Cultura
R. CALDERÓN BOUCHET VIO LOS PROCESOS HISTÓRICOS CON LOS OJOS DE LA FE

La historia desde la teología

POR IGNACIO BALCARCE

Sin entrar en dilatadas consideraciones, anunciemos la complejidad del saber histórico. No sólo se trata de registrar los hechos del pasado sino de interpretarlos y valorarlos, lo que exige dominar un conjunto de variadas disciplinas.

Calibrar el peso justo de los acontecimientos, identificar las causas y los motivos, inferir efectos y consecuencias, comprender personalidades, ubicar los hechos en un contexto particular pero saber enmarcarlos en un proceso global, entre otras muchas cosas, le demandan al historiador diversos conocimientos que atraviesan la geopolítica, la economía, la sociología, la psicología. Pero deben anclarse en ciencias más profundas, me refiero a una sólida metafísica con desarrollo antropológico, ético y político, y por supuesto, en una teología de la historia, que conecta los eventos terrenales con la dimensión sobrenatural que contiene toda la realidad existente.

Todo acontecimiento se analiza en un contexto político-cultural, pero inserto en un marco más amplio, ya que todo hecho ocurre dentro de un despliegue histórico que obedece al designio de Dios para la totalidad de la humanidad.

En estas condiciones es la teología de la historia el saber que presta las herramientas eficientes y adecuadas para dimensionar los eventos y captar la orientación espiritual de los actores en juego. Tengamos presente que la realidad no se agota en el realismo fáctico, de los hechos, sino que incluye un realismo metafísico y sobrenatural que son los que ofrecen la perspectiva amplia para entender la realidad.

De hecho, sin un designio divino realizado para la totalidad de la humanidad ni siquiera habría una unidad que constituya lo que llamamos Historia Universal. Por eso las interpretaciones ideológicas de la historia son deformaciones incoherentes y secularizadas de la historia cristiana.

ILUMINISMO

Lamentablemente, impera la historiografía iluminista. Universidades, escuelas, manuales de historia, reproducen una interpretación ideologizada que es hegemónica y carece de todo realismo.

Una matriz de pensamiento que puede adoptar distintos rostros que parecen discrepar entre sí pero que todos ellos obedecen a una misma lógica de fondo: evitar el anclaje trascendente del hombre y la historia, y la irrupción de lo eterno en el tiempo, para regenerarlo en la gracia.

Chocamos con diversas escuelas y perspectivas historiográficas, cada una con sus sesgos hermenéuticos y sus enrevesadas dialécticas, que se presentan como saber riguroso y científico; tesis historicistas, progresistas y evolucionistas, que pretenden imponerse como sentido común, mezclando los planos técnicos con lo antropológico y moral, en una gran maraña de confusión.

Hay que advertir que sólo desde obtusos disparates gnósticos se puede sostener una historia inmanente y autosuficiente que con leyes inexorables avanza hacia estados de mayor libertad y conciencia, a través de instituciones más democráticas, superando las instancias religiosas en una racionalidad creciente que presume poder instalar la paz perpetua o fundar un paraíso en la tierra. Para evitar estos disparates que embotan la inteligencia proponemos la lectura de Calderón Bouchet.

SU OBRA

Recientemente Ediciones Nueva Hispanidad ha publicado las obras completas de don Rubén Calderón Bouchet (1918-2012), agregando a los títulos publicados en su momento por Dictio y Huemul, una compilación de artículos y ensayos, diferentes cursos y hasta algunos escritos inéditos.

El hombre de Chivilcoy, luego asentado en Mendoza, vinculado a Guido Soaje Ramos y Alberto Falcionelli, desempeñó una vasta labor historiográfica, legando un luminoso material que permite comprender el mundo actual como descomposición de la civilización cristiana. Dedicó sus mejores esfuerzos a la historia de las ideas políticas y logró describir puntillosamente el mundo moderno -por “moderno” debe entenderse el mundo diseñado por el iluminismo- en contraste con el antiguo régimen, el de las sociedades tradicionales, las jerarquías y las instituciones naturales, donde la religión -primer deber del hombre en la antropología filosófica más elemental- articula toda la vida social, y sobre todo en la ciudad cristiana.

Allí la verdadera religión, custodiada en la única Iglesia del Dios vivo, presente y activo, se complementa con el poder civil para contener al hombre en perspectiva del bien común temporal supeditado a la trascendencia.

Encontramos en la nutrida obra de Calderón Bouchet estudios dedicados a Grecia y Roma, siempre buscando comprender el despliegue de los elementos religiosos en la cultura y su relación con la esfera política; contamos con tres ya clásicos e imprescindibles tomos orientados a trazar el proceso de formación, apogeo y decadencia de la ciudad cristiana; hallamos escritos que estudian con detenimiento las distintas herejías que sacudieron a la Iglesia; valiosas son sus reflexiones en torno a los extravíos islámicos, el cisma protestante y sus consecuencias, y sobre el modernismo, la herejía denunciada por San Pio X a principios del siglo XX que hoy avanza como corrosivo musgo sobre la roca de Pedro.

Luego llegan sus trabajos dedicados al nuevo régimen y el iluminismo, el desarrollo del capitalismo, las oligarquías financieras tomando el poder e imprimiendo un nuevo rumbo axiológico a través de las revoluciones burguesas. En este viraje antirreligioso los hombres no anulan su religiosidad; la desordenan en un grosero antropocentrismo obsesionado con el poder técnico y el crecimiento económico. Rotunda falsificación de la existencia humana.

Lo mejor de Calderón Bouchet reside en la claridad expositiva con que logra confrontar la sociedad tradicional y cristiana con la sociedad emergente del nuevo régimen, basada en la apostasía y los valores económicos.

Evitando simplificaciones y atendiendo a multiplicidad de factores, con profundidad argumentativa y prosa elegante, desnuda la revolución anticristiana que invirtió todos los criterios de vida, afectando las buenas costumbres y desmantelando las redes de solidaridad que tendían a armonizar la convivencia.

CRISIS DE LA IGLESIA

Bouchet detecta los ataques a la verdadera religión, los persigue en sus orígenes y demuestra cómo proliferan. Los vislumbra en sus diferentes aspectos, analiza sus caras y sus trampas, advierte las resistencias defectuosas y los mareos de la Iglesia posconciliar, y convoca a una auténtica contrarrevolución.

Al tergiversarse la doctrina católica tradicional y desintegrarse la relación de mutuo apoyo con el poder político, la religión va ocupando un lugar lateral. La Iglesia se protestantiza, los fieles privatizan la fe, y la doctrina busca no entorpecer los propósitos estatales. Lo relevante y sobrenatural se subordina a los fines inmanentes del gobierno político. En este contexto la religión es una moralina pragmática, al servicio de cierto orden social de objetivos terrenales.

La religión del Dios que se revela y encarna se reduce a una opción subjetiva, mera hipótesis individual que uno puede elegir para hacer su vida más soportable, y no el gran don de Dios a la criatura racional, acorde a su capacidad de alcanzar certezas vía razón y fe, para salvar su alma. Con estos presupuestos la verdad queda relativizada y buscar poder económico deviene en el único proyecto sensato para el hombre. Sin embargo, el católico ingenuo cree estar viviendo su religión en libertad.

DESVARIOS

A nuestro autor le preocupa con urgencia la situación eclesial y sus desvaríos doctrinales.

La Iglesia marca el pulso de la historia al custodiar la verdad revelada y no al pretender montarse en un supuesto proceso cultural que sería la marcha de la humanidad a su fin. En todos sus libros Bouchet deja espacios para reflexionar sobre el desenvolvimiento eclesial frente a las circunstancias históricas, haciendo un gran aporte por desandar el camino de los errores.

Uno de los grandes temas en la obra de Rubén Calderón Bouchet es el de la formación, apogeo y decadencia de la ciudad cristiana.

Visualiza un hilo de ideas nocivas que aturden a la Iglesia Católica desde Lutero, Kant y Hegel, pasando por el racionalismo de Strauss y Renan, la teología liberal protestante de Harnack, Tillich, Bultmann, los católicos modernistas Loisy, Tyrrell y Teilhard de Chardin, pensadores como Bergson y Maritain, hasta los que intervienen en el Concilio Vaticano II e influyen en sus interpretaciones posteriores, con Karl Rahner a la cabeza. Resultado de todo esto es la confusión generalizada que se derrama desde dos vértices: uno teológico y otro político.

Los errores teológicos pasan por querer actualizar el evangelio y reinterpretarlo con arreglo a las ideologías de moda, adulterando el dogma y resignificando la moral. En lugar de interpretar la historia desde la revelación bíblica, se interpreta la biblia desde la historia, socavando la verdad perenne.

En lo político, el nuevo régimen pone a la Iglesia a negociar con modelos anticristianos, hijos del iluminismo. Los católicos fueron renunciando a la doctrina propia y empezaron a buscar diálogo con las expresiones políticas modernas. Promediando el siglo XX tres de ellas se disputaron la hegemonía mundial: demoliberalismo, comunismo y fascismo.

La aviesa democracia liberal, con su sibilino poder destructivo, se alzó victoriosa de aquellos conflictos y la Iglesia fue ajustándose a las nuevas condiciones de juego.

El laicismo y el relativismo pasaron a considerarse grandes virtudes cívicas, factores facilitadores de diálogo y de la masónica fraternidad universal.

La institución de origen divino avaló ser tratada como una sociedad de fomento y que la presentaran al público como una espiritualidad más de las muchas posibles (que los comprensivos y tolerantes liberales permiten).

Renegando de la verdad vinculante que rige para todos, que nos hermana genuinamente y nos libera -y sobre la que todos seremos juzgados-, los cristianos se fueron haciendo buenos demócratas y aprendieron a disfrutar de las comodidades del universo relativista al que ya ni siquiera intenta evangelizarse.

SEMBLANZAS

Junto a las cuestiones que he ido enumerando -que se hallarán mucho mejor explicadas, con detalle y potencia didáctica en la obra del autor-, aparecen capítulos dedicados a desentrañar personalidades complejas y su relación con los sistemas de pensamiento.

Lo hace con delicadeza y acierto en figuras muy diversas, indagando con éxito en los recodos espirituales más abstrusos de hombres cristalinos y ejemplares como en las psicologías mas retorcidas y oscuras; así aparecen semblanzas que esclarecen las trayectorias de san Agustín, Locke, Marx, Donoso Cortés, Vázquez de Mella, José Antonio, Nietzsche, Maurras, Heidegger o el erótico Freud, el excéntrico D'annunzio, el misterioso René Guénon o el valiente y místico Codreanu, entre tantos otros.