El consenso es generalizado. No hay manera de estar en desacuerdo. El Seleccionado argentino actual campeón del mundo, bicampeón de América, campeón de la Finalissima y ganador virtual de la Eliminatoria Sudamericana en curso por escándalo, marcará una era, una época. No habrá otra igual. En los manuales del fútbol quedará registrada La Scaloneta para la eternidad. El increíble baile que le dio a Brasil el martes por la noche en el Monumental 4-1, será imborrable para los dos bandos.
No se trata de elogios exagerados. De esos que suele regalar, absurdo y demasiado generoso, el periodismo deportivo cuando descubre algo. Acá estamos en presencia de algo muy groso. De una sucesión de acontecimientos positivos difícil de explicar. Porque es fútbol, porque se trata de un deporte imprevisible. Porque no suele suceder.
Para los más jóvenes, por razones obvias, no resulta sencillo entender la magnitud de lo que está pasando con el equipo nacional. Es inédito. Y los que pasamos los 50 y vimos brillar las tres estrellas de cerca, tenemos la chance de sopesar diferencia si quisiéramos. Pero no es el caso. En esta oportunidad el asunto es que los futboleros estamos siendo testigos privilegiados de una era que no se repetirá. Nunca se vio nada igual con un Seleccionado nacional por el éxito, el tiempo en el que se sostiene y los valores que se bajan desde la conducción.
Pasa raramente, muy de vez en cuando. Sucedió con el primer Boca de Carlos Bianchi, con el primer River de Marcelo Gallardo. Eso de la supremacía sostenida durante años. Más extraño parece ser con los seleccionados, vaya uno a saber las razones de un juego que no tiene demasiadas. Se trata de dársela al que tiene la camiseta del mismo color. Así de simple y de complicado, según los protagonistas.
A veces se da. Por culpa de grupos de jugadores brillantes que comparten una generación, a veces por un conjunto de entrenadores que se distinguen del resto. Acá parecen estar alineados todos los planetas. Jugadores y cuerpo técnico en sintonía. Sinergia dicen ahora. Pero con un agregado que parece extender en el tiempo el dulce sabor de la victoria: el recambio permanente.
Un día se va Fideo Di María, otro se irá el gran Leo. Frente a Brasil no estaba tampoco Lautaro Martínez. Y algún que otro lesionado de menor actualidad pero que hace a la cuestión. Y apareció Giuliano, el hijo del menor Cholo Simeone o el propio Julián, quien ya estaba, pero ahora vestido de Messi.
Hace tiempo, desde fines de 2018 a esta parte, tras el fracaso del olvidado en el tiempo Jorge Sampaoli, surgió Scaloni. Con el prolijo joven nacido en Pujato llegaron las dudas y los cuestionamientos. El hombre no había dirigido siquiera un equipo de la Primera B. Pero hizo caso omiso a las críticas anticipadas de la cátedra (por ahí pululan recortes de videos en las redes de famosos periodistas destrozando, de antemano y por las dudas, al DT) y hoy sigue siempre respetuoso, sin jactarse de su logros.
Siempre predicando con el ejemplo va Scaloni. Incluso, hasta se enojó un poco porque el Dibu Martínez hizo jueguitos con la pelota gastando a los brasileños en medio de un partido que habían calentado de antemano los Pentacampeones. Orgullo es poco. Ojalá su ciclo sea eterno.