginas, sin publicación prevista de momento en la Argentina) viene a ser la continuación de aquella historia que había quedado interrumpida en el comienzo de la guerra civil.
La idea del autor, largamente postergada, había sido proseguir el relato hacia el período del conflicto fratricida. Pero el contexto político y cultural de la España de hoy lo obligó a dejar para más adelante esa idea políticamente incorrecta y pasar directamente a los años de la Segunda Guerra Mundial.
UN RESENTIDO
La razón es que Navales encarna a un escritor falangista bilioso y resentido, un “saco de pus”, fiel ladero de José Antonio Primo de Rivera en los “años de plomo” que ahora malvive en la capital francesa, donde debe cruzarse y coexistir con diferentes figuras culturales del bando derrotado por Franco en 1939.
Contra ellos Navales dirige su peculiar inquina, que no perdona a nadie, sobre todo a los arribistas que, por necesidad o conveniencia, no dudaron en subirse al carro del vencedor y ganar posiciones en desmedro de los militantes originales del falangismo ahora dominante.
Este elenco lo integran, entre muchos otros, Picasso, Gregorio Marañón, María Casares, César González Ruano, Ana de Pombo, la poetisa Ana María Martínez Sagi (una vieja conocida a la que De Prada dedicó dos libros anteriores), el comisario Pedro Urraca y el embajador José Felix de Lequerica. La novela, aclara el autor, hilvana una historia imaginaria pero poblada de personas y acontecimientos de rigurosa veracidad histórica.
De Prada (Baracaldo, 1970) se internó durante años en los archivos franceses para rastrear, entre fichas policiales y documentos diplomáticos, la suerte de la colonia de emigrados españoles asentada en París a partir de 1937. Asegura que de esos legajos polvorientos -mayormente ignorados por los investigadores- salió la materia prima de su obra, que los primeros críticos y él mismo han calificado de “quevedesca”, “esperpéntica” y “barroca”.
La experiencia, enriquecedora desde el punto de vista literario, iluminó a De Prada sobre muchas de las manipulaciones o distorsiones del pasado de su país, de cuya historia ha dicho que “tal y como la presentan hoy, es una inmensa montaña de mentiras”. Lo expresó en referencia a las trampas de los “relatos” edulcorados que dividen tajantemente entre “buenos” y “malos”, olvidándose de todas las categorías intermedias, más acordes con las debilidades propias de la naturaleza humana.
COLABORADORES
De eso justamente trata la novela. A través de Navales, el “antihéroe” que aporta la voz narrativa de la obra, De Prada muestra cuál fue el comportamiento real de los exiliados republicanos en un territorio ocupado por los nazis y en constante conexión con el régimen franquista.
El autor ha sido categórico en las varias presentaciones públicas del libro disponibles en Internet. “Todos los artistas españoles en París colaboraron con las actividades culturales de Falange”, afirmó más de una vez. Ya fueran comunistas, socialistas, anarquistas o liberales-conservadores como Gregorio Marañón, uno de los más grandes intelectuales españoles de su tiempo, y la bestia negra de Navales en la novela.
De Prada ha recordado que Marañón (1887-1960) se contó entre los máximos adalides de la Segunda República en los años previos a la guerra civil, siempre desde posiciones liberales. Una vez iniciado el conflicto llegó a conocer los horrendos crímenes perpetrados por los “rojos” en el territorio bajo su poder, y se vio obligado a firmar manifiestos y emitir proclamas con las que no estaba de acuerdo. Atemorizado y defraudado por un sistema político que no coincidía con lo que él había defendido, a principios de 1937 partió al exilio en Francia.
Tras la victoria del bando nacional, Marañón no tardó en acercarse a los ganadores afincados en el país galo, con quienes colaboró sin tapujos y de manera explícita, al igual que -insiste De Prada- todos los otros exiliados republicanos de nota.
Pero con el paso de las décadas Marañón vino a representar una supuesta “tercera” España, ni “roja” ni “facha”, que jamás existió en la realidad, y que sólo cobró vida gracias a la imaginación de quienes pretendieron embellecer su pasado e imponer un adulterado “relato” maniqueo.
Esto De Prada pudo verificarlo escarbando en archivos y hemerotecas francesas y españolas, donde encontró artículos y conferencias de aquel tiempo en los que Marañón, por ejemplo, descartaba explícitamente la división entre “demócratas” y “fascistas” con la que más tarde, y hasta el día de hoy, habría de explicarse el enfrentamiento desatado con la guerra civil.
Marañón lo sabía porque él mismo, un liberal intachable, se incorporó sin ningún reparo al bando franquista, donde coexistían carlistas, monárquicos, democristianos, falangistas y, desde luego, fascistas en toda la regla. Bajo esa condiciones el gran intelectual pudo regresar a su patria hacia el otoño boreal de 1942, al año siguiente del que señala el fin de la primera parte de Mil ojos esconde la noche, que transcurre principalmente en 1940 y 1941 (la segunda parte llega hasta 1944).
ESFUERZO
“Dejé la piel” en el libro, afirmó De Prada refiriéndose al exigente esfuerzo que le representó dar vida a los incontables personajes que desfilan por sus páginas, y sostener el estilo y la voz del narrador antipático y resentido, que es el lente deformante a través del cual los lectores se acercan a la época y a sus protagonistas.
Lo escribió a mano y con bolígrafo, según es su costumbre en obras de ficción, hasta el punto de hacerse callos y heridas en algunos de los dedos de la mano derecha. Las partes concluidas las fue copiando en computadora su padre, don Pedro de Prada Casas, quien desde el primero de sus libros ha cumplido esa tarea caritativa y casi heroica.
De Prada suele usar la computadora para escribir sus punzantes artículos de prensa en el diario ABC y, conociendo en la práctica los dos métodos, se decanta por la variante manuscrita.
“Como escribir a mano es un acto mucho más físico y desde luego más lento, la cantidad de ideas que fluyen a tu mano es mayor -declaró días atrás en una entrevista con la revista digital Zenda-. En mi caso, siendo un escritor que gusta de usar imágenes: la metáfora, la hipálage, la metonimia, el adjetivo insólito… todo eso acude con mayor fluidez y frescura en la escritura a mano. La escritura a mano es mucho más poderosa que a máquina, que en mí termina siendo una escritura diferente, más expeditiva”.
Un aparente gesto anacrónico, según algunos. Pero algo nada sorprendente viniendo de un escritor católico y tradicional, un lúcido crítico del liberalismo, el progresismo, la “demogresca” y los “derechos de bragueta” que promueve en todo el mundo la “plutocracia” imperante. Y además lector ferviente de la obra del padre Leonardo Castellani, al que considera uno de sus maestros y de quien dice que le cambió la vida cuando lo descubrió gracias a la recomendación de un amigo argentino y, curiosamente, liberal.
“Me he propuesto escribir los libros que necesito escribir, sin ningún tipo de respeto humano, sin aceptación de las convenciones y sin deseo de halagar al público ni nada parecido”, expresó en Madrid durante una de las presentaciones públicas de su última novela, según lo que publicó el diario ABC.
Desconfiado del éxito mundano a pesar de haber obtenido prestigiosos galardones literarios, como el Planeta o el Biblioteca Breve, también se enorgullece de eludir las impostadas prescripciones del mundillo literario actual, dominado por el progresismo globalista.
“Hoy en día la sociedad literaria ha desaparecido...y lo que hay son unos mandarines que apacientan a gentes gregarias y les hacen decir que escritores mediocres de segunda fila son los grandes maestros de la literatura española -protestó-. Sé que nadie lo va a decir y lo he apartado de mi horizonte de escritor. Si quisiera dar un puñetazo en la mesa habría escrito una novela trans, con tíos que se mutilan... Humillarse a las condiciones y al halago de esta época no tiene sentido”.