En esta era pandémica, en la que la obra maestra brilla por su ausencia, nos conformamos con pedirle a la Alta Literatura una historia interesante, narrada de manera competente, con personajes bien tallados y algunos destellos de inteligencia y singularidad. Todas estas virtudes mínimas están presentes en La apariencia de las cosas (Duomo, 499 páginas).
En Estados Unidos, la novela fue entregada a la imprenta en 2016; es decir, tardó un lustro en llegar a las librerías argentinas. Es inevitable; somos un país periférico, empobrecido. Este año, Netflix ha transformado el libro en una película, pero bastante mala y que no respeta el espíritu original.
Elizabeth Brundage, la autora, ha publicado cinco novelas y trabajó como docente y guionista. Capturó en La apariencia de las cosas (va por su edición número 26 en Estado Unidos) elementos que conoce de primera mano: la cultura rural y pueblerina del norte del Estado de Nueva York; las miserias de la vida universitaria.
La crítica diarística ha definido como thriller literario a la novela que hoy nos convoca, pero es un flaco favor. Es un texto más ambicioso que narra la degradación de un carácter y la destrucción de una familia de apariencia perfecta, con los efectos devastadores que esto provoca en la vida de las personas y de una pequeña comunidad en el valle del Río Hudson.
Incluye una investigación policial y elementos sobrenaturales (una casa maldita, un fantasma y la capacidad de ciertas personas de poder percibirlos), pero no podría definirse estrictamente como literatura fantástica. Es una novela realista. Abelardo Castillo dijo una vez con una lógica impecable: "Si el solo hecho de que en una obra aparezcan espectros la convierte en literatura fantástica, también tendríamos que poner en esa categoría al teatro de Shakespeare".
HACHA ENSANGRENTADA
En el primer capítulo, vemos al profesor de Historia del Arte George Clare llegar desencajado, con su hija Franny en brazos, a la granja de los Pratt, sus vecinos. Estamos 250 kilómetros al norte de la ciudad de Nueva York. Es el 23 de febrero de 1979, cinco y media de la tarde. Cae copiosa nieve. Les explica el hombre, con palabras ambiguas, que alguien ha asesinado a su esposa Catherine. Media hora después, el sheriff Travis Lawton descubrirá que a la bella y joven mujer le destrozaron el cráneo con un hacha.
No conduce a ningún lado la investigación detectivesca, aunque el taimado George es el sospechoso número uno. El libro salta al pasado. Evoca los terribles acontecimientos que, un año atrás, le habían ocurrido a los tres hermanos Hale en la misma casa; y luego nos lleva a los seis meses previos al asesinato de Catherine, una mujer sufrida (es éste también un libro de mujeres desdichadas, que padecen pésimos matrimonios y no tienen la fuerza para romper las convenciones sociales del siglo XX). Flota un agradable suspenso.
Viajamos a 2004 en la Quinta Parte. Franny es una doctora con especialización en cirugía. Recibe un llamado perturbador de una agente inmobiliaria. Al fin, ha podido vender la propiedad de Chosen, es decir, el lugar encantado donde habían asesinado a su madre. Hay un reencuentro conmovedor y la verdad se va abriendo paso hasta la superficie. Tres generaciones de mujeres han aparecido en escena.
La escritura de la señora Brundage tiene algo de Stephen King y mucho de Joyce Carol Oates. Escribe con oraciones simples, pero muy eficaces. También los diálogos. Es pura narratividad y el retrato del sociópata que ha esculpido bien puede ser definido de perfecto. No muestra un especial talento para la metáfora, aunque introduce con delicadeza y erudición el elemento paranormal. Acude al teólogo Emanuel Swedenborg -canonizado, como se recordará, por Borges- y al pintor George Inness, de la Escuela del Río Hudson, que se inspiró en el místico sueco.
La trama se sostiene en antinomias. Urbanitas vs. campesinos. Egoísmo vs. abnegación. Educación tradicional vs. libertad de pensamiento. Hipocresía vs. rectitud. Escepticismo vs. creencias religiosas. Brundage eleva la voz en favor de los pequeños propietarios rurales; y le interesa, sobre todo, reivindicar el amor conyugal. Está muy bien. La vida es demasiado difícil para que llevemos sólos esa cruz que a todos los seres humanos nos toca.