En esta nota se completa el análisis de la semana pasada sobre la deliberada y sistemática destrucción de la democracia y de sus valores. Lo cual no se trata de una novedad para quienes han leído a Marx, a Lenin y a sus teóricos posteriores, Trotsky, Gramsci, Bakunim y más modernos, y sus imitadores locales, como Laclau, quienes, más que dedicarse a pregonar las virtudes jamás demostradas de su sistema, perseveraron en elaborar planes o consignas para derrotar al enemigo capitalista con “sus mismas armas”, concepto que se encuentra por doquier en la literatura, los artículos y la prédica posmarxista.
La herramienta fundamental para torpedear, desestabilizar y deslegitimar la democracia es crear un disconformismo generalizado en las sociedades. Hacer que el individuo acumule un número tal de desilusiones, frustraciones y enojos, que termine concluyendo que nadie lo representa y al mismo tiempo que se sienta postergado, olvidado, defraudado, desoído, burlado, y entonces entre en una especie de brete, que lo lleve a un camino fatal, que empieza por que el ciudadano vota a cualquiera, a quien más le prometa, al que parece más disruptivo, más antisistema. Al Guy Fawkes de turno, que, como el revolucionario delirante de principios del siglo XVII intente dinamitar el parlamento, suponiendo que así logrará conseguir sus reivindicaciones o reclamar sus infinitos derechos.
Ese camino de hierro culmina con las manifestaciones callejeras, los formatos de democracia directa, desde la pedrea y la destrucción del entorno a la toma de calles, rutas, marchas continuas, huelgas salvajes, pasando por la toma de fábricas o lugares públicos o clave. Hasta los referéndums constitucionales son hoy un arma para deslegitimar. (Ver el caso uruguayo). Primero se crea el criterio de que toda necesidad es un derecho, y se lo lleva, aunque sea declarativamente, a nivel constitucional. A partir de ese punto, todo gobierno desilusionará a quienes creen que el Estado debe proveerles de sus necesidades, y satisfacer esos derechos. Porque lo que se está haciendo creer es que con la democracia se come, con la democracia se educa, con la democracia se cura, como sostenía Raúl Alfonsín, lo que es una enorme falacia, porque la democracia no puede hacer nada de eso per se. Cuando se analiza y critica la inflación histórica argentina, por caso, lo que se está omitiendo es que la causa de la inflación es justamente esa creencia injertada en la sociedad de que la democracia es la encargada de conseguirle a cada uno su casa, su bienestar y su felicidad. A partir de que la población crea y espere eso de su gobierno, cualquier gobierno está condenado a merecer el desprecio y la ira popular, salvo que apele al populismo y la irresponsabilidad, que termina en hiperinflación y caos.
Tradicionalmente, ese concepto fue analizado, descripto y anticipado por los grandes pensadores políticos, que plantearon como requisitos indispensables de la democracia la prédica sistemática de valores de responsabilidad y esfuerzo de las sociedades, los gobiernos y los políticos, la fulminación de la demagogia, la tarea irrenunciable de promover la educación de las masas, requisitos sin los cuales el voto es un elemento de desunión y grieta y la democracia una trampa.
La educación pública, en países aún tan importantes como Estados Unidos, está hoy en manos de sindicatos trotskistas o de alguna rama del posmarxismo, que entre otros temas absurdos, niegan e impiden las pruebas de evaluación de calidad de la educación, como se oponen a los mecanismos más serios de vouchers o chartered schools. No quieren correr el riesgo de que las poblaciones piensen por encima de un pobre nivel intelectual y espiritual. Esa batalla está perdida.
El sabotaje a la educación, en una gran cantidad de países, es sistémico. La exageración de la pandemia sigue mostrando hasta hoy el desprecio y la poca importancia que se le brinda en buena parte del mundo. En aquellos casos minoritarios en que se alcanzan ciertos niveles gracias a la educación privada, se descalifica a quienes la logran adquirir y logran satisfacer sus estándares de exigencia en vez de usarlos como guía de conocimiento. Y no es una cuestión de presupuesto. Es una indolencia deliberada de la política, del sistema y de la propia sociedad. No es Argentina el único país donde los padres hicieron manifestaciones masivas en las calles pidiendo el ingreso irrestricto y sin examen de ingreso a las universidades, lo que llevó al nefasto Ciclo Básico, que carcome recursos docentes, económicos y de tiempo, lo que garantiza la incapacidad promedio.
Cuando se trata de explicar el absurdo de un sistema en que todos los votos tienen el mismo valor, que se relaciona directamente con el punto anterior, la respuesta indignada es: “¡pero eso es voto calificado!”. Esa indignación debería canalizarse para lograr que la formación del ciudadano promedio hiciera innecesario pensar de esa manera. Pero la indignación no parece alcanzar para lograr que se deje de estafar a todos haciéndoles creer que están recibiendo una educación.
Pero hay otras maneras de deseducar, o de desinformar. Las prédicas de las organizaciones internacionales, oficiales y paraoficiales, misteriosas, de buena o de mala fe, también constituyen mecanismos de desinformación que engañan a pueblos y gobiernos. Por ejemplo, en todas las escuelas del mundo se enseña hoy el miedo al cambio climático, con la misma unción y certeza conque se enseñó antes el calentamiento global, la desaparición del agua en el planeta, o con la obsesión rentada conque Greenpeace logró convencer a una buena parte de la humanidad de que las usinas atómicas debían ser desterradas de la faz de la tierra. Para llegar hoy a la tremenda conclusión de que los países que más están satisfaciendo limpiamente la demanda energética son los que tienen su provisión basada en la energía nuclear, y los demás están teniendo gravísimos e insolubles problemas por la urgencia en pasar del sistema tradicional de fósiles a los sistemas eólicos y solar, para terminar descubriendo que aún no hay capacidad de almacenaje de esa energía y que cuando no hay viento o sol suficientes, se quedan sin electricidad.
Este convencimiento de que es la acción humana la que provoca el cambio climático, hace que, como modernos Don Quijote, los europeos estén ahora peleando contra molinos de viento empecinadamente inmóviles. ¿Qué pasará cuando Europa se empobrezca a la velocidad que lo está haciendo o aún más rápidamente? ¿Se suicidará algún científico de algún ente internacional? Es de esperar que no. Pero caerán los gobiernos, se cambiarán constituciones, se garantizarán más derechos, y se elegirán nuevos populistas. En cambio, se desprecia el concepto de que es justamente la acción humana la que constituye la economía, y entonces, sólo puede ser modificada eliminando la libertad y modificando la conducta del individuo con acciones dictatoriales. El cepo a la exportación, ponele, como diría un tuitero.
Cuando la OCDE, la UE, el FMI, la FED, el BCE o Francis I salen a decir en masa que la emisión (de dinero no de carbono) no tiene ningún efecto nocivo, o que el Estado debe pagar a todos los ciudadanos del mundo una renta universal costeada con un impuesto universal, está diciendo una mentira mucho más grave que las de Goebbels, Mussolini, Mao o Stalin juntos. Sin embargo, crean expectativas de mínima en la gente. Esa misma gente que mañana saldrá a la calle a tirar piedras contra su gobierno si no le da lo que las Siglas le han dicho que es totalmente justo y que se merece. Y derrocarán con algún disfraz democrático a quienes no los satisfagan en esas demandas. Eso es un modo feroz de quitar sustento a cualquier gobierno, de transformarlo en ilegítimo, de motorizar el descontento, de obligar a los pocos políticos que tengan aún ganas de ser serios a ser demagogos. Hay que hacer votos para que los EEUU de Biden no terminen siendo la sigla principal motorizadora de semejante desastre.
No es distinto a lo que éstas y otras Siglas están haciendo con la tasa de interés cero o negativa. Matando al capital, desalentando la inversión y la seriedad presupuestaria. UK está considerando ya subir la tasa de interés, frente al desastre inflacionario que está avizorando en pocos meses. El propio FMI se ha asustado ahora y pone cautela en ese punto. ¿Cuándo tenían razón? ¿Antes o ahora? ¿Será igual con el fin del mundo por el calentamiento global? ¿O se reemplazará por la inminente caída de algún meteorito que eliminará a toda la humanidad salvo que se sacrifiquen 1.000 ingenieros chinos, 2.000 economistas norteamericanos y 200 Miss Mundo a Manitú o a algún oráculo? Los gobiernos nacionales están condicionados por tanta prédica cambiante internacional. Y son castigados si no se pliegan a las ideas que así se le imponen, lo que también devalúa las democracias. Están reducidos a ser sucursales ideológicas de varios imperialismos. Inclusive los privados.
Los movimientos cancelatorios y reivindicativos, (los movimientos, no las causas) con su forma de accionar, su formato paragubernamental y extraterritorial, su concepción antidemocrática, en contra de los derechos del resto de la sociedad, en contra del Derecho a veces, cumplen igual cometido. Más que resolver en serio las causas que dicen defender, con las que muchos estarán asaz de acuerdo, se usan como mecanismo tanto para destruir riqueza como para quitarle todo sustento a las democracias nacionales. Se va creando así un corro de disconformes mundiales con cualquier cosa, el género, el sexo, la preferencia, la segregación racial, la diferencia de oportunidades, el abuso, la violación, la violencia. Todas causas importantes e imprescindibles, pero con un formato de rebeldía, de odio, de enfrentamiento de sexos, de insultos y de cancelaciones. Con una característica importante diferencial: la prescindencia de la justicia, de los derechos, de la libertad de pensamiento y de opinión, el pensamiento impuesto, el correlato de un subsidio o un ministerio en cada estado para cada causa. 1984 palabra por palabra. Y un gasto y una estructura para cada reclamo, más los negocios conexos.
Ante la avalancha de insultos y reivindicaciones, los gobiernos de cada país tienen que subordinarse en varios aspectos a estas causas globales, sin que nadie sepa muy bien a quien está ayudando o beneficiando. De nuevo, no se trata de desoír o desatender reclamos justos con los que la sociedad mundial coincide, sino de los métodos del reclamo, siempre impuestos a puro voluntarismo o autoritarismo, privado o estatal. Se bastardean así los sistemas institucionales de cada nación, creando nuevas disconformidades que los políticos no pueden resolver porque no pueden imponerse sobre el alma humana, por diabólica que fuera. Y luego se inventan situaciones que tienen costos e injusticias económicas como los subsidios y cupos de género, preferencias sexuales o de género que siempre terminan siendo inspiraciones supranacionales y disolventes. Los países se parten en los fanatismos o los resentimientos. La democracia, en estos aspectos, desaparece al instante, como está ocurriendo. La forma en que se están tratando estas reivindicaciones en la educación de los niños y jóvenes, garantiza que en pocos años el concepto jurídico de democracia desparecerá del planeta. Sin entrar a analizar el daño que esta suerte de carnestolendas está causando a las verdaderas causas.
Cuando a este sistema casi autónomo, mezcla de intereses y resentimientos personales, llega a los medios de comunicación y entretenimiento mundiales, también se deforman para siempre los criterios de base sobre los que se rige la actividad económica, la concepción de la Justicia, aún de las instituciones. Los medios de comunicación y entretenimiento de hoy, en el mundo, no están regidos por criterios intelectuales, artísticos ni de ética alguna. Están guiados por un criterio de masa, de millones de abonados, a los que basta con sacarles un dólar más por mes para configurar una ganancia nunca vista. Esos medios están dirigidos por una masa de incompetentes, característica que parece no ser exclusiva del mundo estatal ni del entorno de la política. A estos ganapanes no se les puede pedir esfuerzo intelectual, de creatividad o moral alguno, sólo treparse al carro de la corrección política, aún a riesgo de generar monumentales plataformas de aburrimiento y adoctrinamiento. Porque este tipo de medios masivos es una forma menor, pero altamente difundida, de formación o educación en los principios que se quieren imponer para destruir el orden social.
También esa educación mínima se le niega al abonado. Con lo que ni por estos medios indirectos se ayuda a compenetrar a las sociedades de los supuestos básicos de la democracia, y de lo que está dado esperar de los dirigentes. En una serie de actualidad norteamericana que transcurre en una Universidad, hay reivindicaciones, denuncias y reclamos de todo tipo, discriminación inversa, autopercepción racial absurda, para todos los gustos. No hay ni un solo capítulo en que aparezcan los alumnos estudiando algo o preparando una clase que no sea sobre estos temas. Con lo que el requerimiento de base para la democracia, la educación, aún en su forma más elemental, no está disponible ni en el entretenimiento ni en las redes, plagadas de insultos y resentimientos. Estos medios de entretenimiento, manejados por los abogados miedosos y por CEOs ocupados en recomprar acciones y hacerse billonarios con las stock options, son una herramienta importante del autoritarismo de la cancelación. A cambio de que se les permita a esos ejecutivos seguir participando.
El punto más alto de estas reivindicaciones, de estas garantías constitucionales de felicidad y solución de problemas, es otro invento reciente en cuanto a la instantaneidad: el reclamo de igualdad. Un concepto inventado cuando la pobreza comenzó a ceder ante el aumento del comercio mundial, hasta llegar al mejor resultado de la historia. Rápidamente entonces, se reemplazó la pobreza por la exigencia de igualdad, y de paso, por las dudas, se frenó en todos los países, con todos los políticos, bajo todos los sistemas, el comercio mundial. Esto aún antes de la pandemia, que sólo está poniendo una luz al microbio bajo el microscopio.
El reclamo de igualdad tiene tres virtudes: la primera, es que es universal, apela más que ningún otro al resentimiento, la envidia y la bronca. La segunda, es que se opone a toda democracia, porque no acepta un resultado electoral que no consagre gobiernos que la prometan al menos. La tercera, es que es imposible de alcanzar, lo que garantiza el enojo y la frustración de una gran parte de la sociedad, a cualquier nivel de ingreso. La igualdad no existe en ningún orden de la vida, ni en la naturaleza. La igualdad constitucional termina en despropósitos como el de Chile, que va en camino de tener una constitución macondista que puede prometer y garantizar lo que a cada uno se le vaya ocurriendo, sin efecto alguno. Esto se aplica a Venezuela, y a tantas otras constituciones, que terminan por no cumplirse ni en ese punto ni en otros más importantes.
El reclamo de igualdad, que sólo se da en la pobreza extrema tribal, también se pregona en las escuelas, en los canales de entretenimiento, en las redes y el debate mediático, y es en sí mismo una garantía de destrucción del capitalismo y de la democracia, cuyos gobiernos jamás podrían acceder al poder si no la prometieran, y jamás podrían prometerla si fueran serios.
En tal contexto, un factor clave de educación, formación, desmitificación y orientación de la opinión pública sería el periodismo, al que también los grandes pensadores políticos han otorgado no ya una función, sino una misión dentro de la democracia. No es casual la denominación de “cuarto poder” que se le otorgara. Pero el periodismo agoniza. No sólo por la famosa pauta, ni siquiera por el sobre, como aman decir los usuarios de Twitter. Por una cuestión más simple. El público que lee, escucha o ve noticias, o lee en las redes, no quiere pagar por lo que lee, aunque pague por todo tipo de basura que le ofrecen. “Que vivan de la publicidad”, suele decirse, en una de las interpretaciones más ignorantes de la propia conveniencia. Nadie se informa en las redes. Sólo compra lo que le quieren vender. “Sólo hay tres o cuatro periodistas que valen la pena”, suelen decir. Pero no hacen nada para que esos periodistas en los que creen sobrevivan, no necesiten pauta alguna, y tengan además el coraje de oponerse a la corrección política, a las operaciones locales o mundiales, desenmascaren a los ladrones, se enfrente al insulto o al escarnio a veces, cuando no a las iras y revanchas de los gobiernos, corran el riesgo de todo líder de opinión cuando va contra la corriente, pero en favor de los que piensan. Esa tarea, más que ninguna, es esencial a la democracia, y se está quedando sin combustible gracias a que usted, lector, no compra ni se suscribe a diarios, o no apoya ningún modo de retribuir la tarea de los periodistas que considera serios. Usted no pagaría ni siquiera un devaluado peso por leer esta nota. Y tantas otras mejores que esta. También los intelectuales tienen una función similar. Y se les puede aplicar el mismo cartabón.
Sin ellos, sin esa función clarificadora tanto en la información completa como en la opinión o la explicación, tampoco puede decirse seriamente que haya democracia. No es casual que ellos estén siempre en la primera fila de los escrachados, los operados y los perseguidos e insultados. No los deje solos, le conviene. La información o la opinión gratis, no vale nada. Y alguien pagará por difundir cualquier mentira, si no paga usted por la verdad. En un mundo donde la manipulación de los algoritmos en las redes es innegable y siempre dictatorial de algún modo, hay que tener la inteligencia de saber protegerse.
Por supuesto que la lista del avasallamiento de los principios democráticos, empezando por el concepto republicano, es larguísima. No se puede omitir por ejemplo y repitiendo algo ya dicho, que un hackeo o robo de información financiado por la OCDE para presionar en su lucha por un impuesto universal que le conviene sólo a las grandes potencias, se llame infidencia, y en base a esa información se tomen decisiones legales que son ilegales y se publique como noticia. Si el hackeo es válido para algunos o para algunos casos, es válido para todos. Esa práctica del robo de información se está volviendo una actividad delictiva global de primea magnitud, aunque la OCDE no la incluya en su lista de descalificaciones. Y es también un golpe de furca al capitalismo, como se ha empezado a ver. Suponiendo que quede algo de capitalismo y algo de democracia. A menos que sea el triunfo de la democracia de Putin, el zar del hackeo.
Por supuesto, el otro protagonista de la exdemocracia es el sector de los políticos. O la oligarquía política, o La Nueva Clase, como se le quiera llamar. Que parte, en casi todo el mundo, de un juego de reglas que ha elaborado y donde se juega solamente su propio juego. Como las reglas de Don Corleone. Donde para simplemente participar hay que aceptar y cumplir esas reglas. Garantía de sumisión al sistema y de claudicación, y que garantiza que toda lucha será por el poder, no para defender un ideal o un principio, sino por el poder mismo. En la línea de Machiavello, al que algunos consideran un tratadista político, y otros, como esta columna, un canalla.
En el ámbito local, el propio Juntos por el Cambio, cuando trata de resumir sus logros, sostiene con orgullo que logró por primera vez en la historia, cumplir completo el mandato siendo una fuerza no peronista. Rara y pobre concepción de la democracia y de la utilización del poder, aunque explicativas.
Ese grupo, de esos tipos, los políticos, universalmente, no tiene estadistas. Inclusive habría que analizar si alguien quiere estadistas. Si algún pueblo quiere hoy estadistas capaces de decirle que no, que hay un esfuerzo previo, que la instantaneidad no existe (como se darán cuenta en breve cuando toda Europa se encarezca y se funda con ese principio de la urgencia). Su personaje arquetípico es más bien incapaz, inútil, pomposo, formalista, efectista, superficial y mediocre. Muchas veces corrupto. Por eso, además, las democracias han dejado de serlo. Sólo se está en proceso de redefinirla, o de cambiarle el nombre, con el mismo criterio de intrascendencia. Refugiados en la regionalidad, las organizaciones supranacionales, la corrección política, la falta de coraje y todos los conceptos de supervivencia que acá se enumeraron.
Siguiendo con la costumbre de usar los fáciles ejemplos locales, otra muestra de que la democracia no quiere decir nada, es la última novedad, dicho irónicamente, que algunos sectores opositores y otros sectores peronistas hacen repetir al periodismo desatento o a los politólogos de confianza: el planteo de hacer un gran acuerdo nacional para salvar al país luego de las elecciones de medio término. Como si fueran capaces entre todos de decirle a la sociedad una palabra, la única palabra que es imprescindible para parar el gasto suicida, para alejarse de la dependencia de la estupidez y el populismo y para empezar a pensar como un estadista, o simplemente como un patriota: no.