Sobre la superficie todos los movimientos bruscos asombran. Los medios y, sobre todo las redes sociales, colaboran en forma para multiplicar los efectos. De allí que el lunes por la mañana el mundo estuviera en llamas por el colapso de los mercados internacionales y los editores no dudaran en apelar a su título catástrofe preferido: “Lunes negro”.
Pero lo que había sido caos en horas tempranas, casi como asomarse al averno, encontró calma por la noche cuando llegaron datos positivos de las bolsas asiáticas. Y entonces las cosas no fueron tan malas como se pensaban. En la globalización la desgracia y la buena fortuna quedan a un click de distancia.
Así las cosas, el martes ya era otro el talante de los inversores aunque la incertidumbre, como es lógico, perdura. Por lo pronto, el Banco Central de Japón, que había subido la tasa disparando la reacción de los endeudados en yenes, casi que pidió disculpas y prometió no volver a hacerlo. Lo que parecía el inicio de un ciclo fatal fue tan sólo un efímero oleaje que se fue aplacando con el correr de los días.
La Argentina miró el fenómeno de costado. Ya se sabe, hay otras urgencias. Lo interesante del escenario local es que, más allá de las placas rojas de los medios y de las noticias de patas cortas, existe un proceso de desarrollo económico subterráneo que mucho tiene que ver con las inversiones y la explotación de los recursos naturales.
El hombre y la mujer de a pie, sofocados por la inflación y la necesidad de cubrir gastos con un sueldo que no siempre alcanza, carecen del tiempo para leer noticias de bajo impacto mediático. A nadie estremece que se avance en el gasoducto patagónico, que se firme la construcción de una planta para procesar gas licuado, que crezca la minería o se confirme la exportación de gas a Brasil. Pero todo eso está ocurriendo.
Durante la última semana, a la sombra de los temas que hacen hablar a la gente, esos que los medios siempre buscan tener en primera plana, se sucedió un encadenamiento de anuncios que servirán para apuntalar un cambio en la matriz productiva de la Argentina.
DOLARES
El país necesita dólares, no es ninguna novedad. Y para obtenerlos debe ser más competitivo y multiplicar sus exportaciones. Dada nuestra estructura económica el gran potencial está dado a partir de la explotación de los recursos naturales. Eso también lo sabemos todos. Lo diferente ahora es cierto sólido avance en la materia.
La economía, que depende del sector agroexportador, parece abrir nuevos senderos a partir del desarrollo más profundo de la minería y los hidrocarburos. Se avanza con los yacimientos de cobre en la cordillera; crecen los proyectos en torno al litio; se rubrica el acuerdo de YPF-Petronas para la planta exportadora de gas licuado; y se proyecta la venta del fluido por el corredor norte a Brasil.
Todo ese movimiento, que pasa inadvertido ante las urgencias diarias de los ciudadanos, podría significar un flujo de ingreso de dólares genuinos que pondría al país en una situación consolidada, al menos en materia financiera. Si eso se traduce en empleo, comenzarán a pagarse también las deudas sociales, que son muchas.
El más consolidado de todos los sectores es el agropecuario, adonde el ímpetu del capital privado ha expandido la investigación y el desarrollo. Como todos, el campo también depende los precios internacionales. Allí estaría hoy su Talón de Aquiles. La soja, el poroto salvador, hace rato ya que experimenta una parábola descendente.
El economista Salvador Distéfano explicó el urticante fenómeno en una de sus columnas: “La soja en el año 2022 valía u$s 17,50; hoy vale u$s 10,20 por bushel. El valor de la soja en términos reales (ajustado pro la inflación americana) se ubicó en u$s 618,2 la tonelada bajo el gobierno de Cristina Fernández; u$s 441,20 la tonelada bajo el gobierno de Mauricio Macri; u$s 539,8 la tonelada bajo el gobierno de Alberto Fernández y u$s 428,60 la tonelada en el gobierno de Javier Milei. Claramente, la soja es peronista”.
La baja de la oleaginosa enciende luces de alarma en el tablero del equipo económico. De hecho, según un informe publicado por el Indec, el precio de los productos que Argentina vende al exterior cayó 7,4% interanual en el segundo trimestre de 2024, mientras que entre enero y junio acumuló una contracción del 7,7% en comparación con el mismo período de 2023. De este modo, se retrocedió a mínimos desde 2020.
URGENCIA
La Argentina ha dormido por demasiado tiempo sobre sus recursos naturales. Ese no sería un problema si al país le sobraran las divisas, pero esto no ocurre y además, producto de las malas administraciones, la sociedad padece una pobreza del 41,7%, según datos del Indec del segundo semestre del año pasado. La Universidad Católica, con números actualizados, estima que esa cifra asciende al 55%.
¿Por qué es importante apurarse con la explotación y exportación de esos recursos? Porque el tiempo es tirano y la ciencia se trae algo bajo el poncho. Vaca Muerta, que hoy es el yacimiento de hidrocarburos no convencional que puede sacarnos de la mala, mañana puede ser un puñado de piedras sin importancia. Lo mismo ocurre con el litio y otros minerales.
De allí que el gobernador de Neuquén, Rolando Figueroa, haya sido claro en lo que es el plan a seguir a nivel provincial: “Buscamos un perfil exportador en materia de hidrocarburos. Vender rápidamente el petróleo y el gas, porque en unos años no lo van a demandar”.
Las experiencias históricas sobran y están al alcance de la mano. Eduardo Galeano, en Las venas abiertas de América Latina, repasó la nefasta explotación del caucho en el Amazonas. El Hevea brasiliensis, llamado comúnmente árbol del caucho, desató la fiebre del lujo y el despilfarro en aquellas tierras, hasta que en 1879 el francés Apollinaire Bouchardat creó en su laboratorio una alternativa sintética. Entonces se acabó el negocio y, como cuenta el escritor uruguayo, “la selva volvió a cerrarse sobre sí misma”.
Otro tanto ocurrió con el guano del Perú, utilizado como fertilizante natural. El impacto fue tal que pasó a significar el 80% de los ingresos fiscales del país. Se traficaron esclavos para recogerlo y hasta se desataron guerras e invasiones. Hasta que en 1905 comenzó a producirse en Noruega un fertilizante basado en nitrógeno artificial y ya nadie quiso nunca más pisar una isla guanera.
Moraleja: si la Argentina quebrada y empobrecida no sabe aprovechar sus recursos disponibles, si no genera el clima para que las inversiones fluyan, puede quedarse sin nada de un día para el otro. Ni el combustible fósil será utilizado por mucho tiempo más, ni las baterías serán siempre de litio.
Claro que todo requiere de un plan, el cual debería tener como objetivo no la simple exportación del producto sino y sobre todo la posibilidad de brindarle algún grado de industrialización en suelo argentino. Es en esta fase adonde se crea empleo masivo y se mejora la calidad de vida de la sociedad en el famoso efecto derrame.
Algo de esto advirtió hace unos días Paolo Rocca, el CEO de Techint, quien en su cruzada contra China -competidora directa en la producción y venta de tubos sin costura- acusó a Beijing de profundizar la primarización de la economía en la región.
Se teme, de alguna manera, la reedición de la teoría centro-periferia, según la cual América Latina vende el cuero y luego compra las carteras.
Todo esto ocurre en la Argentina por debajo de la línea de flotación, allí adonde la gente no mira porque otras noticias la demandan. El presente es acuciante, tanto que según una encuesta el 57% de la población ya consume sus ahorros para llegar a fin de mes.
Los números divulgados durante la semana hablan de una subejecución del presupuesto nacional, confirmando el severo ajuste que ensaya el Gobierno. También se destacan el desplome de la Industria y la Construcción; la caída de las ventas minoristas y la palpable suba del costo de la logística, que termina por impactar en las góndolas.
Pero lo que más asusta es que el índice de inflación porteño fue del 5% en julio, lo cual podría anticipar el dato a nivel nacional que se conocerá el próximo miércoles.
¿Resurgirá con nuevos bríos el proceso inflacionario o Milei lo habrá domado, látigo en mano? Lo veremos, pronto lo veremos.