Opinión

La batalla de Maipú

Los fantasmas del pasado.

En 1978 no solamente se celebró, en la efemérides sanmartiniana, el bicentenario del Libertador, sino también los 160 años de la batalla de Maipú, victoria que, unida a la de Chacabuco, aseguró la libertad para la tierra hermana  de Chile y la consolidación de los planes relativos a la liberación peruana.

El triunfo de Maipú tiene connotaciones curiosas, como que significó una sorpresa total para los españoles, quienes creían que tras el desastre de Cancha Rayada el ejército patriota ya no podría recuperarse, al menos con la rapidez con que efectivamente lo hizo.

Aparentemente, Cancha  Rayada obró como un estímulo, antes que como factor depresor.  San Martín y las Heras habían reorganizado enérgicamente las tropas dispersas en aquella noche trágica, de manera que al cabo de quince días se pudo enfrentar al enemigo en los llanos de Maipú.

"Es verdad que, por un accidente imposible de prevenir,  el resultado o  fue afortunado -había escrito el Libertador, en una proclama, a pocas horas de Cancha Rayada-, pero la dispersión de las tropas, principal desgracia de aquella jornada, está en gran parte remediada. Cerca de cuatro mil hombres se repliegan a la margen del Maipú y otros cuerpos de línea y milicia se prepara para incorporárseles... Corramos a las armas... Escarmentemos a los tiranos..."

Por su parte, en extraña coincidencia de caracteres, Pueyrredón le escribía a su amigo San Martín, incitándolo con perspicacia, pero sin sospechar que al escribir estas líneas ya se había producido, cuatro días antes, el suceso de Maipú: "Nada de lo sucedido en la poco afortunada noche del 19 vale un bledo, si apretamos los puños para reparar los quebrantos padecidos. Nunca es el hombre público más digno de admiración y respeto que cuando sabe hacerse superior a la desgracia, conservar en ella su serenidad y sacar todo el partido que pueda al arbitrio de la diligencia. Una dispersión es suceso muy común; y la que hemos padecido cerca de Talca será reparada en muy poco tiempo".

En ningún momento lo dudó el Gran Capitán. Diez días antes de Maipú aseguró dejar "en marcha una fuerza de más de 4.000 hombres sin contar las milicias", para profetizar: "La patria existe y yo empeño mi palabra de honor de dar en breve un día de gloria la América del Sur".

"En breve, era apenas  una frase elusiva y premeditadamente imprecisa, acaso para consumo enemigo. Porque  el 5 de abril de 1818 fue el "día de gloria" prometido. La impresionante confianza de San Martín en la victoria  -confirmatoria de su previa seguridad en que se libraría una batalla de estas características triunfales- volvió a expresarse en aquella mañana: "El triunfo de este día es nuestro. ¡El sol por testigo!".