Cuando se trata de economía las sociedades, los individuos, los políticos, tanto en su versión de predicadores de milagros como en su versión de burócratas, se suelen comportar como los perros. Les ladran a los autos y como estos se sigue alejando, el perro cree que ladrándoles los hace huir y entonces siguen ladrando a todos los autos para ahuyentar su amenaza.
Nunca se sabrá si muchos de los errores que se cometen se deben al desconocimiento económico, o simplemente obedecen a una fingida ignorancia de las consecuencias de las medidas que se toman. Porque les resulta muy difícil a los gobiernos aceptar que ciertas decisiones traerán ciertas consecuencias, siempre las mismas, siempre poco agradables. Por eso mienten una y otra vez, por eso buscan excusas para sus errores y por eso usan recursos facilistas para conformar a sus votantes un instante, y pagan por ese facilismo precios carísimos. O los pagan sus sociedades.
Estados Unidos viene cometiendo varios errores de ese estilo, desde hace cuatro décadas. O sea, desde la finalización del siglo de oro americano de creatividad, invenciones, desarrollo industrial, técnico y bélico que lo llevó a ser la primera potencia global y el custodio del Orden Mundial. Esos errores en la regulación y desregulación bursátil, bancaria, en la pérdida de los principios éticos que fueron su faro hasta 1975, en la emisión monetaria como solución mágica y panacea universales, en la permisividad que permitió el encumbramiento de ladrones bancarios y empresarios, la recompra espuria de acciones, las stock options, el falso agregado de valor, las burbujas y aún la “exuberancia irracional”, como la denominara Alan Greenspan. Hasta llegar a las torres gemelas y la decisión de George Bush (h) de declarar - apoyado por su lamentable asesora y luego secretaria de Estado Condoleezza Rice – que Estados Unidos dejaba de ser “el gendarme del mundo”, estupidez que terminaría costando la guerra de hoy contra Ucrania, por ahora. Y como si fuera poco, la sanción de la Patriot Act, una ley digna de las tan criticadas dictaduras rusas con efectos altamente nocivos sobre la libertad, la privacidad, la economía, la competencia y la apertura.
Bush(h) continúa y amplía la tendencia norteamericana de emprender guerras mentirosas forzadas para luego perderlas y retirarse al borde del papelón, o del lado de adentro del papelón, como acaba de suceder en Afganistán, ahora bajo la batuta temblorosa de Joe Biden con el aporte póstumo de algunas decisiones de Donald Trump.
Ya la columna ha elaborado antes sobre estos puntos, por lo que no hace falta abundar. Por otra parte, los economistas y politólogos sensatos vienen advirtiendo sobre los costos inherentes, costos que fueron desestimados, casi ridiculizados, por una horda de economistas contratados que desde la prédica periodística o académica, o con fórmulas matemáticas infalibles, descalificaron por sistema las leyes económicas, que no son más que un compendio de las consecuencias que se sufrirán de caer en ciertas prácticas, pero que siempre se desestiman con alguna excusa, un modo de ir tirando, o de ganar elecciones. Como se guste.
Un instante antes de la pandemia, cualquiera sabía, sin necesidad de demasiada formación, que Wall Street estaba sobrevaluada descaradamente. Por las prácticas de cada empresa, por todas las estafas para aumentar falsamente el valor de las acciones, y consecuentemente los bonus ridículos de sus CEOs y ejecutivos principales, por los mergers and acquisitions al triple de valor y la complicidad de las empresas de auditoría, por el exceso de emisión que hacía que sobrasen fondos para invertir en cualquier cosa, o se consiguiesen inversiones o préstamos para cualquier empresa o emprendimiento dudoso o directamente inviable. Quienes hoy critican la apuesta por las criptomonedas, con razón, no quisieron darse cuenta de que todo Wall Street estaba llena de bitcoins bursátiles, sin respaldo ni justificación para su valor absurdo.
Tan prostituida estaba la teoría clásica de la inversión bursátil, como enseñaron Graham y su ayudante y discípulo Buffet, que se dejaron de comprar acciones de empresas individuales y se pasó a basar buena parte de la inversión en índices bursátiles, que es la negación misma del capitalismo, de la eficiencia y de la calidad de los proyectos, al despreciar el valor individual de cada empresa, sus productos, sus patentes y su management, incluyendo en esa práctica simplista a esa otra dudosa institución, los fondos de inversión, que ahora agonizan, o mejor dicho, agonizan sus clientes.
Algo parecido ocurría con el endeudamiento del país, de las empresas y de las familias, que habían sufrido un proceso parecido tras un largo período de tasas de interés irrealmente bajas y forzadas que subsidiaban la deuda.
La pandemia, o el encierro para combatirla, una aberración histórica, social y económica, fue la excusa mundial para emitir, fomentada unánimemente por los organismos de los que EEUU y la UE son los principales accionistas, en manos de personajes incapaces e ideologizados, burócratas perfectos, que prácticamente repitieron a pie juntillas las frases de Keynes que desembocaron en la quiebra de Gran Bretaña.
En un período menor a dos años, Estados Unidos, cuya base monetaria era de 3,2 billones (trillones americanos) de dólares, pasó a ampliarla a 6,1 billones (trillones) de dólares. Todo esto sobre un accionar parecido acontecido en 2008, aunque no tan grave como en esta instancia, porque ahora se repartió la platita entre la gente, como diría la primera segunda dama.
Ese hecho, unido a la otra aberración de la tasa cero, una decisión dictatorial digerida por todos, aplaudida por muchos y aprovechada por las empresas e inversores para endeudarse en proyectos inviables y en acciones del tipo fiebre del tulipán, infló aún más la bolsa americana, y sembró las semillas de una inflación que se debe proyectar a nivel mucho más alto que la actual. No hay que olvidar que también la economía clásica que tanto odian los burócratas milagreros consigna que la tasa de interés y el dividendo de las acciones, son los mecanismos adecuados tanto para elegir los proyectos más exitosos y eficientes, como para direccionar la inversión. Justamente esos dos índices fundamentales se eliminaron por decreto en poco tiempo. O sin decreto, para ser más precisos.
Esa triple llave Nelson fue culpable simultáneamente de la inflación monetaria, que es la pérdida de valor del dólar, y de la otra inflación, la bursátil, que de algún modo anticipa esa pérdida de valor de la moneda y de las empresas.
Cuando el gobierno de Biden sostiene que la inflación es culpa de la guerra, otra vez cae en la negación. Porque tras contemplar mansamente el crecimiento imperial ruso, tanto Estados Unidos como la UE decidieron aplicar un plan de impuestos y restricciones a la energía, con un objetivo ilusorio, que unidos al efecto de las sanciones contra Rusia – un tiro en el pie – elevan el precio del petróleo y del gas, lo que hubiera ocurrido de todos modos, y lo empeoran con la escasez que han creado. Lo mismo ocurre con los cereales y otras commodities, aunque esta vez por culpa exclusiva de Putin. Sin embargo, sin la emisión/inflación provocada antes por los gobiernos, se habría producido un cambio en los precios relativos, pero no un aumento generalizado de precios, como es la inflación, que refleja el efecto combinado de la inundación de dólares y de desconfianza por ese descontrol que se percibe como irresponsable.
Las inseguridades jurídicas de todo tipo, evidenciada con motivo de las sanciones, también ayudan a crear la sensación de que Estados Unidos no es ya tan seguro como centro financiero mundial. Y eso tiene su efecto. Como lo tiene el proteccionismo mundial. La detención y reversión de la globalización comercial global tiene otro paquete de consecuencias graves que no se analizarán en esta nota, pero que son altamente relevantes.
Como los lectores recordarán, la secretaria del Tesoro estadounidense, antes presidente de la Fed, afirmó que la inflación era temporaria y se animó a pronosticar cifras muchísimo más bajas que las actuales. Otra declaración grave que crea una gran desconfianza en la plaza americana, porque o Yellen desconoce las leyes elementales de la economía o mintió, con igual nivel de inseguridad y preocupación para los mercados en cualquiera de los dos casos. Aunque Biden no alcance a comprenderlo, además esta inflación afecta duramente al resto del mundo, al tratarse de una moneda usada como referencia y reserva de valor por el resto de la humanidad. Ese precio también será pagado por la potencia del Norte, tarde o temprano.
Ante la indignación del ciudadano norteamericano por la suba de su costo de vida, Biden no tiene más remedio que declarar la guerra a la inflación. O por lo menos decir que la declara. Entonces hace que el supuestamente independiente presidente de la Fed, Jerome Powell, tome dos acciones para tratar de neutralizar o reducir la acción del gobierno. Una es la suba de la tasa de interés, con el anuncio de más suba de tasas. Decisión que se toma tardíamente, lo que preanuncia una suba de tasas mucho mayor y persistente si se quiere en serio bajar la inflación. La segunda es comenzar a retirar los dólares impresos durante la pandemia para repartir una especie de Renta Universal forzada que se aplicó. (Que son casi 3 billones o trillones de dólares), según el nuevo plan.
Pero esa guerra abre la puerta a otra guerra: la de la recesión. Y otra vez se llega a los principios básicos de la economía. La demanda provocada falsamente con una emisión sin relación con la producción, o sea sin respaldo, cae bruscamente si se elimina esa emisión sobrante, vía un mayor ahorro (tasa de interés) o vía el retiro de ese papel moneda (Nunca mejor llamado papel). Eso se llama recesión. Y los gobiernos modernos huyen de la recesión como Superman de la kryptonita, razón misma por la que emiten y producen inflación. Pero ahora los burócratas sostienen que se puede bajar la inflación sin recesión, un sueño nunca probado y que siempre termina en una recesión no planeada, que es peor que cualquier otra. Es decir, la economía se purga sola, quieran o no los gobiernos. Aunque por un tiempo la oculten. Como fue el caso.
La tercera guerra es la que plantea Wall Street, que no es lo mismo que la economía americana, ni que el PBI americano. Se trata de una inmensa pérdida de los inversores y operadores bursátiles, los fondos, sus clientes, y muchas familias americanas que tradicionalmente han puesto sus ahorros en la bolsa. Pero ahora no al estilo Warren Buffet sino al estilo bitcoin. Los medios especializados se ocupan todos los días con asustar al gobierno de EE.UU. con las consecuencias de una recesión motivada por la lucha contra la inflación. Planteo irresponsable, porque supone que la inflación es el mal menor, como se ha venido suponiendo hace décadas, cuando es la peor amenaza que puede sufrir un sistema económico. Wall Street también cae en una contradicción de fondo: por un lado, teme a la recesión que cortaría la cadena virtuosa piramidal, por el otro, ve los aumentos de la tasa como una señal de seriedad, lo que hace subir el dólar y las acciones… un día. Al día siguiente se da cuenta de que necesita el subsidio enfermizo de la inflación para poder sobrevivir.
Y, por último, hay otro frente de guerra: la posibilidad de una estanflación, con una depresión no descartable, si se suman las prohibiciones proteccionistas contra China, las sanciones contra Rusia y sus efectos colaterales y la virtual quiebra de Europa, con un modelo insostenible. Más el riesgo de la seria amenaza casi malthusiana de una hambruna provocada por la acción de todos los gobiernos, finalmente burócratas, una especie de Máximos jugando a la Play Station con la supervivencia de cientos de miles de vidas.
Como se puede apreciar, no se pueden satisfacer todas las opciones. Alguna de las guerras se perderá. Y otra guerra más: cuanto más suba la tasa más cara será la ya infinanciable deuda norteamericana, tanto estatal como privada, y más alto será su déficit. El problema es que faltan meses para una elección de medio término que, ante el descontento popular, puede quitarle la mayoría al partido Demócrata, pero también paralizar a EEUU y el mundo.
La propia Fed ha decidido compatibilizar el doble mandato legal que tiene y que la obliga: defender el pleno empleo y el valor de la moneda. Doble mandato que suele resultar incompatible o neutralizarse, sobre todo en el corto plazo de una elección de medio término como la que enfrenta Biden.
Para ello, aplica una extrapolación de la Curva de Philips, una especulación estadística mal realizada y nunca probada, y la lee al revés. Mientras Philips dice que el pleno empleo produce inflación, la Fed sostiene junto a otros magos, que entonces se puede colegir que la inflación produce empleo, algo también fulminado por la economía ortodoxa, que dice que el empleo basado en la inflación dura muy poco y requiere de mucha mayor inflación para sostenerse en el tiempo, según la odiada evidencia empírica. Pero con esa falacia intenta convencer a todos de que hará equilibrio para parar la inflación sin caer en la recesión. Una vez más, los perros ladran a los autos y creen que éstos se alejan por miedo a los ladridos.