En "Las mil y una curiosidades del cementerio de la Recoleta", Diego Zigiotto reunió, como lo sugiere el título, una cantidad de anécdotas, aunque también es un símbolo de cómo se fue modificando la relación de la sociedad porteña con la muerte, desde el siglo XIX a nuestros días.
"Cuando habla de la Recoleta la gente dice que es un lugar para ricos, y en realidad no es así. Durante cincuenta años fue el único que tuvo Buenos Aires, y cuando crearon la Chacarita se empieza a marcar una diferencia", dice el autor.
Al principio se llamó Cementerio del Norte y el lugar fue expropiado al convento de los monjes recoletos, que en 1822 se alzaba en una zona inhóspita y se extendía casi hasta el borde de la barranca del Río de la Plata.
COMIENZO SENCILLO
En esa época -cuenta Zigiotto- "el féretro se depositaba en una fosa, con una modesta cruz de madera, y el que tenía medios encargaba una lápida de mármol. Todavía algunas de 1830 y 1850 pueden verse en las secciones más antiguas del cementerio".
En 1827 se dispuso el ensanche del entonces camposanto y las familias comenzaron a adquirir parcelas a perpetuidad, aunque un lugar fue conservado como osario para las personas encontradas muertas en las calles.
La Iglesia le levantó el estatus de camposanto por el entierro de un masón en 1863 y la municipalidad se hizo cargo de su dirección y administración.
"La situación caótica de la necrópolis dejó paso a las sepulturas numeradas, el entierro de una persona por fosa y el esmero por no dejar huesos desparramados", describe.
La llegada de los inmigrantes transformó la decoración de los sepulcros que se poblaron de estatuas, bustos y ángeles, vitraux, piedras labradas y figuras alegóricas a la muerte.
Luego de una época de esplendor, de idas frecuentes al cementerio a visitar a los deudos y dejarles flores, todo comenzó a decaer -señala-: "La sociedad eligió enterrar a sus seres queridos en parques destinados a tal fin, y con ceremonias rápidas donde el paso de la muerte dejó de tener una connotación natural".
EPOCA DE RIQUEZA
"Llama la atención que de los grandes mausoleos que hay, muchas familias sacaron los restos para llevarlos a esos cementerios jardín. En una época se quería mostrar el poderío también a la hora de la muerte, y ahora no. Una plaquita en el césped y ya está. Las costumbres cambiaron", describe el autor, guía del cementerio.
"A los extranjeros les llama la atención que no haya flores en la Recoleta -remarca-, nadie lleva y la gente no va a visitar a sus muertos. Algunas personas grandes lo hacen todavía, pero son pocas".
En el libro, publicado por el Grupo Editorial Norma, Zigiotto plantea un recorrido por distintas tumbas que incluyen personajes históricos, escritores, artistas, deportistas e ilustres desconocidos, en un mosaico representativo de toda la sociedad.
Basta saber que el primer enterrado fue el hijo de un esclavo. Los restos de Federico Leloir "yacen en uno de los mausoleos más imponentes"; el del médico Francisco Muñiz "tiene una estatua impresionante de dos metros de alto"; la de Luis María Campos, "posee una estatua de la hija de Justo José de Urquiza -con unos jacintos-, y la de los Dorrego-Ortiz Basualdo "incluye una capilla".
"También los extranjeros preguntan por esta cuestión de los féretros a la vista: "¿Cómo puede ser que se exhiba esto?", "¿dónde está el cuerpo?", apunta Zigiotto.
LA DECADENCIA
En el caso del caudillo Facundo Quiroga "está enterrado de pie, creían todos que era una leyenda, pero debido a una filtración de agua se comprobó que era verdad. Detrás de una pared, quizás para que no fuera profanado el cuerpo", especula.
Según el autor, el hecho de que cada vez se entierren menos muertos en la Recoleta "muestra muchas bóvedas abandonadas, la gente tira basura durante las visitas, una falta de respeto. No se puede hacer nada porque es propiedad privada y no hay todavía una ley que autorice a expropiarlas y rematarlas".
"La tumba de Evita es la más visitada, los turistas se acercan solamente para verla, allí siempre hay flores frescas. A Sarmiento nunca le vi ninguna y a Rosas a veces le dejan alguna", observa.
Y finaliza: "Quería dejar plasmado en el libro que hay toda una generación enterrada en la Recoleta, no solamente los nombres conocidos que hizo este país", rescata Zigiotto.
Mora Cordeu