Opinión

La agonía de la izquierda

Por Carlos Daniel Lasa * ­

­Filosóficamente, el marxismo debe reconocer que es un hijo del iluminismo. A este último, debemos atribuirle también la paternidad del liberalismo. Sin embargo, aun reconociendo un padre común, la izquierda ha intentado construir una fisonomía propia, luchando en contra de la hegemonía liberal en el mundo.­

No obstante, en nuestros días, este esfuerzo es como que está pedaleando en el aire. Ahora la izquierda ha descubierto que hay un liberalismo "bueno" de carácter político-cultural. Es más, el destacado pensador francés Jean-Claude Michéa refiere que la defensa de este liberalismo "se ha vuelto la especialidad de la 'izquierda' contemporánea y, sobre todo, de la 'extrema izquierda'" (El imperio del mal menor. Ensayo sobre la civilización liberal. Santiago de Chile, Instituto de estudios de la sociedad, 2020, p. 28).­

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NOBLE TRADICION SOCIALISTA­

Para este pensador, la izquierda contemporánea no tiene nada que ver con la noble tradición socialista (Les Mystères de la gauche: de l'idéal des Lumières au triomphe du capitalisme absolu. Climats, 2013). Michéa reconoce no solo que la auténtica izquierda surgió de los principios de la revolución francesa de 1789 sino que es el descendiente natural del iluminismo. En este sentido, tanto la idea de emancipación como la de un mundo mejor construido por la acción humana han sido sus estandartes principales.­

Pero, entonces, ¿por qué la izquierda ha perdido entidad, terminando por identificarse con el proyecto liberal? ¿Por qué la izquierda, como lo señala Michéa, resigna su función crítica de los efectos más nocivos de cierto liberalismo económico, asumiendo las banderas de liberalismo cultural que incluyen la exacerbación del yo?­

A juicio del autor que venimos refiriendo, uno de los principios auto-destructivos de la izquierda ha sido la ideología progresista fundada sobre la creencia ciega en el "sentido de la historia". Y como el capitalismo no reconoce ningún límite natural ni moral, y además se presenta como un sistema dinámico, siempre cambiante y progresivo, es menester adherir al mismo. La izquierda no escapa a esta trampa y se ve subsumida por la corriente liberal. Y justo en el preciso momento en que la sociedad entera comienza a agrietarse por todas partes en virtud de sus contradicciones internas.­

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CATASTROFE MORAL­

Para Michéa, la izquierda actual es co-responsable de la catástrofe moral y cultural hacia la que se dirige la humanidad. Ciertamente, no se puede sobrevivir haciendo del propio yo y de sus deseos la base sobre la cual se pretende fundar una auténtica sociedad. La agenda política y cultural de la izquierda no difiere en nada de la del liberalismo: el avance ilimitado de los derechos y la liberalización permanente de las costumbres. Argentina es un ejemplo claro de ello: los "pañuelos verdes" son patrimonio tanto de los liberales como de la izquierda.­

Para Michéa, la fuerza de la crítica socialista reside en el hecho de haber comprendido, a partir del siglo XIX, que un sistema social basado exclusivamente en la búsqueda del interés privado conduce a la humanidad a un callejón sin salida. Y en este punto, paradójicamente, la izquierda decide reconciliarse con el sistema social criticado, considerando arcaica toda reprobación dirigida al mismo. Por eso, nos dice el intelectual francés, es urgente pensar una izquierda en contra de la actual izquierda.­

El liberalismo, contrariamente a la izquierda, nos dice Michéa, "no toma prestado ninguno de sus fundamentos mayores a tradiciones filosóficas anteriores" (El imperio del mal menor., p. 31). Por el contrario, el socialismo original asume las banderas de la moral y de la importancia de la comunidad. Refiere Michéa que la common decency, como resultado de un trabajo histórico continuo de la humanidad sobre sí misma para universalizar las virtudes humanas básicas de dar, de recibir y de devolver, ha sido abandonada. En su lugar, se ha alzado la absolutización de un individuo ávido de alcanzar la máxima satisfacción de sus propios deseos.­

Es, pues, el narcicismo en su estado puro: es la consideración de toda otra cosa (incluida la mismísima persona humana) como una pura extensión del yo. Por eso, nos advierte Michéa, Orwell siempre vio al deseo de poder (es decir, el sentimiento de que un individuo no podría realizar su esencia sino a través del control que ejerce sobre los demás) como el mayor obstáculo psicológico para el desarrollo de una sociedad decente, y la fuente última de todas las perversiones políticas autorizadas por la Ideología (cfr. ibidem, p. 139).­

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CIERTOS INTERROGANTES­

Ahora bien, luego de seguir atentamente la argumentación que propone Michéa, no puedo dejar de formularme/le ciertos interrogantes. El señala que, en determinado momento histórico, la izquierda fue absorbida por el liberalismo. Me pregunto: ¿fue fagocitada por razones extrínsecas o por razones que, situadas en el origen mismo de su constitución, hacen su eclosión, con toda lógica, en nuestros días?­

Creo definitivamente que la segunda razón es la acertada. Si la izquierda, tal como reconoce Michéa, tiene su origen en el iluminismo, estaba destinada a identificarse, tarde o temprano, con el liberalismo. En este sentido, la idea de razón crítica, alma del iluminismo, rechaza toda realidad que provenga de algo exterior a sí misma (la revelación, el orden de la naturaleza y la tradición). Esto da paso, consecuentemente, a la existencia de un yo desvinculado. Luego, ¿cómo puede evitarse la entronización de un orden político cuya única preocupación y ocupación es el cuidado de la vida biológica de cada individuo? ¿Cómo puede impedirse que el imperio del "mal menor" se adueñe de la esfera de la política?­

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SUJETO DESVINCULADO­

Considero que Michéa debiera hacerse cargo del hecho que el iluminismo ha dado lugar a un sujeto desvinculado. Solo una razón que, siendo primeramente intelecto (y con esto me refiero a la capacidad del alma humana para leer dentro de las cosas), puede testimoniar la existencia de un orden objetivo y verdadero. Sobre él ¿entonces sí? podrá fundarse tanto la vida individual como colectiva.­

De lo contrario, ¿será posible recuperar la common decency orwelliana? Y, además, ¿cómo podrá alcanzarse aquella riqueza suprema que es, para un ser humano, según lo expresa el mismo Michéa, la armonía consigo mismo? ¿Puede un hombre aspirar a esta sintonía asumiendo como punto de partida la ruptura con todo aquello que no sea su propio querer?­

Esta armonía consigo mismo, concluye Michéa en su libro, es "un lujo que todos aquellos que dedican su breve existencia a la dominación y explotación de sus semejantes nunca conocerán" Y añade con cierta ironía: "si el futuro les perteneciera". (ibidem, p. 172).­

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